miércoles, 19 de diciembre de 2007

UNA DEFENSA DE LOS GUARISMOS BEISBOLEROS


El béisbol no debe nada al mercantilismo.
El béisbol no debe nada a nadie, salvo a un universo plagado de todo tipo de artilugios creadores de una rica y profunda memoria colectiva. Son, por el contrario, los mercantilistas con escapularios de Adam Smith quienes se han beneficiado hábilmente de la grandeza innata al béisbol. En el Rey de los Deportes, sobre todo en México, no hay como regla general televisoras ni gobiernos imponiendo a toda costa su ley deportiva comprando y eliminando equipos, árbitros y aficiones. El béisbol es una suerte de brahmán caminando intacto sobre una tabla con clavos de oro.
No hay nada de reprochable en mirar a una novena de millonarios en el juego de pelota. Al menos su vestuario mantiene una dignidad acorde a sus emolumentos: nada de pantaloncillos cortos, camisas exhibiendo las axilas o cascos de electroshock. El atuendo del béisbol es el traje smoking del mundo deportivo.
En esa línea, es cosa loable que el talento y el trabajo en el terreno de juego sean premiados y remunerados de forma justa. ¿Qué gana mucho dinero A-Rod? Sí, tal vez, ¿pero quién entre sus críticos es capaz de jugar como él? Los líbelos contra los salarios de los peloteros no son sino una vasta literatura cifrada en el viejo pecado de la envidia.
El béisbol es más que un juego. El béisbol es un arrebato onírico moldeado en materia tangible, pero también es fuente de sustento de muchos y acaso uno de esos raros elementos susceptibles de ser expuestos al capitalismo más brutal y aún así con el potencial de resistir los embates corruptores de éste para mantener un encanto natural y premiar cual una deidad salomónica por igual a pobres y ricos, basándose estrictamente en méritos deportivos y profesionales, no en méritos de estética a lo “Vogue”, “Vanidades” o “Cosmopolitan”.
En el béisbol sería impensable un caso como el del señor David Beckham, millonario a pesar de sus no pocas limitaciones como futbolista. Nada, por supuesto, en contra de míster Bekham, quien, además de tener una esposa anoréxicamente tentadora, hace todo muy bien excepto cabecear, defender, patear con la otra pierna, actuar en películas y… bueno, para qué seguir.
El béisbol posee un elemento de pragmatismo, pero no hay nada reprochable en ello.
El béisbol es una realidad sobre el terreno de juego: la culminación de las expectativas y aspiraciones de peloteros y aficionados en plena comunión con el Grial del Diamante. Otros deportes se limitan a la teoría de un gran encuentro, el cual muy rara vez llega, pues dichos deportes sólo están cifrados en las esperanzas, algunos recuerdos casuales y en el discurso circular de los medios y no en los hechos.
¿Qué hay de malo en llenarle el ojo al espectador?
El béisbol es estrategia en su estado más puro.
Cada lanzamiento, cada movimiento y cada batazo van precedidos de una estrategia sólidamente planeada a veces en instantes vertiginosos por mentes despiertas y músculos perfectamente articulados, no en simples acciones y reacciones de arco reflejo ni en formaciones pseudos-militares con nombres de numeración postal (4-2-4 ó 4-4-2) o de operación de sabotaje (formación escopeta o defensa de zona) y repetidas como meros mantras y supersticiones elevados a la categoría de dogmas de fe.
El sistema estratégico y de análisis objetivo del béisbol es de un carácter tan formidable que ha sido tratado de igualar en otros deportes menores (por ejemplo en el baloncesto y en el fútbol americano, así como por Mourinho, el exitoso entrenador panbolero lusitano); pero cosa curiosa, en el béisbol la estrategia es considerada como algo digno de admiración y sinónimo de sagacidad, no de juego rácano, soporífero y disruptivo del espectáculo como suele ocurrir en otros deportes, propicios bajo tan desfavorables circunstancias, seamos sinceros, para la tortura mental de los espectadores y aptos, por ende, para el desarrollo de la neurosis crónica y la venta de medicamentos anti-depresivos no probados en laboratorio.
El béisbol no es una afición basada en políticas contables.
En el terreno hay un juego de pelota, cuya virtud no radica en los números, sino en las posibilidades y en la consecuente manufactura de éstas. Los guarismos están ahí, cierto, pero no como la esencia del juego, sino como testigos inobjetables de una verdad y una historia incólume e impoluta y no en simples arrebatos y suposiciones indemostrables que no podrían conducir a otra cosa sino a discusiones bizantinas en lo teórico y a una extensión de la guerra en lo práctico - Si en un deporte no reina la paz en los estadios como en una suerte de paraíso recobrado, entonces ese deporte carece de trascendencia, pues se limita a duplicar las miserias de la vida o, dicho de otro modo, ¿cómo justificar entonces una disciplina deportiva cifrada en una ampliación del execrable campo de batalla?
El béisbol desarrolla la inteligencia matemática.
El béisbol en sus registros históricos se sirve de las matemáticas, pero no por ello acusa de la fría arquitectura de la inmovilidad o del mero registro construido sobre la arena de la evolución. Las matemáticas beisboleras son frecuentemente citadas únicamente por su sentido común, lo cual es erróneo, pues también son capaces de trascender el sentido común e ir más allá, ya sea hacia la imaginación o hacia la intuición.
Las matemáticas quizá sean una ciencia de proposiciones lógicas y austeras de forma canónicamente precisa, pero sus incontables aplicaciones les permiten ser utilizadas como herramientas y como lenguaje; un lenguaje descriptivo para poetizar con economía y elegancia la historia de un encuentro y las dimensiones de una jugada, donde el contar es el lenguaje de los números y éstos la narración del otro lenguaje, el del béisbol, verbo de la magia.
Enseñad béisbol en los jardines de niños y tendremos si no al próximo Albert Einstein, quizá al menos al próximo Joe DiMaggio. No hay desperdicio alguno en ese tipo de educación.
El béisbol está por encima del azar
Si bien no del todo exento de cierto azar, el béisbol tiende hacia el mérito. Es raro, rarísimo, que gane el que jugó peor. Así, estando el béisbol por encima del azar, se aproxima más que cualquier otro deporte a la divinidad, al cosmos creador en contraposición con el caos destructor. El béisbol, un deporte apolíneo.
¿Cómo confiar, en cambio, en deportes de corte dionisiaco (el fútbol y el rugby) cimentados en códigos de reglas creadas a partir de borracheras sucesivas en la decimonónica taberna londinense de Freemason’s?
En el béisbol las reglas fueron elaboradas en un parto originalmente arcano pero de perfecta sobriedad sucesiva para deleite de los aficionados, quienes con la tranquilidad proporcionada por un conjunto de normas fiables, civilizadas y objetivas pueden ya, entonces sí, degustar sendos vasos de cerveza en el estadio o frente al radio o el televisor.

Corolario. El béisbol es un conjunto de posibilidades. No dice nada a quien no es capaz de entreverlas. Pero a quien es capaz de intuirlas, hay un vasto universo de sensaciones custodiado por infinitas puertas e infinitas jugadas tras de ellas. Es posible elegir cualquiera, la que más convenga: la vida regida por uno mismo y por nadie más, salvo acaso por algún ente superior que nos otorgó a manera de compensación el bien supremo del béisbol.

*

[Oración para los fanáticos]

AL ELABORAR APROXIMACIONES HACIA UNA TEOLOGÍA BEISBOLERA, ASI CREO AHORA ACTUAR COMO MUJAHIDÍN PERO CONFORME A LA VOLUNTAD DEL SUPREMO REY DE LOS DEPORTES: AL DEFENDERME DE LA EXCESIVA MEDIATIZACIÓN DE OTRAS DISCIPLINAS MENORES LUCHO POR LA OBRA DEL SEÑOR.

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