jueves, 28 de febrero de 2008

El BÉISBOL Y LOS NÚMEROS PRIMOS


Si como lo refieren las historias bíblicas el hombre fue modelado a partir del barro, del béisbol podría decirse que fue ultimado a partir de diversos elementos contenidos en el ritmo eterno, la esfericidad del logos, la poesía del viento y los misterios matemáticos.
El béisbol posee alcances insospechados capaces de inspirar brillantes artilugios en personas provenientes de muy diversos ámbitos, tal y como se puede leer en un artículo acerca de los denominados pares de Ruth-Aaron. Se reproduce un extracto con su liga por si alguien desea leerlo en su texto original.

Fernando del Alamo
Historia de la Ciencia
http://www.historiasdelaciencia.com
Qué relación hay entre el béisbol y los números primos? Aunque en el béisbol, al igual que en otros deportes, son muy importantes las estadísticas, en este artículo nos referimos a una relación bastante más curiosa e inesperada con las matemáticas, en particular, con los números primos. Y sobre ello y otras anécdotas versará nuestra historia de hoy.
El 8 de abril de 1974, Hank Aaron bateó un home run (en castellano se puede decir también “jonrón”): el numero 715 de su carrera. La importancia de este home run era que, con él, Aaron rompía la marca histórica que Babe Ruth estableció en 1935 y que estaba precisamente en 714.
Resulta que Carl Pomerance, un matemático que trabajaba en la ciudad de Atlanta, donde Aaron había bateado su home run 715, notó que los factores primos de 714 y 715 satisfacían una propiedad interesante.
Si factorizamos ambos números obtenemos las siguientes descomposiciones:
714=2 × 3 × 7 × 17715 = 5 × 11 × 13
Si nos fijamos en las sumas de ambas factorizaciones tenemos que:
2 + 3 + 7 + 17 = 5 + 11 + 13 = 29
A los números que satisfacen esta propiedad, es decir, a los pares consecutivos cuya descomposición en factores primos tienen la misma suma, Pomerance les llamó pares de Ruth-Aaron. Y claro está, en cosas como esta, los ordenadores son fantásticos. Pomerance descubrió que entre los números menores que 20.000 hay 26 pares de Ruth–Aaron. El mayor en este rango lo forman el 18.490 y y el 18.491.
Aunque los pares disminuían en cantidad cuando los números crecían, Pomerance conjeturó que había infinitos pares de Ruth–Aaron, pero no tenía idea de demostrar su corazonada. Su descubrimiento fue publicado en un paper de tono desenfadado en el Journal of Recreational Mathematics. Una semana después de la publicación recibió una llamada de Paul Erdös, a quien no conocía. El maestro de la teoría de números le dijo que había demostrado la conjetura y que quería ser invitado a Atlanta para mostrarla.
Erdös No tenía ocupación laboral estable: daba clases aquí y allá y conferencias, y así iba tirando. Renunció absolutamente a todas las comodidades materiales, incluso tampoco tenía domicilio fijo: vivía en casas de amigos allí donde le tocaba enseñar o hacer de conferenciante. Poseía un lenguaje peculiar. Los niños eran “épsilon” (en matemáticas, épsilon es un número muy pequeño), dar clases “predicar”, el matrimonio “captura” y Dios era “FS” (fascista supremo); las mujeres eran “jefes”, los hombres “esclavos”, los casados “atrapados”, la música era “ruido” y el alcohol “veneno”. Cuando decía que alguien había muerto significaba que había dejado de hacer matemáticas. Rechazaba toda religión organizada. Un día fue a dar clase a una escuela católica y dijo que lo único que le molestaba era que hubiera tantos signos “más” (+) en las paredes. En otra ocasión le preguntaron: “¿Qué dirías a Jesucristo si te lo encontraras en la calle?” y respondió que le preguntaría si la hipótesis del continuo era verdad. Daba tres posibilidades en la contestación que debía darle este último:
a) Gödel y Cohen ya había dicho todo lo que hay que saber.
b) Sí existe respuesta, pero tu cerebro no está lo suficientemente desarrollado para entenderla.
c) El Padre, el Espíritu Santo y Yo hemos estado elucubrando sobre el particular desde mucho antes de la Creación, pero no hemos llegado a ninguna conclusión.
Pero volvamos con Pomerance y los pares de Ruth-Aaron. El encuentro derivó en una colaboración que se plasmó en 21 publicaciones. En 1995, Hank Aaron y Paul Erdös recibieron el doctorado honoris causa de la Universidad de Emory. Erdös, si bien llevaba toga y birrete, también llevaba sus sandalias. Se sentó en el podio con la cabeza entre las manos garabateando sus cuadernos de matemáticas mientras duraba la ceremonia.
Pomerance explicó todo sobre los pares de Ruth-Aaron al propio jugador Hank Aaron, quien escuchó pacientemente lo que cambió la vida del propio Pomerance. Finalmente les pidió a ambos (a Erdös y a Aaron) que le autografiaran una pelota de béisbol, lo cual hicieron con gusto; y así, Pomerance afirmó: “Hank Aaron tiene número de Erdös uno.”

martes, 26 de febrero de 2008

EL BÉISBOL ESE ARTE MISTERIOSO


¿Es realmente difícil el béisbol? No lo sé de cierto, pues al trasegar los confines de mi memoria no recuerdo con precisión algún momento en el que no haya comprendido o no me haya emocionado el Juego de Pelota; no es que no haya existido un momento así, pero al rememorar tan atrás me acerco a esa región gris en la cual las imágenes penden de las palabras de los demás. De hecho aprendí a atrapar la pelota antes que a usar los cubiertos o a rezar extrañas letanías. Hablo desde luego por mí; otras personas, algunos amigos míos, huyen del béisbol como si ante ellos fuera plantado un examen de química orgánica en la escuela preparatoria. Supongo que el béisbol como todo arte complejo requiere de una educación de la mente y de los sentidos, sin lo cual no se le puede gozar en plenitud. El béisbol es como la Sonata a Kreutzer: no a todos les puede gustar, pero cuando es tocada por, digamos, Thibaud, Casals y Cortot no se puede pasar por alto; así el béisbol cuando es dibujado con maestría en el terreno de juego por hombres como Ruth, Mantle, Mays y otros grandes genios.
Con ánimo de dar espacio a otros puntos de vista, reproduzco a continuación este artículo de Edwin Kako Vázquez a quien se puede leer en http://www.1800beisbol.com/.

SI NO SABES DE BEISBOL APRENDE Y GOZATE ESTE ARTICULO - Muchas veces me pregunto que cuantos juegos necesitaría una persona para poder entender el bendito y magnifico béisbol. A menos que usted sea un fiel asiduo de este enredo norteamericano y se jacte de haber contado "bolas y strike" desde los tiempos de Matusalen (tal vez Matusalen jamás asistió a un parque) el béisbol y no deja de ser para muchos un verdadero crucigrama alrededor de una pequeña esfera blanca. Jamás entenderé [el] por qué cambiar tanto la pelota y no jugar con la misma todo el partido (aunque sospecho que luego de ser santiguada una y otra vez con un baño de saliva por el lanzador, a ningún otro jugador le molestaría tan repetida idea).
En fin que una vez entra en juego la saturada pelota, lanzador en loma, receptor tras el plato y "umpire" en posición cantoríl, comienza esta amalgama deportiva para martirio de todos aquellos aspirantes a conocer algo sobre el deporte rey. Primer "Strike" para Goliat, "bola alta" para Danny Devitto, será acaso la zona de strike apta sólo para jugadores de estatura promedio o tratase no más que un asunto arbitrario del hombre que viste de luto detrás del plato.
Personalmente creo que el conteo de "bolas" y "strike" no es el único punto controvertible en el susodicho juego. Un amigo de la infancia me decía Edwin, el hallarle sentido y comprensión a este popular deporte me llevó a recurrir a los libros, no siendo mayor mi sorpresa el verme ahogado en un mar de estadísticas. Entre k's, RBI, AVG y otras hierbas salí disparado en busca de una solución más sencilla a tamaño problema.
Luego de innumerables intentos de asimilar esta notoria invención de los sobrinos del Tio Sam, logré acuñar en mi memoria una serie amorfa de términos beisbolisticos, tales como planchas, platos, "fouls" y otras jeringozas, que aunque poco aportasen a mi intelecto beisbolero, bien podrían en su momento hacerme pasar por el mejor de los entendidos en cualquier careo peloteril de callejón.
Recién entrenado mis nuevos conocimientos sobre béisbol, me dirigí con ligereza y no menos entusiasmo al estadio más cercano a disfrutar de mi primer juego de pelota, así como lo disfrutaría cualquier buen entendido en la materia. Para mi mayor vergüenza me percaté que los entendidos (a juzgar por la masa reunida allí) se contaban por miles (tal vez el único desentendido allí era yo y el anciano ciego que se encontraba en la primera fila). No paso mucho tiempo cuando se cantó "Play Ball". Entrando en juego la saltarina pelota, con el lanzador en la loma (siempre pensé que la loma se trataba de un gran camello semi sepultado), el receptor tras el plato y el árbitro en su ya acostumbrada posición cantoríl.
Al paso de dos "strike" y dos bolas cantadas cual si fuera una opera ejecutada por Pavarotti en su mejor día, el corpulento uniformado que blandía amenazante el madero conectó con rabia para las gradas, casualmente cerca de donde yo estaba. La pelota picó sobre la cabeza del anciano de la primera fila y vino a tener justamente sobre mí.
Aquella masa humana regresó a su estado primate y rindiendo homenaje a sus peludos antepasados se abalanzó sobre mí sin misericordia en pos del circular artefacto. Pocas palabras pudiesen definir lo maltrecho que quedó mi frágil humanidad ante la indiferencia de aquellos trogloditas. Con gran trabajo y muy poca ayuda logré incorporarme y luego de recoger mis lentes y encontrar mi zapato izquierdo me dirigí a mi aposento maldiciendo una vez más el béisbol.
Camino a casa me enteré que el fatídico cuadrangular decidió la serie (vaya lo valioso de la codiciada esfera), poco me importaba en comparación a lo que sucedía con mi quebrada osamenta. Ya dentro de la seguridad de mi hogar mi triturado cuerpo fue a dar con urgencia contra la blandura de mi confortable colchón, y más grande fue mi sorpresa al encontrar en mi bolsillo izquierdo la blanca y saturada pelotita. De más esta expresar que quedé patidifuso, y que al momento de intentar articular palabra ante tan preciado hallazgo, solo pude gritar a viva voz: "ARRIBA EL BEISBOLLLLL".

lunes, 11 de febrero de 2008

LA CAMISA DE MÉXICO Y LAS SERIES DEL CARIBE


Probablemente no muchos estén de acuerdo conmigo, pero a mi me provoca cierto escozor mirar a los campeones de la Liga del Pacífico en la Serie del Caribe con la camisa de México.
Dos de las escenas más felices de mi vida como irredento amante del béisbol son imágenes alejadas de la bandera tricolor. Una, los Tomateros de Culiacán vestidos para mayor dicha de un servidor con los colores guindas y levantando el trofeo de la Serie del Caribe en República Dominicana en 1996. La otra, Matt Stark, recibiendo el trofeo de Jugador Más Valioso de la Serie del Caribe en 1997 y portando la casaca Tomatera (al menos bajo la camisa de México abierta de par en par) para afrenta de ciertos aficionados naranjeros en el estadio Héctor Espino.
No me gusta ver el uniforme de México por muy diversas razones. ¿Para qué arriesgar así los colores patrios? Pareciera que el verde, el blanco y el rojo son teiboleras haciendo sexies por todo el bar. (Pienso sobretodo en las últimas actuaciones de los naranjeros en la Serie del Caribe y una que otra de los venados). ¿Para qué insistir en vender la imagen de México cuando se trata de un equipo plagado de extranjeros? ¿Para qué arrogarse la representación de un país, representación que nadie les ha otorgado?
Y no hablo de ser villamelón, porque a mi me da igual si gana la Serie del Caribe otro equipo que no sean los Tomateros. La Serie del Caribe es un torneo de equipos campeones, no de selecciones nacionales. No tiene sentido vestir los colores nacionales. Por ejemplo, ni siquiera podría imaginarme, en un deporte menor como el fútbol, a clubes de naturaleza fascista o nacionalista como el Real Mandril o las Chivas del Guadalajara en torneos internacionales jugando con la camisa de España o México respectivamente. No creo que esos dos clubes, a pesar de ser de los más radicales, lleguen a tales extremos; ni creo que los aficionados de los demás equipos lo permitirían.
Por eso me agradó ver a los Tigres del Licey ganando la Serie del Caribe de 2008 con su uniforme azul bien puesto. Así debe ser. Bravo Tigres.
O dicho de otra manera: ¿para qué cambiar una dosis real y concreta de gloria de aficionado de a pie, fiel de cierto equipo, por un ente abstracto, inaccesible y absurdo como el nacionalismo patriotero?

jueves, 7 de febrero de 2008

EL SANBORNS DEL CENTRO COMERCIAL DELTA


Siempre he tenido para mí que un bar o restaurante es una cosa casi personal y de íntima comunión entre propietarios y clientes. Por ello y debido a otros prejuicios nunca he mirado con buenos ojos a las cadenas de restaurantes. No pongo aquí en duda su calidad, su técnica o su arte, según quiera entenderse desde la perspectiva gastronómica - aún y cuando ciertas cadenas como McDonald’s simplemente apestan. Yo de lo que dudo es que haya corazón o sentimiento alguno en el concepto.
Una de las más vivas muestras de los establecimientos comerciales criticados resultan ser los Sanborns. El ambiente en esos lugares suele ser frío como el metal en las arcas del señor Carlos Slim. El vestuario de las pobres meseras me parece francamente tan ridículo y humillante que he tenido no pocas veces la tentación de denunciar los hechos ante la Comisión de Derechos Humanos, Watch Rights y hasta Greenpeace.
No obstante, fue justamente en el bar del Sanborns del Centro Comercial Delta de la Ciudad de México donde encontré uno de los sitios más cálidos que un aficionado al béisbol pudiera encontrar para beber una cerveza. Lo anterior, desde luego, sin contar los estadios de béisbol.
Dicho bar tiene sus paredes adornadas con magníficas fotografías de la primera mitad del siglo XX de diversas acciones beisboleras pertenecientes a las Ligas Negras y a los clubes de YMCA como precursores del juego de pelota, así como con algunas imágenes relativas a viejas ligas infantiles.
No deja de sorprender el motivo de tan portentoso despliegue pictórico en un bar de una fría cadena de negocios, en una fría plaza comercial y en una fría ciudad obscenamente panbolera. La razón acaso se encuentra cifrada en que el centro comercial Delta está asentado sobre los terrenos del extinto parque de béisbol del Seguro Social, donde antaño fraguaban sus batallas los diablos y los tigres. Ignoro quién tuvo la idea de convertir ese bar de Sanborns en un indisputable templo del béisbol. Ignoro si esa persona actuó movida por intereses deportivos o empresariales. Ignoro si los defeños o chilangos realmente aprecian la belleza de ese sitio. Pero lo que no ignoro es que la situación es digna de todo mi reconocimiento. Vale la pena visitar el lugar y clavar entre pecho y espalda algunos tragos de malta remojada a la memoria de esas formidables fotografías y de los personajes en ellas que amaron el juego de pelota lo suficiente como para dejar evidencia irrefutable de ello.

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