domingo, 3 de marzo de 2013

NOAM CHOMSKY AL BATE



Lingüista de altos vuelos, profesor, filósofo, escritor, conferenciante, activista infatigable, ateísta secular y socialista libertario, diversos calificativos para referirnos a una de las figuras ineludibles del pensamiento político de esta época: Avram Noam Chomsky (Filadelfia, Estados Unidos, 7 de diciembre de 1928).
Quienes han tratado personalmente a Noam Chomsky destacan la sencillez de este hombre que lo mismo ha cimbrado los cimientos del estudio del lenguaje por parte de los académicos que los cimientos de la cosmogonía de un número significativo de personas. Y alabamos su sencillez porque para entrevistarle sólo hace falta buscar su ficha en la página del MIT, la institución donde trabaja, para localizar su correo electrónico personal y realizar la solicitud correspondiente. Gracias a ello y a compañeros como Michael Kasenbacher, Eric Augenbraun y Jeff Jetton nos es posible reproducir en esta bitácora algunos de los pensamientos de Noam Chomsky acerca del Béisbol y otros temas menores. Señoras y señores, al bate, el jardinero central de la izquierda libertaria, Noam Chosmky…

Quizá sea oportuno arrancar nuestra charla con su vida personal y su doble carrera en la lingüística y en el activismo político. ¿Le gusta ese tipo de trabajo?

Si tuviese el tiempo, me encantaría pasar mucho más horas trabajando en el lenguaje, la filosofía y la ciencia cognitiva, temas que encuentro interesantes desde el punto de vista intelectual. Sin embargo, una gran parte de mi vida está consagrada a alguna forma de actividad política: leer, escribir, organizar y otras cuestiones por el estilo. Es una forma de trabajar, es necesaria, pero no significa un reto intelectual. Respecto de los asuntos humanos no entendemos nada o tenemos entendimientos superficiales. Es un trabajo arduo el conseguir datos y ponerlos todos juntos, pero no supone un terrible reto intelectual. Lo hago porque es necesario. El tipo de trabajo que debería ser la principal parte de la vida de uno es el trabajo que te gustaría hacer si no fueses pagado por ello, el trabajo que surge de tus necesidades internas, intereses y preocupaciones.

Ello implicaría el ejercicio de un cierto grado de libertad. Más allá de si en un momento dado existen las condiciones para ese ejercicio, estamos tan acostumbrados a recibir directrices, cuando no órdenes, sobre nuestro quehacer diario, que resulta lógico plantearse si estamos lo suficientemente preparados para ejercer esa libertad. El filósofo Frithjof Bergmann sostiene que la mayor parte de las personas no conoce qué tipo de actividades le gustaría hacer. A esto él le llama “la pobreza del deseo”. ¿Qué piensa al respecto?

Ese es un problema que nunca he tenido, pero es una antigua observación. Wilhem von Humboldt una vez apuntó que si un artesano produce por encargo un objeto bello, podremos admirar lo que hizo, pero despreciaremos lo que él es: una herramienta en manos de otros. En cambio si ese artesano crea un bello objeto por voluntad propia, admiraremos tanto al objeto como al artesano, mientras éste satisface sus propias aspiraciones creativas.

Esto que dice suena un tanto ligado con las ideas de espontaneidad e imaginación, las energías propias de los niños o de los poetas y los locos, en estos dos últimos casos en el sentido propuesto por William Blake, energías que pueden ir cediendo en potencia conforme uno llega a la edad adulta o a la “madurez” adulta y al estado de auto-represión creativo.

El poeta y el hombre loco comparten mucho de esa energía con los niños. En el caso de los niños esas energías tienden a manifestarse en el juego, pero hoy en día hasta el concepto de juego está cambiando. En mi barrio antes veías a los niños jugando afuera en las calles, montando sus bicicletas. Ahora sigue habiendo niños, pero ya no salen a la calle, están dentro de sus casas con videojuegos o cualquier otra cosa similar o bien se encuentran inscritos en actividades organizadas: actividades deportivas organizadas por los adultos. El concepto del juego espontáneo parece haber venido a menos. Hay estudios sobre esto en Estados Unidos y en Inglaterra, aunque ignoro si sea cierto para otros países, pero el juego espontáneo ha declinado con motivo de los cambios sociales. Pienso en esto como en algo muy negativo, porque es en el juego espontáneo donde florecen los instintos creativos del ser humano. Si tomas unas piedras como bases y un palo de escoba como bate ya estás haciendo algo diferente de lo que se suele hacer en una liga organizada de béisbol.
Algunas veces se llega a extremos surreales. Hace tiempo recuerdo que estábamos en casa de mi hija y llegó mi nieto de diez años totalmente desconsolado porque se suspendió el juego de béisbol de su liga infantil. El otro equipo sólo se presentó con ocho jugadores. No sé si entiendas algo de béisbol, pero siempre hay jugadores suplentes sentados en la banca esperando su turno de entrar al terreno. Pero este equipo de mi nieto no fue capaz de prestar un jugador al otro equipo para que los chicos pudieran jugar y divertirse, sólo porque tenían que seguir las reglas de la liga. Quiero decir, esto ya es llevarlo a absurdos reales, pero es el tipo de cosas que están sucediendo ahora mismo.

La disciplina institucional por encima de las necesidades no sólo de algún individuo, sino por encima de las necesidades del propio colectivo social. Pero tocado el punto, ¿usted jugaba béisbol de niño?

[Chasqueo de lengua] Bueno, es algo interesante, pero mis padres eran inmigrantes, de modo que éramos americanos de primera generación. Parte del proceso de socialización, especialmente para los chicos jóvenes, consistía en saber todo acerca del béisbol. En esos años el béisbol era el deporte. Apenas había baloncesto profesional y algo de fútbol americano. Los chicos en mis circunstancias –chicos inmigrantes de primera generación– podían darte todos los detalles sobre el béisbol, todas las estadísticas. Por ello yo también pasé por esa fase.

Cuesta imaginar a Noam Chomsky, el intelectual, el activista, como un aficionado al béisbol. Dígame algo, ¿coleccionaba estampitas de peloteros?

Sí coleccionaba estampitas. Esto fue en los años 30’s.

¿Aún conserva las estampitas?

[Sacude la cabeza para negarlo] Pero te puedo narrar, si realmente quieres que te aburra, el primer juego de béisbol al que asistí, inning a inning, jugada a jugada.

No, gracias, no es necesario.

Un juego maravilloso, eran los Yankees en la Serie Mundial. Nos sentamos en los bleachers justo atrás de Joe Dimaggio. Lanzaba Red Ruffing. El receptor era Bill Dickey. Lou Gehrig estaba en primera. Fue increíble.

¿Inning a inning?

Oh, no te voy a aburrir.

¿Soñó alguna vez con ser pelotero?

No, pero cuando tenía diez años quería ser taxidermista por alguna razón. No me preguntes el porqué. [Risas]

¿Aún asiste al estadio de béisbol?

Me falta tiempo hasta para ir al cine. No iría solo al estadio, pero por algún tiempo iba acompañado de mi nieto.

Hay un documental en donde usted narra la experiencia de ir a un juego de fútbol americano de high school y de repente suelta un lapidario: “¿Por qué me preocupo por este equipo? Ni siquiera conozco a alguien del equipo”. Aquí fue muy lejos. Se vio como un amargado. La gente se cuestiona si usted ha disfrutado la experiencia de un perrito caliente con mostaza y una cerveza fría. No es el caso, pero con comentarios así resulta más fácil imaginarle como el Scrooge de la crítica social. ¿Por qué nos crucifica por apoyar a un equipo deportivo? Se trata de una experiencia social que genera interacciones y recuerdos muchas veces positivos. ¿Qué hay de malo en ello?

Ese no es mi punto. Mira, si quieres disfrutar un juego de fútbol, pues genial. Si quieres disfrutar un juego de béisbol, eso es grandioso. ¿Pero por qué das importancia a quién gana? ¿Por qué debes de vincularte con un determinado grupo de profesionales, de los cuales te dicen que te representan y de que más vale que ganen, porque de lo contrario puedes hasta suicidarte, cuando en el fondo ellos son perfectamente intercambiables con los miembros del otro equipo de profesionales? Esto es una locura.

Mi siguiente pregunta iba enfocada precisamente a cuestionarle sobre su equipo favorito de béisbol, pero visto lo visto debo entender que usted se considera un aficionado eventual al béisbol, entendido este como un espectáculo o un pasatiempo, pero no se considera un seguidor o fanático de tal o cual equipo. Para el caso de los seguidores de un equipo, usted propone aquí una disonancia cognitiva, porque como seres racionales seguirían una causa irracional.

Y así es. Lo siento por defraudar esa expectativa de su parte. El fanatismo deportivo es parte del entrenamiento de las masas para su posterior adoctrinamiento ideológico, pues en aquél se tocan fibras irracionales requeridas para sostener a este. Los medios de comunicación juegan un papel vital en estos procesos de adoctrinamiento. La propaganda es a una democracia lo que la porra es a un estado totalitario. Podemos verlo claramente si queremos, pero al final, si así lo elegimos, podríamos vivir en un mundo de espejismos confortantes.

viernes, 15 de febrero de 2013

LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD. EL HOMBRE MISTERIOSO DE BERTRAND RUSSELL


De acuerdo a la enciclopedia libre, Bertrand Arthur William Russell, (Trellech, Gales,  18 de mayo de 1872 - Penrhyndeudraeth, Gales,  2 de febrero de 1970) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganador del Premio Nobel de Literatura (1950) y conocido por su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos matemáticos y su activismo social.

Bertrand Russell no creía en la felicidad como un concepto reservado al misticismo y a las religiones, por lo general estas últimas pletóricas de vagas promesas de vida eterna (ver su obra “Por qué no soy cristiano”). No, Bertrand Russell no creía en esos arcanos de la superstición y de la teología. Bertrand Russell creía en la felicidad del aquí y ahora, de la felicidad cuya fuente emana del goce del día a día de la existencia, por ello en su obra "La Conquista de la Felicidad” (1930) se propuso compartir aquellas cuestiones que él consideraba como causas de la infelicidad y en su caso como causas de la felicidad.

Por supuesto, un matemático como Russell obsesionado con considerar todas las variables posibles en cualquier ecuación no pudo ni mucho menos soslayar en la ecuación de la felicidad la variable aportada por el Béisbol, lo cual dio pie a una muy discutida controversia, a saber a través del texto siguiente:

“(…) Me acuerdo de cuando conocí a uno de los principales literatos de Estados Unidos, un hombre, que a juzgar por sus libros, yo suponía consumido por la melancolía. Pero dio la casualidad que en aquel momento la radio estaba informando de los resultados más importantes de la liga de béisbol; el hombre se olvidó de mí, de la literatura y de todas las demás penalidades de nuestra vida sublunar, y chilló de alegría porque había ganado su equipo. Desde aquel día, he podido leer sus libros sin sentirme deprimido por las desgracias que lee ocurren a sus personajes.”

¿Quién era en realidad el misterioso aficionado al Béisbol? ¿Quién era ese literato capaz de chillar de alegría y olvidarse del mundo y todas sus miserias por un pedazo de la felicidad terrenal aportada por el Béisbol?

Cuando se consideran cuidadosamente todos los elementos aportados por el texto de Russell en lo tocante a referencias espaciales, temporales y cualitativas, desde las sombras surge un nombre: Thomas Stearns Eliot  (San Luis, Missouri, 26 de septiembre de 1888 – Londres, 4 de enero de 1965), más ampliamente conocido como T.S. Eliot. En efecto, el poeta y dramaturgo Premio Nobel de Literatura (1948) T.S. Eliot reúne en principio las condiciones planteadas por las referencias mencionadas: ser uno de los principales literatos estadounidenses, ser un hombre de carácter melancólico y ser un personaje con el cual solía ya reunirse Bertrand Russell antes de la escritura del libro “La Conquista de la felicidad”. T.S. Eliot fue incluso alumno de Bertrand Russell en la Universidad de Harvard a finales de la primera década del siglo XX y posteriormente una persona muy cercana al gran filósofo, tan cercana que ambos conformaron un triangulo amoroso junto a Vivienne Eliot, la esposa de aquél.

Sin embargo la tesis propuesta presentó por décadas una fractura en su edificio lógico: T.S. Eliot no parecía mostrar interés alguno por el Béisbol. Los académicos no encontraban el hilo conductor. Mas había algo de artificial en ese desinterés por el Juego de Pelota, como si T.S. Eliot rehuyera el tema, como si el Béisbol le doliera en el recuerdo. Y así era, a T.S. Eliot le dolía el Béisbol en el recuerdo, tal y como propuso recientemente el investigador Louis Phillips basado en las conjeturas de otros académicos.

Al parecer, T.S. Eliot era fanático de los Boston Red Sox, pues aunque era natural de San Luis por su sangre corría la sangre de la familia Eliot de Nueva Inglaterra y el sello de los graduados de Harvard, precisamente en esa misma región. Pese a esto último, los dos primeros años en Harvard de Eliot fueron un desastre desde el punto de vista académico, en teoría porque Eliot estaba más interesado en la suerte de los Boston Americans (el nombre anterior de los Red Sox) y en asistir al estadio de Huntington Grounds que en cumplir con sus asignaciones escolares. Curiosamente justo cuando Eliot entró a Harvard en 1906, Boston había completado una desastrosa campaña de 49 triunfos y 105 derrotas. Hasta el legendario pitcher Cy Young perdió 21 juegos esa temporada. Sí, a Eliot le dolía el Béisbol y le dolía el equipo de sus amores. Eliot no podía concentrarse en la universidad desde el sufrimiento aportado por la mística trágica del equipo de Boston. Pese a ello, el silencio absoluto de Eliot sobre el Béisbol no llegaría hasta la infame venta en 1920 de Babe Ruth al odiado rival: los New York Yankees. Eliot debió haber sentido auténtica rabia e impotencia. El hecho era (y es) abominable. Louis Phillips señala con tino al respecto: “El silencio es desafiante. Todos saben que es imposible pasar cualquier temporada larga en Nueva Inglaterra sin entrar en contacto con la Fatalidad, el Destino y los Desmadres Generales de los Red Sox. Es algo que no se puede dejar de hacer.”

Louis Phillips incluso va más allá al referirse a un borrador del libro de poemas más conocido de T.S. Eliot, esto es “The Waste Land” (“Tierra Baldía”), el cual al parecer se intitulaba originalmente “The Waste Land called Huntington Grounds” (“La Tierra Baldía llamada Huntington Grounds”) en referencia directa al viejo estadio del equipo bostoniano. Debe recordarse que en inglés Waste Land representa una polisemia al admitir tanto la idea de tierra baldía como el desperdicio o el desgaste o el agotamiento de la tierra fértil, es decir vendría a significar una metáfora de la poética trágica de los Red Sox.

Si bien todo lo aquí planteado no pasa de lo meramente especulativo, tengo para mí otra tesis no menor sobre el ocultamiento por parte de Bertrand Russell del nombre del literato fanático del Béisbol: se trató de un hecho flagrante. Russell pretendió preservar en el anonimato el nombre del personaje no sólo porque se trataba de su amigo Eliot y porque pretendía así mantener en secreto lo que el mismo Eliot quería mantener como propiedad exclusiva de su vida y dolor personal en una de esas extrañas formas de las que se llega a revestir la felicidad del individuo, sino porque para el propio Russell era indispensable dentro de su felicidad particular mantener lo más oculto posible el triángulo amoroso ya citado, y del cual el mismo T.S. Eliot era perfectamente consciente. La metáfora bíblica de Pedro, la negación: Bertrand Russell negaba a los Eliot pensando en Vivienne y T.S. Eliot negaba al Béisbol pensando en los Red Sox. La felicidad es una consecuencia de arreglos  inesperados.

Datos personales