sábado, 29 de diciembre de 2007

UNA BREVE CRÓNICA MARCIANA DE RAY BRADBURY


Ray Bradbury es un escritor estadounidense de ascendencia sueca nacido el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois.
Bradbury suele ser conocido por dos de sus novelas: Crónicas Marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953). Sin embargo, no es menos fascinante la tesis de uno de sus cuentos: el béisbol como tiempo que es todos los tiempos. Es un breve y extraño cuento llamado en español “Hola y Adiós”. Un cuento sobre un chico (¿?) de nombre Willie, quien hace memoria de diversas situaciones que siempre vienen a desembocar en el recuerdo de un juego de pelota de su infancia y con ello retoma el pasado como partícula elemental de su presente y a la vez como aviso o ensoñación de todo tiempo futuro.
No lo sé, nunca me he tomado en serio esa superstición llamada análisis literario. La verdadera literatura, pienso, no ha de decir nada en particular, sino simplemente marcar las posibilidades para cada uno de nosotros. Por eso me parece aventurado hacer una interpretación de la narración de Bradbury, porque a fuerza de ser personal ha de ser siempre incompleta y ambigua.
En esa aventura encontré que cuando uno recuerda un juego de pelota se pone en entredicho el universo como un accidente del movimiento. El movimiento se torna ilusorio. Las imágenes aparecen como fotografías y uno regresa a ese pasado y se queda ahí. Uno es parte de ese pasado, inolvidable porque está siempre presente.
Pero ya he dicho demasiado, mejor transcribo una parte del cuento citado.

HOLA Y ADIÓS (Extracto)
Por Ray Bradbury

(…) Los chicos estaban jugando en el verde diamante del parque cuando pasó. Permaneció un ratito bajo la sombra de los robles, observándolos lanzar la blanca, nívea bola de béisbol que hendía el aire cálido del verano; vio volar sobre la hierba, como un pájaro oscuro, la sombra de la bola; vio cómo se abrían las manos, como bocas voraces, para atrapar aquel raudo fragmento de estío que ahora parecía tan importante asir. Gritaron los chicos. La bola aterrizó en la hierba, cerca de Willie.
Al avanzar con la bola, saliendo de los árboles umbrosos, pensó en los tres últimos años, ahora gastados hasta el céntimo, y en los cinco años anteriores, y así, remontando el hilo de su vida, hasta el año en que cumplió verdaderamente los once años y los doce y los catorce; pensó en las voces que decían: ("¿Qué le pasa a Willie, señora?" "Señora B., ¿no está Willie retrasado en su crecimiento?" "Willie, ¿has estado fumando cigarrillos últimamente?" Los ecos se extinguieron en luz y colores veraniegos. La voz de su madre: "¡Willie cumple hoy los veintiuno!". Y un millar de voces repitiendo: "Hijo, vuelve cuando cumplas quince años; tal vez entonces podamos darte trabajo".
Se quedó mirando fijamente a la pelota de béisbol que sostenía en su mano temblorosa, imagen de su vida, una bola interminable de años bobinados y rebobinados una y otra vez, pero siempre conducentes a su duodécimo cumpleaños. Oyó a los chicos venir hacia él; sintió que le tapaban el sol, los vio mayores que él, rodeándolo.
(…) Permaneció mirando al negro tren hasta que se fue completamente y se perdió de vista en la lejanía. No se movió durante todo el tiempo que tardó en irse. Allí se estuvo, quietecito en el fatigado andén de madera, doce años de chiquillo, y sólo después de pasados tres minutos completos se volvió para, por fin, encararse con las calles desiertas.
Después, mientras el sol se alzaba, echó a andar a toda prisa para guardar el calor, bajando de la estación, entrando en la nueva ciudad.

martes, 25 de diciembre de 2007

MENSAJE NAVIDEÑO


Es mejor felicitar en lo individual. Uno por uno. Pero ya saben: los deberes, la distancia, la pereza, las cuentas telefónicas expedidas por el señor Slim, las crudas, sobre todo las abominables crudas... Es un lío esto de preparar mensajes navideños de bienaventuranza. Un mensaje de este tipo es ante todo un regalo. ¿Y cómo hacer un regalo? Es decir, un Regalo. Al menos uno original. La gente cree hacer regalos, pero no tiene idea. Nadie ha podido a la fecha elaborar una teoría del Regalo.

Los personajes navideños canónicos o tradicionales carecen de las aptitudes o de la inteligencia intuitiva para entender el campo de acción del Regalo. Santa Claus padece de diabetes galopante y se encuentra en el retiro. Rudolph, el reno, fue empleado en servicios de taxis aéreos hasta que fue atropellado por un Boeing conducido por un piloto ebrio. Los duendes tuvieron mejor fortuna, pues abrieron un fideicomiso de inversiones y terminaron siendo propietarios de un castillo en Irlanda, donde tienen por vecino al Lic. Carlos Salinas de Gortari. En fin, que no nos queda mucho de donde asirnos para saber hacer Regalos, por lo cual lo mejor es regresar a los orígenes y no precisamente a los pasillos de Walt Mart, Liverpool o el Corte Inglés.

Me refiero a aquel misterioso hombre, poeta y místico, que nos quiso hacer el más grande Regalo posible (un Regalo que por cierto nadie, a pesar de gritos de unos y otros, ha atinado a siquiera adivinar). Dicho hombre fue incomprendido y encontró hace más de dos mil años la muerte entre dos maderos. Por él y en función de su gesto de buena voluntad sin pedir ni querer nada a cambio sería válido desearles a todos una muy feliz navidad. ¿Pero qué más da la causa? Me da la gana desearles buena suerte y lo mejor. Eso es todo. Ese es mi simple y humilde Regalo.

lunes, 24 de diciembre de 2007

¿POR QUÉ ME GUSTA EL BÉISBOL?


(*) Pido disculpas porque debido a las limitaciones de esta página, el siguiente texto fue modificado de su versión original para adecuarlo a las dimensiones de ancho de esta entrada. Es una especie de mala versión full-screen en prosa churrigueresca, pero ni modo, los argumentos son esencialmente los mismos y, espero, también válidos.

ME GUSTA EL BÉISBOL

Porque Roberto Alomar jugaba al béisbol para cincelar impolutos-imposibles engarces entre los límites diagonales de la primera y la segunda base. Porque Derek Jeter existe y existirá como una suerte de figura cósmica meta-real que forma parte de la galería extática del béisbol. Porque en el Duque Hernández se corroboran las negaciones-miserias de la política y las afirmaciones-pródigas del juego de pelota. Porque mi padre fue un místico-aventurero de múltiples dialécticas y múltiples oficios, entre ellos el de manager de ligas infantiles devoto de la cruda dominical. Porque mi madre nunca supo de telenovelas ni de chismes de cuasi-barriada mexicana sino de epopeyas brotando de la caja cúbica radial. Porque Álvaro, mi hermano, bateaba en su furia hacia las estrellas más distantes apostando al error de mi parte, pero yo nunca deje ir vivo un solo fly. Porque supe de la implacable solemnidad litúrgica del béisbol a muy temprana edad, cuando di de comer a nuestro perro la casaca autografiada por Valenzuela. Porque mis mejores camaradas de la infancia si bien no jugaron todos con fortuna, supieron al menos lo difícil que es darle a esa pequeña pelota de cuero. Porque en aquella Serie del Caribe del ’93 en Mazatlán echaron al Mako Oliveras en el primer juego del Santurce, por llamar “parcelero” al ampayer. Porque una noche Ray Torres, jardinero central de los Tomateros, fue buda-kshatria trepándose a la barda para robar de las manos del aire un cuadrangular. Porque alguna vez de pequeño fui amo, señor y gurú de este indómito mundo al poseer una estampita de Will Clark. Porque en otra ocasión, Paquín Estrada me pidió prestada mi pluma de escribir para trazar sobre la arena una misteriosa estrategia infalible. Porque teníamos al Mago Septién entretejiendo ecuaciones precisas con relatos falaces para explorar las ricas posibilidades de lo verídico-irreal. Porque no hay nada más pavoroso que mirar batear a Big Papi o a Manny Ramírez en la novena baja, con caja llena y los Yankees apenas arriba por una carrera. Porque nadie conoce mejor el exilio y la soledad de un paria que Bill Buckner, el hombre del error en la Serie Mundial del ’86. Porque somos azorados testigos de la danza ejecutada por las vaqueritas de Tecate, no mujeres sino vertiginosas e inmaculadas instigaciones de la sangre. Porque me gusta comprar de vez en cuando una torta de carne asada en el estadio y disfrutarla mientras Oliver Pérez conjura los oficios de la lumbre. Porque hay un más allá de la línea de foul hecho de otras batallas y otros encuentros (pienso sobre todo en Pete Rose y Joe Jackson). Porque hay caballeros intachables del terreno de juego como Luis Polonia por quien bien vale una misa en Quisqueya. Porque las noches de trapecio son inagotables y es necesario un puñado de magia para consolar a todos esos ojos cargados de insomnio o faltos de alegría. Porque este juego es un gigantesco barómetro, bajo el cual se registran las tempestades y los días de borrasca de la termodinámica humana. Porque el béisbol, como los poemas de Rimbaud o los acordes de Monk, es honesto, una de las pocas cosas sinceras al alcance de todos. Porque mi dios murió hace más de dos mil años atravesado entre maderos y porque mis profetas predican con madero en mano. Porque sí. Porque es así como son las cosas. Porque no podía ser de otra manera.

domingo, 23 de diciembre de 2007

ESAS MALDITAS COSTURAS


De niño nunca fui buen bateador de rectas. Tampoco de curvas. Bueno, ya entrando en confianza, ni de sliders, cambios, tenedores, nudillos, etc. No es que no viera o que no fuera capaz de distinguir e intuir los lanzamientos o que acaso me intimidara la multitud de enardecidos padres de familia; simplemente, sin albur, no aprendí a sacar a tiempo el bate. La esférica, por naturaleza, es elusiva.
La pelota de béisbol por sí sola representa un mundo mucho más intrincado que el contenido en ciencias enteras. Sería más simple disertar sobre la teoría de los campos unificados de Einstein, la filosofía de Kant o la Ley del Impuesto sobre la Renta de sepa dios quién, que sobre la combinatoria y la física gravitacional de esa pequeña esfericidad blakeana de cuero forrado. Por ello me limitaré a transcribir parte de un texto de Jorge Alfonso sobre uno de los elementos de la pelota: las inextricables 108 costuras de hilo rojo uniendo los pedazos de cuero.

Caprichosas Costuras

“Los análisis científicos de los laboratorios aseguran que éstas, aparte de sostener el forro, cumplen diversos propósitos al crear una resistencia al aire capaz de afectarla velocidad y dirección de la pelota (efecto Magnus), denominación dada en Física al empuje experimentado por una esfera o cilindro en rotación en el seno de una corriente fluida.
“El nombre de tal acción recoge el apellido de su descubridor (1852), el científico alemán Heinrich Gustav Magnus (1802-1870).
“Según el fundamento teórico, al imprimirle un movimiento de rotación a la pelota la resistencia al aire que oponen las costuras mueven la bola para arriba o para abajo y permite la curva hacia la derecha o la izquierda. El grado de esos cambios en la dirección depende de la velocidad y la rotación ejecutadas.
“Si se desea lanzar una bola rápida con sentido hacia arriba debe sostenerse la pelota de forma tal que el área mayor de las costuras quede transversal en relación con la línea de vuelo.
“El movimiento rotatorio hacia atrás será conseguido al poner las últimas articulaciones del índice y del dedo medio sobre la costura y en el punto lejano a la costura opuesta.
“Aunque al lanzamiento en curva se le aplica el mismo monto de fuerza impreso a la bola rápida, la velocidad es menor debido a que la fuerza total tiene dos direcciones, una de ellas rotatoria.
“Este movimiento provocador hacia los lados o hacia abajo, o una combinación de ambos, se logran mediante la rotación del antebrazo y la muñeca.”

Complicado, ¿no? Y si a todo lo anterior le sumamos velocidades de entre 60 a 100 millas por hora, de algún modo se puede comprender el reto implícito. Jugar béisbol no es cualquier cosa, por eso no puedo sino sentir una profunda devoción y respeto por esa maravilla del mundo. Si acaso existe vida inteligente en otros sitios del universo, ésta sería relativamente fácil de corroborar mediante la ubicación de complejos beisboleros en otros planetas. ¿Para qué molestarse, señores de la NASA, buscando bichos microscópicos?

jueves, 20 de diciembre de 2007

SER O NO SER SANTA CLAUS, HE AHÍ EL DILEMA (FANTASÍAS DE TEMPORADA)


Por estas fechas es casi imposible salir a las calles. La gente parece guardar la cordura en el closet durante el mes de diciembre. Por mí parte, como siempre, me mantengo atrincherado en mi postura de Scrooge o de Darth Vader navideño.
Pienso en José como carpintero especialista en la fabricación de bates de madera, con los cuales su pequeño hijo practicaba el juego de pelota en los llanos de la antigua Jerusalén. Sólo así recobro la sonrisa y el valor para aventurarme a ir al estadio de béisbol.
El temor es fundado. Es época de situaciones insólitas. Según una nota de AP, que más o menos voy a reproducir aquí, un émulo de Nicolás de Bari, o sea un clon de Santa Claus, en un centro comercial denunció un ultraje a manos de una mujer que se sentó en sus piernas.
Sandrama Lamy, de 33 años, una mujer en muletas, tras supuestamente hurgar en las concavidades de Santa, fue acusada de agresión sexual y alteración del orden público. “La policía no dio el nombre del desconcertado Santa Claus (también conocido en algunos países como San Nicolás, Papá Noel, Santi Clo, Viejo Pascuero, Joulupukki, Father Christmas, Babbo Natale, Pai Natal, Dirty Sánchez, Juan Camaney, Julenmanden o Jultomten), pero sí indicó que tiene 65 años y se sintió mal porque había niños esperando para verlo.
"Aparentemente quedó impactado y avergonzado por todo el incidente", señaló el detective Myles.
“Un hombre que imparte lecciones a cientos de aspirantes al papel de Santa, "Santa Tim" Connaghan, presidente de RealSantas.com, dijo que nunca ha escuchado hablar de un incidente similar, aunque no es inusual que haya adultos que deseen posar con Santa Claus.
"Algunas damas muy agradables se han sentado en mis piernas", dijo Connaghan, que no entrenó al Santa de Danbury Fair. "De vez en cuando dicen: 'Espero que la señora Claus no se moleste'. Uno tiene que ser discreto y amable y decirles: 'Oh no, ella no se molestará. Usted puede sentarse aquí, pero sólo para una foto.'”
No lo tomen a mal, tras sopesar circunstancias factuales, aún me debato entre mantener mi actitud de cascarrabias-conservador y salir con una casaca de los Tomateros o de plano mostrar mayor espíritu navideño-aventurero y salir vestido de Santa Claus rumbo al estadio.


PD. 1 La intención era colocar una foto de Santa junto al texto, pero a quién diablos le interesa mirar a un tipo fofo y barbón. Bendita sea la memorable portada de la revista "Elle" que nos trajó a Paz Vega de vuelta.

PD. 2 No me pregunten acerca del bateo de esta temporada de los Tomateros. Lo describiré en ninguna palabra:

miércoles, 19 de diciembre de 2007

UNA DEFENSA DE LOS GUARISMOS BEISBOLEROS


El béisbol no debe nada al mercantilismo.
El béisbol no debe nada a nadie, salvo a un universo plagado de todo tipo de artilugios creadores de una rica y profunda memoria colectiva. Son, por el contrario, los mercantilistas con escapularios de Adam Smith quienes se han beneficiado hábilmente de la grandeza innata al béisbol. En el Rey de los Deportes, sobre todo en México, no hay como regla general televisoras ni gobiernos imponiendo a toda costa su ley deportiva comprando y eliminando equipos, árbitros y aficiones. El béisbol es una suerte de brahmán caminando intacto sobre una tabla con clavos de oro.
No hay nada de reprochable en mirar a una novena de millonarios en el juego de pelota. Al menos su vestuario mantiene una dignidad acorde a sus emolumentos: nada de pantaloncillos cortos, camisas exhibiendo las axilas o cascos de electroshock. El atuendo del béisbol es el traje smoking del mundo deportivo.
En esa línea, es cosa loable que el talento y el trabajo en el terreno de juego sean premiados y remunerados de forma justa. ¿Qué gana mucho dinero A-Rod? Sí, tal vez, ¿pero quién entre sus críticos es capaz de jugar como él? Los líbelos contra los salarios de los peloteros no son sino una vasta literatura cifrada en el viejo pecado de la envidia.
El béisbol es más que un juego. El béisbol es un arrebato onírico moldeado en materia tangible, pero también es fuente de sustento de muchos y acaso uno de esos raros elementos susceptibles de ser expuestos al capitalismo más brutal y aún así con el potencial de resistir los embates corruptores de éste para mantener un encanto natural y premiar cual una deidad salomónica por igual a pobres y ricos, basándose estrictamente en méritos deportivos y profesionales, no en méritos de estética a lo “Vogue”, “Vanidades” o “Cosmopolitan”.
En el béisbol sería impensable un caso como el del señor David Beckham, millonario a pesar de sus no pocas limitaciones como futbolista. Nada, por supuesto, en contra de míster Bekham, quien, además de tener una esposa anoréxicamente tentadora, hace todo muy bien excepto cabecear, defender, patear con la otra pierna, actuar en películas y… bueno, para qué seguir.
El béisbol posee un elemento de pragmatismo, pero no hay nada reprochable en ello.
El béisbol es una realidad sobre el terreno de juego: la culminación de las expectativas y aspiraciones de peloteros y aficionados en plena comunión con el Grial del Diamante. Otros deportes se limitan a la teoría de un gran encuentro, el cual muy rara vez llega, pues dichos deportes sólo están cifrados en las esperanzas, algunos recuerdos casuales y en el discurso circular de los medios y no en los hechos.
¿Qué hay de malo en llenarle el ojo al espectador?
El béisbol es estrategia en su estado más puro.
Cada lanzamiento, cada movimiento y cada batazo van precedidos de una estrategia sólidamente planeada a veces en instantes vertiginosos por mentes despiertas y músculos perfectamente articulados, no en simples acciones y reacciones de arco reflejo ni en formaciones pseudos-militares con nombres de numeración postal (4-2-4 ó 4-4-2) o de operación de sabotaje (formación escopeta o defensa de zona) y repetidas como meros mantras y supersticiones elevados a la categoría de dogmas de fe.
El sistema estratégico y de análisis objetivo del béisbol es de un carácter tan formidable que ha sido tratado de igualar en otros deportes menores (por ejemplo en el baloncesto y en el fútbol americano, así como por Mourinho, el exitoso entrenador panbolero lusitano); pero cosa curiosa, en el béisbol la estrategia es considerada como algo digno de admiración y sinónimo de sagacidad, no de juego rácano, soporífero y disruptivo del espectáculo como suele ocurrir en otros deportes, propicios bajo tan desfavorables circunstancias, seamos sinceros, para la tortura mental de los espectadores y aptos, por ende, para el desarrollo de la neurosis crónica y la venta de medicamentos anti-depresivos no probados en laboratorio.
El béisbol no es una afición basada en políticas contables.
En el terreno hay un juego de pelota, cuya virtud no radica en los números, sino en las posibilidades y en la consecuente manufactura de éstas. Los guarismos están ahí, cierto, pero no como la esencia del juego, sino como testigos inobjetables de una verdad y una historia incólume e impoluta y no en simples arrebatos y suposiciones indemostrables que no podrían conducir a otra cosa sino a discusiones bizantinas en lo teórico y a una extensión de la guerra en lo práctico - Si en un deporte no reina la paz en los estadios como en una suerte de paraíso recobrado, entonces ese deporte carece de trascendencia, pues se limita a duplicar las miserias de la vida o, dicho de otro modo, ¿cómo justificar entonces una disciplina deportiva cifrada en una ampliación del execrable campo de batalla?
El béisbol desarrolla la inteligencia matemática.
El béisbol en sus registros históricos se sirve de las matemáticas, pero no por ello acusa de la fría arquitectura de la inmovilidad o del mero registro construido sobre la arena de la evolución. Las matemáticas beisboleras son frecuentemente citadas únicamente por su sentido común, lo cual es erróneo, pues también son capaces de trascender el sentido común e ir más allá, ya sea hacia la imaginación o hacia la intuición.
Las matemáticas quizá sean una ciencia de proposiciones lógicas y austeras de forma canónicamente precisa, pero sus incontables aplicaciones les permiten ser utilizadas como herramientas y como lenguaje; un lenguaje descriptivo para poetizar con economía y elegancia la historia de un encuentro y las dimensiones de una jugada, donde el contar es el lenguaje de los números y éstos la narración del otro lenguaje, el del béisbol, verbo de la magia.
Enseñad béisbol en los jardines de niños y tendremos si no al próximo Albert Einstein, quizá al menos al próximo Joe DiMaggio. No hay desperdicio alguno en ese tipo de educación.
El béisbol está por encima del azar
Si bien no del todo exento de cierto azar, el béisbol tiende hacia el mérito. Es raro, rarísimo, que gane el que jugó peor. Así, estando el béisbol por encima del azar, se aproxima más que cualquier otro deporte a la divinidad, al cosmos creador en contraposición con el caos destructor. El béisbol, un deporte apolíneo.
¿Cómo confiar, en cambio, en deportes de corte dionisiaco (el fútbol y el rugby) cimentados en códigos de reglas creadas a partir de borracheras sucesivas en la decimonónica taberna londinense de Freemason’s?
En el béisbol las reglas fueron elaboradas en un parto originalmente arcano pero de perfecta sobriedad sucesiva para deleite de los aficionados, quienes con la tranquilidad proporcionada por un conjunto de normas fiables, civilizadas y objetivas pueden ya, entonces sí, degustar sendos vasos de cerveza en el estadio o frente al radio o el televisor.

Corolario. El béisbol es un conjunto de posibilidades. No dice nada a quien no es capaz de entreverlas. Pero a quien es capaz de intuirlas, hay un vasto universo de sensaciones custodiado por infinitas puertas e infinitas jugadas tras de ellas. Es posible elegir cualquiera, la que más convenga: la vida regida por uno mismo y por nadie más, salvo acaso por algún ente superior que nos otorgó a manera de compensación el bien supremo del béisbol.

*

[Oración para los fanáticos]

AL ELABORAR APROXIMACIONES HACIA UNA TEOLOGÍA BEISBOLERA, ASI CREO AHORA ACTUAR COMO MUJAHIDÍN PERO CONFORME A LA VOLUNTAD DEL SUPREMO REY DE LOS DEPORTES: AL DEFENDERME DE LA EXCESIVA MEDIATIZACIÓN DE OTRAS DISCIPLINAS MENORES LUCHO POR LA OBRA DEL SEÑOR.

martes, 18 de diciembre de 2007

AVISO DEL ADMINISTRADOR DE BÍTACORA


Esta bitácora, a pesar de sus diversas entradas, no es sino un conjunto de variaciones sobre un mismo tema: la confesión de un irredento fanático beisbolero.
Algunos amigos han expresado su preocupación por ciertas expresiones beligerantes y ampulosas en contra de otros deportes, exigiendo defina mi posición.
En lo personal soy enemigo de todo protagonismo y preferiría ser invisible. Sin embargo, por consideración y con ánimo de apelar estrictamente a la verdad, haré algunas exposiciones al respecto, antes de pasar en la próxima entrada a una defensa de la matemática beisbolera – si los teólogos defienden y difunden sus dogmas, ¿por qué no habríamos los aficionados al béisbol de intentar hacer lo mismo?
Sólo unos cuantos deportistas fuera del béisbol me han hecho sentir algo especial cuando los veo jugar. Entre ellos, Romario de Souza, Paolo Maldini, Roberto Baggio, Lionel Messi, Stephan Effenbergh, Julio César Chávez, Terry Norris, Joe Montana, Roger Federer, Charles Oakley, Dominique Wilkins, Dennis Rodman, Magic Johnson Allen Iverson, Paz Vega (sic) y desde luego Michael Jordan. Por puros riñones, nunca me gustaron Diego Armando Maradona, Hugo Sánchez, Jorge Valdano, Zinedine Zidane, David Beckham (en general, ninguno del América o del Real Madrid), Hakeem Olajuwon, David Robinson, Tim Duncan y Mike Tyson.
Como deportes de afición y emoción puras, conceptualmente hablando, me quedo con el béisbol y el baloncesto. Uno rey y otro príncipe.
Como jugador, alguna vez me quedé con el volleyball, pero no creo que pueda jugarlo ya al mismo nivel de antes. Ojala mi maestro, el legendario Joel “Polvareda” Sánchez, dos veces mundialista universitario, no esté leyendo esto.
Como espectador villamelón (finales y grandes eventos) me quedo con el fútbol americano (esos malditos Cowboys) y eventualmente el hockey (los toros no son deporte, son una metáfora de la muerte).
Como deporte de masas y de tejido social, soy honesto y acepto que no me puedo quedar con el fútbol, porque sólo a un puñado de aficionados le fue deparado el amor y el conocimiento a conciencia del fútbol; al resto, al gran resto, nos fue deparada simplemente la empatía con ciertos colores y jugadores. En ese sentido, afortunadamente nunca he llevado la identificación ideológica hacia las zonas de violencia tan comunes en el fútbol. Además, el fútbol es un deporte en el cual he encontrado una extraña dicotomía: el placer por los recuerdos y las expectativas de los grandes encuentros, pero a la vez la mayor cantidad de partidos aburridos y decepcionantes en proporción con otros deportes. Del fútbol también me sorprende la cantidad de aficionados casuales y comentaristas ignorantes en relación con la magnitud de la popularidad de ese deporte, lo cual me hace sospechar de una popularidad inducida, al menos en parte, de forma artificial gracias a la exaltación del nacionalismo representado por las selecciones de países, torneos internacionales más o menos bien organizados y ciertos intereses económicos, los cuales por supuesto no son propios nada más del fútbol. Entonces, ¿con qué me quedo en particular del fútbol? Con su testoterona épica y con varias de sus camisas, pues suelen ser cómodas de vestir en cualquier clima.
Por último, siempre he sido crítico hasta el punto de lo cáustico, empezando conmigo, mi familia, mi religión, mis héroes, mis representantes políticos y mis deportes de interés. Sin embargo, el temor reverencial que me produce el béisbol impide por lo general cualquier atrevimiento de mi parte del tipo ya descrito. El béisbol me ha exigido poco, muy poco, y me ha dado mucho a cambio. No estoy en condiciones de regatear sus méritos.

Epílogo. ¿Me gusta hablar de otros deportes? Sí, pero sin renunciar al derecho a la crítica y además no esperen que hable muy seguido de otras cosas aquí. No pidan imparcialidad, pues no soy juez del área penal, sino un simple fanático del juego de pelota. Este es un ciber-templo del béisbol. Todos los demás temas son asuntos menores.

lunes, 10 de diciembre de 2007

BÉISBOL EN ESPAÑA


Al aficionado al béisbol en España, país obscenamente futbolero, el destino le depara la incomprensión y en algunos casos hasta el martirio. No obstante, gracias al atrevimiento de unos cuantos (¡apoyados por clubes de fútbol!) ha sido posible establecer una liga de béisbol, si bien no libre del todo del formato panbolero con ascenso y descenso de divisiones, Copa del Rey, Liga y un sub-campeón de nombre sospechoso en extremo: el FC Barcelona.
¿El campeón de los dos torneos? Los Marlins de Puerto Cruz, en Canarias. Ese nombre no hace sino justicia al torneo de béisbol ibérico 2007, cuya síntesis oficial de finales presentamos aquí.

LIGA

La excelente labor del pitcher Leslie Nácar junto con una ofensiva inteligente y disciplinada en la que destacó el impulsor de la carrera de la victoria, Víctor López, que con un toque magistral metió en apuros a la defensiva culé en la segunda entrada, logrando que anotaran en carrera José Luís Riera y Toqui Salazar. Daniel Sánchez lo remolcó con fly de sacrificio para la tercera rayita. Un soberano home run del cuarto bate de los catalanes que salvó el "monstruo azul", la pared del center field, acercó a los visitantes, pero en la misma entrada los Marlins les devolvieron el favor fabricando la cuarta carrera. Este score se mantendría hasta la noven entrada, en la que los barceloneses lograron montar una seria amenaza anotando una carrera y llenando las bases con un solo out. Diego Lossada fildea un rolling violento por tercera y tira a segunda para eliminar al corredor de primera y Daniel Sánchez no pierde tiempo para efectuar un tiro certero a home para que Dewis Navarro bloqueara el home ante la embestida del corredor de segunda y completar el doble play que define la liga en favor de los Marlins de Puerto Cruz.

COPA DEL REY

En un juego que no se puede llamar de otra manera que épico, los Marlins se coronaron con la Copa del Rey por primera vez en su historia. El juego con el FC Barcelona tuvo que ir 4 entradas extra para decidirse con el marcador 2-0 a favor de los canarios en la décima tercera entrada. Daniel Martínez abrió el inning con hit y Néstor Pérez se sacrificó con toque para poner al corredor en posición anotadora. Dewis Navarro recibe boleto intencional y Richard Montiel falla para servir la escena para el "Capi" José Luís Riera, quien pega tremendo doble por toda la raya para impulsar las dos carreras que le dieran el triunfo a los Marlins de Puerto Cruz. Como se puede ver, los lanzadores se crecen con la importancia del compromiso, y así lo hizo Yoel Hernández blanqueando a los contrarios durante 9 episodios dejándole el relevo a Renny Duarte por los 4 inning restantes. No menos valor tiene la labor del monticulista del FC Barcelona que pudo mantener sin anotaciones a los tinerfeños por doce entradas hasta que recibió las dos carreras al final del juego. El resultado también evidencia la buena defensiva jugada por ambos equipos en la que aparte de las estrellas más renombradas se destacó el joven Víctor López con un auténtico juegazo en tercera base. Todo el público presente disfrutó de un espectacular encuentro, y los jugadores y directivos del FC Barcelona en un alarde de gallardía felicitaron al nuevo campeón de la Copa del Rey con mucha sinceridad y entusiasmo. De esta forma termina para los Marlins su temporada más exitosa en el béisbol de España conquistando el Campeonato de la División de Honor y la Copa del Rey ante rivales muy difíciles que prometen una lucha dura para la temporada que viene. Pero por ahora, a festejar y disfrutar de los triunfos, enhorabuena.

domingo, 9 de diciembre de 2007

EL HOMBRE DE LOS NÚMEROS


En 1999, en una edición de la revista “Letras Libres”, un incipiente millonario amante de los números y las estadísticas dio muestras en un artículo de que su conocimiento lógico-matemático se extendía más allá de los estados de pérdidas y ganancias, para abarcar también los guarismos beisboleros. ¿Quién, entre nosotros, habría de pensar que un día ese entusiasta fanático del béisbol se convertiría en el hombre más rico del mundo? El texto citado no deja de ser una curiosidad.

Beisbol y Estadísticas
Por Carlos Slim

El béisbol, cuyos adeptos parecen despertar en México luego de largas temporadas de tribunas semivacías, es un deporte espectacular que en mucho depende de las facultades físicas y de la destreza técnica de sus practicantes, pero también —no en último lugar— del despliegue de su inteligencia. De ahí que los mejores partidos sean los conocidos como "duelos de pitcheo", juegos cerrados, de muy escasas anotaciones, que suelen ser decididos por el buen fildeo o por el homerun solitario. En el béisbol —como en ningún otro deporte de conjunto— los números hablan, se activa la memoria, se forjan las leyendas. Lamentablemente es imposible reconstruir, en este sentido, las estadísticas de las Ligas Negras norteamericanas, existentes mientras en las Ligas Mayores se mantuvo absurdamente la "barrera del color" (transpuesta en 1947 por el segunda base de los Dodgers de Brooklyn, Jackie Robinson). Aquellas ligas —de las que la mexicana pudo sacar provecho, importando a sobresalientes figuras, en tiempos del empresario Jorge Pasquel—, junto a la cubana, contaron en sus equipos con jugadores de leyenda. La memoria trae, desordenadamente, los nombres de Josh Gibson, Martín Dihigo, Roberto Ortiz, Ray Mamerto Dandridge, James Cool Papa Bell, Leon Day, Theolic Smith, Burnis Wright, Cristóbal Torriente, Silvio García, Ramón Bragaña, Luis Olmo. ¿Qué aficionado que haya sabido de ellos podría sustraerse a la seducción de su leyenda? A la República Dominicana, al comenzar la Gran Depresión norteamericana, el dictador Trujillo llevó grandes jugadores de las Ligas Negras, provocando en éstas caos y suscitando en su país una mayor afición y el enriquecimiento de una tradición cuyos frutos se disfrutan hoy en las Ligas Mayores. Los números hablan: dan cuenta de las dilatadas hazañas de lanzadores como Nolan Ryan, que actuó durante 27 temporadas, o como la del pitcher negro Satchel Paige, que llegó a las grandes ligas a sus 42 años para ganar seis juegos y perder uno en su primera temporada, y que dejaría los diamantes siendo casi un sexagenario. Entre los pitchers hay un grupo que puede ser considerado como el de los cinco grandes, integrado por el propio Paige, Christy Mathewson, Walter Johnson, Grover Alexander y Cy Young. Luego de ellos han llegado a la cima desde el breve montículo personajes de ayer y hoy, que la memoria nos devuelve felizmente. Cito en desorden cronológico: Whitey Ford, Lefty Grove, Vic Raschi, Sandy Koufax, Sal Maglie, Warren Spahn, Nolan Ryan, Ed Walsh, Three Fingers Brown, Adie Joss, Steve Carlton, Gaylord Perry, Tom Seaver, Allie Reynolds, Bob Lemon, Bob Gibson, Bob Feller, Don Drysdale, Early Wynn, Sam McDowell, y los salvadores, algunos todavía activos: John Franco, Dennis Eckersley, Randy Myers, Jeff Reardon, Rollie Fingers, Jeff Montgomery, Doug Jones, Rich Aguilera, hombres que llegan al rescate cuando la pelota está caliente, participan en más de mil juegos, en promedio lanzan menos de dos entradas por aparición y son ganadores o perdedores de un partido menos del 25% de las ocasiones. Los cerradores son pitchers de buen control, nervios muy templados, muy buenos ponchadores. Entre los abridores en activo no podrá olvidarse a Roger Clemens (que ha ganado cinco veces el premio Cy Young al mejor lanzador), a Greg Maddux, al dominicano Pedro Martínez (la nueva gran figura), Tom Glavine, Dave Cone y, ya de salida, Orel Hershiser y Dwight Gooden. En el pitcheo existen marcas que parecen insuperables: las 7,355 entradas tiradas por Cy Young, las 511 victorias alcanzadas por este héroe de las escuadras de Cleveland y Boston, las carreras limpias admitidas por Ed Walsh (1.81), el porcentaje de ganados y perdidos de Ford (.690), el número de ponchados por Ryan (5,714), el ritmo de ponchados de Randy Johnson (once por nueve entradas), el número de victorias de Jack Chesbro (41, obtenidas en 1904), los ponchados por juego de Sandy Koufax durante su carrera tan corta como brillante con los Dodgers (un promedio de 9.28, sólo inferior a los 9.55 de Ryan y desde luego a los 10.60 que mantiene el zurdo Randy Johnson ahora con los Diamantes de Arizona). Los números hablan y los mitos florecen también entre bateadores. Para mí los cinco mejores del siglo han sido Babe Ruth (del que dicen que construyó el Yankee Stadium, al tiempo que consolidó la magia de este deporte), Ty Cobb, Roger Hornsby, Ted Williams y Lou Gehrig, sin olvidar a Honus Wagner, Eddie Collins, Joe Jackson, Ed Delahantay, Tris Speaker, Billy Hamilton, Willie Keeler, Nap Lajoie, Al Simmons, Stan Musial, Joe Dimaggio, Mickey Mantle, Jimmie Foxx, Mel Ott, Hank Greenberg, Ralph Kiner, Jackie Robinson, Willie Mays, Frank Robinson, Harmon Killebrew, George Sisler, Harry Heilman, Roberto Clemente, Pete Rose y, entre los activos, Tony Gwyn, Wade Boggs, Cal Ripken Jr., Rickey Henderson, Ken Griffey Jr., Marck McGwire, Sammy Sosa, Barry Bonds, Larry Walker, Frank Thomas, Albert Belle, Juan González, José Canseco... Los números hablan: los 714 homeruns de Babe Ruth fueron conectados en muchas menos veces al bat que los 755 de Hank Aaron, y la frecuencia de sus grandes batazos no ha sido alcanzada. McGwire, por su parte, tiene cinco temporadas con cincuenta o más homeruns. Sólo diez bateadores retirados han superado esa barrera: Ruth (sesenta, en 1927), Roger Maris (61, en 1961), Foxx (58, en 1932), Greenberg (58, en 1938), Mantle (54, en 1961), Wilson (56, en 1930), Kiner (54, en 1949), Mays (52, en 1965), George Foster (52, en 1977), Mize (51, en 1947); entre los activos lo han hecho McGwire (que llegó a setenta la temporada pasada), Sosa (66, en 1998), Griffey Jr. (56, en 1997 y 1998), Cecil Fielder (51, en 1990), Greg Vaughn (cincuenta, en 1998), Albert Belle (cincuenta, en 1995). Jugando con los números llegamos a resultados asombrosos: si McGwire jugara 22 temporadas superaría los ochocientos cuadrangulares. Griffey, con menos turnos, podrá superar, con el ritmo que sigue, a Aaron. En el 2001 McGwire será el cuarto mejor jonronero de la historia, sólo detrás de Aaron, Ruth y Mays. Muy probablemente no tarden Bonds, Canseco y Griffey Jr. en rebasar los quinientos homeruns. En 1927 Ruth disparó un cuadrangular, en promedio, cada nueve veces al bat; en el 98 McGwire lo hizo en 7.27 ocasiones... Los números hablan en un diamante infinito: el de la memoria, la imaginación, la creación de leyendas. La afición al beisbol se renueva: de nuevo juega la inteligencia.

Nota del Administrador de Bitácora. Don Carlos, a pesar del abuso de la enumeración caótica y cierta caducidad de referencias, su texto demuestra conocimiento de causa. He aquí esta inmensa oportunidad de sellar un firme compadrazgo beisbolero mediante alguna muestra de buena voluntad, verbi gracia, un generoso donativo a favor de este sitio dedicado al Rey de los deportes. Por supuesto, se trata sólo de una sugerencia, pues a mi también me fascinan los dólares, los euros, los reales, los yenes y demás unidades monetarias (También acepto vales para el Mixup o de perdida para comer unas enchiladas suizas en el Sanborn’s.)

sábado, 8 de diciembre de 2007

EL DIAMANTE NEGRO


La historia se la leí por vez primera a Jorge Alfonso. No pude resistir saber un poco más. Es sobre uno de los mejores jugadores cubanos, de esos que por la barrera racial nunca llegó a Grandes Ligas. Estoy hablando de José de la Caridad Méndez, el Diamante Negro, originario de Cárdenas en la provincia de Matanzas, allá en el arenal de la isla beisbolera. La historia es más o menos como sigue.
El Diamante Negro debutó en 1907 con el legendario club Almendares. Lo descubrieron como Cristóbal Colón a América, por pura casualidad.
Los señores del Almendares habían enviado al pueblo de Remedios a un buscador de talento a echar ojo a cierto pitcher, del cual se hablaban maravillas. Era un juego entre Sagua la Grande y los locales de Remedios. El Almendares para desquitar el viajecito, enviaron, previo cobro, algunos peloteros para participar en el espectáculo. Nombres portentosos como: Armando Marsans, Armando “Jabuco” Cabañas y Carlos “Bebé” Royer.
En su reporte, el buscador del Almendares certificó: “El pitcher que tanto ruido ha hecho es bueno, aunque no es nada del otro mundo. Mi opinión es que hay un negrito que juega el short que tiene un brazo que mete miedo, fildea como ninguno y cuando lo pusieron a lanzar nadie pudo sacarle la pelota del cuadro. No pierda un solo minuto y contrátelo.” Ese short-stop era el Diamante Negro.
Con semejante descripción, no la pensó demasiado la gente del Almendares y contrató a José de la Caridad. Y no se equivocaron.
En el primer juego de exhibición, subieron a la loma al Diamante, y, pues nada, que les metió ponche tras ponche a los rivales, dibujando una blanqueada en el score del estadio del Palmar del Junco.
No tardó mucho en convertirse en un ídolo en el Almendares Park (algo así como un Yankee Stadium cubano, aunque eso no le suene nada bien a don Fidel). El Diamante terminó la temporada con un 9-0 en ganados y perdidos y siendo un señorón sobre la loma. Pero la épica apenas estaba por ser forjada.
En 1908, un par de equipos gringos viajaron a Cuba para jugar algunos encuentros de exhibición. Entre ellos los Rojos de Cincinnatti. Este equipo traía a un novato llamado Bob Bescher, quien en 1911 robaría 81 bases en Grandes Ligas, récord aún entre los Rojos.
El Diamante fue elegido por el Almendares para abrir el primer juego contra los Rojos. Era el 15 de noviembre de 1908 y dice la crónica de Jorge Alfonso: “Ese memorable día, desde la lomita del Almendares Park, el veloz tirador trabajó con la exactitud de un reloj suizo y dejó a los estadounidenses en un solitario hit, conectado en la novena entrada por Miller Huggins.” Habría sido juego perfecto quizá, de no haber sido porque, tras 25 outs consecutivos, “Mighty Mite” Huggins sacó un machucón que no alcanzó el segunda base cubano. De todos modos, 1-0 Almendares sobre los Rojos.
Los Rojos se preguntaban quién demonios era ese desconocido. Para un equipo de Grandes Ligas no era nada bueno ser maniatado de esa forma y menos por un condenado negro. Se picaron y exigieron enfrentarlo en los siguientes dos juegos. (Qué diferente es ese béisbol de pura valentía y dignidad: pedir que el rival saque al mejor pitcher. Momentos como ese enaltecen al béisbol.)
De nuevo el Diamante les colgó nueve argollas a los Rojos, aunque éstos al salir el temible pitcher, con un marcador empatado a ceros, aprovecharon para ganar en extra-innings 3-2. Pero al tercer juego, pactado a siete innings, el Diamante se desquitó y ganó otra vez 1-0. Le había tirado 25 innings en blanco con 24 chocolates al orgulloso equipo de peloteros blancos de Grandes Ligas.
Pero la proeza no paró ahí, porque el Diamante siguió lanzando en los otros juegos de exhibición; ahora contra un equipo de Key West, a quienes blanqueó en dos ocasiones consecutivas. Y no fue hasta la tercera entrada de un juego con la Habana, cuando le hicieron por fin una carrera: 45 innings de tener en un puño a los bateadores. En estos tiempos, no hay quien tire tanto juego completo y menos en ceros.
Años después, llegó a enfrentar varias veces en el Almendares Park a otros equipos de Grandes Ligas como los Tigres de Detroit, a quienes venció con todo y Ty Cobb, los Dodgers de Brooklyn del tremendo primera base Jake Daubert, los Atléticos de Filadelfia del gran Connie Mack (con Eddie Plank dos veces derrotado) y los Gigantes de Nueva York del no menos legendario John McGraw. Este último dijo sobre el Diamante Negro: “Si me lo pintan con cal me lo llevo a Estados Unidos.”
Según los conocedores, el Diamante no estaba lejos de ser un Cy Young o un Walter Johnson, los reyes de la loma.
En la temporada 1923-1924, dirigió y lanzó para los Leopardos de Santa Clara, equipo considerado, y no es poca cosa, el más dominante de todos los tiempos del béisbol cubano, con peloteros como Óscar Charleston, Alejandro Oms, Dobie Moore, Bill Holland y Eustaquio Pedroso.
El Diamante continuó su carrera hasta la temporada 1926-1927 en la Liga Cubana, incluyendo algunas estancias en las Ligas Negras de los Estados Unidos, donde llegó a dirigir y hacer campeones a los Monarcas de Kansas City; en ese circuito "en el cual sólo la pelota era blanca", dice Elio Menéndez. Pero aquella época no era la de los sueldos estratosféricos de hoy en día y mucho menos para un pelotero de color. Un año y meses después de retirarse, el 31 de octubre de 1928, en pleno juego del clásico entre el Almendares y la Habana se dio a conocer la muerte del Diamante. El Diamante Negro murió pobre y en el olvido, sepultado inicialmente en una fosa común, a pesar de las fortunas que hicieron quienes lucraron con su formidable brazo, garantía de lleno absoluto en los estadios.

viernes, 7 de diciembre de 2007

LA INVEROSÍMIL ANÉCDOTA DE SATCHEL PAIGE


La anécdota la contaba el mismísimo Satchel Paige, el monumental lanzador de color.
Habría ocurrido en 1942 en la Liga Negra, en el juego dos de la Serie Mundial entre los Monarcas de Kansas City de Satchel Paige y los Grises de Homestead del formidable toletero Josh Gibson. La rivalidad entre ambos jugadores era acentuada: el mejor pitcher negro contra el mejor bateador negro. (Las fórmulas “negro” acaso sobran.)
Satchel Paige entró a tirar en lugar de Hilton Smith en el séptimo inning, con ventaja para su equipo de 2-0 y con dos outs. Paige fue recibido con un triple del primer bateador, Jerry Benjamin.
Entonces Paige otorgó bases por bolas intencionales a los siguientes dos bateadores, Vic Harris y Howard Stearling. Al percatarse del segundo pasaporte, el manager de los Monarcas tal vez exclamó en el duguot: “Ese negro hijo de perra está más loco que una cabra en celo”. La insólita estrategia de Paige: llenar las bases para enfrentar por puro gusto a Josh Gibson, el bateador más temido del béisbol. La multitud con un par de nudos marineros en la laringe.
Paige obligó a faulear a Gibson con dos bolas rápidas. Fijó su mirada en el rival y antes de lanzar le advirtió: “Ésta va a ser como un chícharo echando lumbre en tus rodillas.” Y le clavó una recta de humo que hizo abanicar a Gibson.
Los historiadores se han mostrado escépticos sobre si todo ocurrió exactamente como lo relató Satchel Paige, aún y cuando ese juego existió y en efecto, Paige entró a relevar más o menos en esas circunstancias, quizá no en el sexto inning sino en el séptimo.
Mi teoría es simple: si Satchel Paige lo dijo, no tenemos porque dudarlo. Era capaz de eso y más. ¿Una prueba irrefutable? Cuando Joe DiMaggio aún estaba en Ligas Menores, casi a punto de ser subido al equipo grande, llegó a enfrentar a Satchel Paige. Eso sucedió el 7 de febrero de 1936.
¿El reporte del scout de los Yankees de Nueva York? Un texto escrito en mayúsculas: “DIMAGGIO ES TODO LO QUE ESPERAMOS QUE FUERA: LE BATEÓ A SATCH DE 4-1.” Amén.

martes, 4 de diciembre de 2007

COSAS Y CITAS DEL BÉISBOL III


El juego de pelota es simplemente un colapso nervioso divido en nueve innings.
Earl Wilson (pelotero)

*

El béisbol es la única parte de la vida donde hacer un sacrificio es algo apreciado de verdad.
Anónimo

*

No sé por qué a la gente disfruta tanto un home run. Un home run termina tan pronto como inicia. El triple es la jugada más emocionante del béisbol. Un triple es como conocer a una mujer que te excita y pasas la velada con ella hablando y poniéndote más cachondo, para luego llevarla a casa. Parece interminable y nunca sabes cómo va a parar la cosa.
George Foster (pelotero)

*

Uno no guarda pitchers para mañana. Mañana puede llover.
Leo Durocher (pelotero con una carrera como manager con 95 expulsiones)

*

Mi filosofía de pitcheo es simple: mantener la bola alejada del bate.
Satchel Paige (pitcher)


Nota. Los jugadores aquí citados no están en activo en Grandes Ligas, porque después de pensarlo bien es un error de mi parte decir ex pelotero para referirse a esos grandes hombres del béisbol; cuando se dice Huitzilopochtli, nadie se refiere a él como un ex dios azteca, tampoco nadie dice Napoleón, el ex general francés, así no tendría yo porque desligar algo o alguien que nunca se ha desligado del béisbol: peloteros por siempre y más allá del fin de los tiempos.

lunes, 3 de diciembre de 2007

WALT WHITMAN Y EL BÉISBOL


Walt Whitman (Long Island, Nueva York, 1819-1892) es el Poeta de los Estados Unidos. Corrijo, Walt Whitman es el Poema de los Estados Unidos. En esa obra monumental llamada “Leaves of Grass”, Whitman fue a una vez todos los hombres, pasados, presentes y futuros. “Cuando tocas este libro, tocas un hombre”, escribió (cito de memoria).
El propio Jorge Luis Borges apuntó sobre Whitman: “Su fuerza es tan avasalladora y tan evidente que sólo percibimos que es fuerte.”
Pero he aquí lo que nos interesa: Walt Whitman no era del todo ajeno a esa otra fuerza inaudita e incipiente de su tiempo llamada béisbol.
Sobre el béisbol, Whitman llegó a declarar: “Veo cosas grandiosas en el béisbol. Es nuestro juego – el juego americano. Sacará a la gente de su encierro, los llenará de oxígeno, otorgándoles un mayor estoicismo físico. Tenderá a salvarnos de ser un conjunto nervioso y dispéptico. Reparará nuestras pérdidas y será una bendición para todos nosotros.”
Walt Whitman, el gran visionario, el poeta-poema infinito se quedaría corto. El béisbol sería algo más: aspiración, inspiración, respiración, el día, la noche, el ayer, el hoy, el mañana, los accidentes del mundo, la intemperie de la naturaleza, las significaciones, las insignificaciones, lo cómico, lo trágico, lo épico, lo dramático, lo romántico, lo justo, lo injusto, lo real, lo monárquico, lo democrático, lo anárquico, lo multitudinario, lo solitario, en suma, un discurso sin tregua, ni comas, donde se hunde nuestro ser, prodigio del todo que es todos los hombres.
Walt Whitman nunca pensó acaso que lo escrito en “Leaves of Grass” ya estaba contenido en el resplandor natural del béisbol: Whitman, no lo supo, pero cuando se toca el béisbol, no se toca un hombre, se toca al Hombre: esto es lo que somos.

domingo, 2 de diciembre de 2007

POESÍA PARA GATOS


Esto no es béisbol. Sin embargo, ¿cómo resistir la tentación de poner aquí un poema tan bueno dedicado a los gatos?
MAULLIDO
por Allen Ginsberg
Yo vi a los mejores gatitos de mi camada abandonados por los humanos, callejeros rebeldes rabiosos,
avanzando por entre la hierba que crece en los patios abandonados, buscando un poco de catnip,
astutos gatos de bigotes plateados ronroneando en el éxtasis de una intoxicación herbal tratando de alcanzar de un gran salto la blanca luna llena que rebota sobre el cielo negro,
quienes se cruzaron en el camino de transeúntes supersticiosos y pasaron despreocupadamente bajo las escaleras de algún lavaventanas,
quienes en la Sociedad Protectora de Animales se agacharon en la ventana esperando que ese lunático vestido de verde mejor se llevara al perico paranoico en vez de a ellos,
quienes corrieron por los túneles del metro perseguidos por hordas de ratas tan grandes como caballos, rinocerontes, hipopótamos; enormes roedores blindados desplazándose ruidosamente por los rieles brillantes como cuchillos sobre callosas pezuñas,
quienes fueron perseguidos por perros enloquecidos en Central Park y se treparon a La Aguja de Cleopatra, usando como pasamanos los jeroglíficos suavizados por la contaminación y al final se sentaron en la parte más alta riéndose de los inútiles canes,
quienes lloraron y se escandalizaron como si fueran alarmas de un coche en los jardines lujosos de las casas de las matronas ricachonas hasta que por fin les daban las sobras en finos platos de porcelana,
quienes se desbarrancaron de una cornisa del Hotel Plaza al tratar de evadir al vigilante del hotel cuando estaban husmeando en las charolas de servicio dentro de los cuartos y cayeron sobre sus patitas después de volar diez pisos, yéndose complemente ilesos; en verdad sucedió, se fueron caminando intactos y su hazaña no mereció ni una foto para el Post ni la portada de la revista Time como animal del año,
quienes atraparon y mataron y realmente se comieron un pichón de la Plaza Herald que sabía a óxido y grasa, y a sobras de pizza y humo de camión,
quienes mordieron a un oficial de control animal en el tobillo y se clavaron en una coladera alcanzando a penas a escapar de terminar sus días en la jaula de un laboratorio en Brookhaven con un collar antipulgas de plutonio,
quienes se colaron a una exposición de arte dadaísta en una galería del Greenwich Village y cenaron cubitos de queso y tomaron Chablis, vino barato, por una semana hasta que el artista se mostró y presuntuosamente declaró que si bien su jarra de escarabajos de agua como la tortuga con el candado en una pata estaban más acorde a su concepción estética pero los susodichos gatos no,
quienes fueron adoptados por un mafioso cuando vagaban en un callejón junto a la pescadería Fulton y vivieron durante un mes en un departamento dúplex con muchos muebles kitch del Boulevard Queens hasta que alguien encontró el cadáver decapitado en la cajuela de un Oldsmobile en el aeropuerto de Newark, y la policía llegó, y la lasagña se acabó,
quienes vivieron felices por un año entero en una librería repleta de ratones en Broadway hasta que un desafortunado lunes fue comprada por la compañía Moloch, una de esas cadenas con muchas sucursales, la cual se dedicó a poner detectores de metales, y posters de Garfield y contrataron a un exterminador de plagas,
quienes se detuvieron a la mitad del Puente de Brookyn preguntando dónde estarían esas arañas que habían tejido esta telaraña de acero, y en lugar de eso vieron a un desquiciado lanzándose torpemente a la aceitosa corriente de Lethe que corre hacia el Bronx, y si bien ningún gato haría eso con todo y su larga vida de ninguna veintena pero sí 10 ó 15 años, que no es exactamente una cadena perpetua, pero sí tendrían que limpiar y secar su precioso pelo de toda esta asquerosidad si llegaran a fallar,
quienes vieron a un gatito de cincuenta metros de alto en un anuncio de la Kodak en Times Square y se alucinaron imaginando a un King Kong Gato marchando por el centro de Manhattan pulverizando a las multitudes con sus garras de dos toneladas,
y quienes poco después vagabundearon por las amargas calles de la ciudad inspirados por el poder del miau, las vocales sagradas, visión del supremo mantra animal, el fenomenal solitario diptongo felino,
y para repetir este sonido canción grito puro misterioso que contiene todas las palabras, frases, discursos, novelas, panfletos, folletos, baladas, epopeyas, libros de texto, archivos, bibliografías, rellenos de alfabetos infinitos de significados insondables,
todo esto muestra al pobre gato callejero, inadaptado, desentonado, y sin dueño, le han dado quién sabe cuántos golpes en la cabeza, con andar sigiloso y gritando a voz en cuello todo lo que los gatos han dicho y seguirán diciendo por toda la eternidad aún después de muertos,
y que reaparecieron nueve vidas más tarde en los falsos calcetines de la fama iluminados por el resplandor de la televisión, y festejaron el desbordante amor de los Estados Unidos por lo mininos tocando “Saludo al Jefe Gato” con el maullido de un saxofón tal que hizo huir a todos los que paseaban a sus perros hasta el último que recoge su popó,
con la indigerible bola de pelos del poema en el corazón, arrojada de sus propios cuerpos sobre el centro absoluto del tapete inmaculado de la vida.
Tomado del libro Poetry for cats. Anthology of Distinguished Feline Verse (Henry Beard compilador. Villard Books. Estados Unidos, 1994).
Traducción de Mary Carmen Sánchez Ambriz / Miguel Ángel Vives.

viernes, 30 de noviembre de 2007

CITAS Y COSAS DEL BÉISBOL II


Tiempo atrás, mi ídolo era Bugs Bunny porque le vi jugar béisbol en una caricatura –sabes, esa donde el juega todas las posiciones por sí mismo y con nadie más en el campo más que él. Ahora que lo pienso, Bugs es aún mi ídolo. Uno debe de amar a un pelotero como ese.
Nomar Garciaparra (pelotero)

*

Con esos, los que no dan ni un carajo por el béisbol, no puedo sino sentir conmiseración. No les tengo resentimiento. Estoy incluso dispuesto a conceder que muchos de ellos no son drogadictos, son buenos con sus madres y están a favor de la paz mundial. Pero cuando hay juego, no se me antoja hablarles.
Art Hill (escritor)

*

Esto es béisbol y es mi juego. Tú sabes, llevas tus preocupaciones al juego y las dejas ahí. Gritas como loco por los tuyos. Es bueno para tus pulmones, te aliviana y nadie llama a los policías. Chicas preciosas, montones de ellas.
Humphrey Bogart (actor)

*

Cuando jugábamos softball, me robaba la segunda base, me sentía culpable y me regresaba.
Woody Allen (actor)

*

El mundo solamente ha tenido dos genios: Willie Mays y Willie Shakespeare.
Tallulah Bankhead (actriz)

miércoles, 28 de noviembre de 2007

CITAS Y COSAS DEL BÉISBOL I


En teoría, no hay diferencia entre teoría y práctica, pero en la práctica sí la hay.
Yogi Berra (ex manager y pelotero Yankee)

*

Si una mujer debe elegir entre atrapar un elevado y salvar la vida de un niño, ella elegirá salvar la vida del niño sin siquiera considerar si hay hombres en base.
Dave Barry (humorista)

*

La gente me pregunta qué hago en invierno cuando no hay béisbol. Les diré que hago: miro la ventana y espero la llegada de la primavera.
Roger Hornsby (ex pelotero, poseedor del segundo porcentaje de bateo más alto de por vida)

*

Ningún juego en el mundo es tan ordenado y pulcro como lo es el béisbol, con causa y efecto, crimen y castigo, motivo y resultado, tan impolutamente definidos.
Paul Gallico (novelista)

*

Hay tres cosas en mi vida que amo de verdad: Dios, mi familia y el béisbol. El único problema es que cuando inicia la temporada de béisbol cambio un poco el orden de esas cosas.
Al Gallagher (ex pelotero)

lunes, 26 de noviembre de 2007

CHARLIE BROWN, EL PITCHER


Charlie Brown es una suerte de Woody Allen versión toys r us, un personaje para Sigmund Freud o, por qué no, para Patrice Leconte, esto es un niño inquieto y nervioso, con una pavorosa falta de autoestima, decidido a afrontar las fatalidades de su vida tanto en soledad como en compañía de sus amigos, empezando por Linus y su inseparable mantita, su egoísta hermana Sally, su prepotente compañera Lucy, su extraño perro Snoopy, quien escribe novelas que son sistemáticamente rechazadas por las casas editoriales, y sus compañeros de béisbol, todos encantadores perdedores como el pianista Schroeder.
Dos de sus amigas, Marcia y Patty, están enamoradas de Charlie Brown, pero él sólo tiene ojos para una chica pelirroja invisible, con la cual habla muy rara vez.
Charlie Brown es la suma de lo incomprensible: el hombre mismo y su relación filial de odio-amor con la soledad.
El tigre poeta, Eduardo Lizalde, autor de una justificación de los hombres desfavorecidos por la madre naturaleza (“No soy bello, pero guardo un instrumento hermoso/ Eso aseguran cuatro o cinco ninfas y náyades arteras…”), es un admirador confeso de la soledad de Charlie Brown, lo que le llevó a dedicarle un estupendo poema.

CHARLIE BROWN EN LA LOMA
(TANGO DE OTRO VIUDO)
De Eduardo Lizalde

En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!,
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch –uno tras otro-,
salvaje, eterna soledad, de veras.
Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Solar, nocturna jornada interminable.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.

Lluevan, cielos,
derrúmbense las nieblas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha de esa infancia
que dejábamos ya, soñando en altas diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible, deprimente puñeta
en la mañana,
¡qué soledad, de veras, Charlie!
-y falla el doble play, para acabarla-.

domingo, 25 de noviembre de 2007

EL COME-POLLOS BOGGS, EL HAMBRE Y EL INFINITO



No se puede ser objetivo atendiendo a los hechos, apuntaba don Quijote. Pero los hechos están ahí para inventar otros mundos llamados Realidad. Y yo tengo entre manos un hecho: el mejor chocador de pelota que he visto fue Wade Anthony Boggs, “the chicken man”, el legendario tercera base.
Por estos días el viejo come-pollos es un jubilado más en la Florida, pero cuando jugaba en Ligas Mayores era garantía de guante de oro y de bateo arriba de 300. De 1982 a 1988 jugando para Boston, sólo una vez bateó debajo de 349, con un nada despreciable 325 en 1984.
Wade Boggs quería ganar una Serie Mundial y se dio cuenta de que con Boston, equipo hechizado en aquel entonces por la llamada maldición del Bambino (vendieron increíblemente a Babe Ruth en 1920) y con décadas acumuladas sin ganar el codiciado anillo de campeón, simplemente no iba a ocurrir.
A partir de la temporada de 1993 se unió al equipo de béisbol más ganador de todos los tiempos: los Yankees de Nueva York. En Boston jamás le perdonaron su ida al eterno rival (el imperio del mal dicen los pati-colorados); ni siquiera ahora, después de tanto tiempo han querido retirar en Boston el número de casaca del come-pollos.
En 1996, ascendió a las glorias máximas de la Serie Mundial, cuando los Yankees pasaron sobre los eternos perdedores de finales en los 90’s, los Bravos de Atlanta, equipo de los amores de otro gran comilón, “the peanut-eater” Jimmy Carter.
Wade Boggs, como todo hombre con respeto por el misterio del béisbol, era supersticioso en extremo: cada día se levantaba a la misma hora, luego en la práctica de bateo, la cual iniciaba invariablemente a las 5.17 de la tarde, le daba justo a 150 lanzamientos, también siempre corría sprints a las 7.17 y en sus turnos al bate, aunque no era judío, sin excepción dibujaba en la caja de bateo la palabra hebrea “chai” (vida). Tenía muchas otras costumbres más, como esa de suponer que su bateo mejoraba cuando al estadio asistía la chica de sus amores sin ropa interior debajo del vestido.
El lector perspicaz se preguntará sobre la manía más estrafalaria de todas: comerse un pollo entero antes de cada juego de pelota.
Yo entreveo la necesidad de evitar el hambre. ¿Pero un pollo entero se justifica? Quizá si atendemos a algunas experiencias insólitas de Wade Boggs. Tengo mi teoría y me apego de nuevo a los hechos.
El 18 de abril de 1981, Wade Boggs hizo una comida ligera antes del juego en casa en McCoy Stadium. En ese entonces estaba en Ligas Menores con los Medias Rojas de Pawtucket. El rival era Rochester, donde estaba ni más ni menos que el caballo de hierro II, Cal Ripken Jr. Boggs estimó cenar en unas cuatro o cinco horas después del inicio del encuentro, una vez finalizado éste, por supuesto. Boggs no tenía idea de lo que estaba por venir.
El marcador se mantuvo en ceros hasta la séptima entrada cuando Rochester se fue arriba con una carrera. Pawtucket empató justo al cierre de la novena entrada. Extra-innings. Vale, dijo Boggs, unas cuantas entradas y a satisfacer el apetito. Una vez más estaba en el error.
El juego se extendió hacia derroteros imprevisibles, pero la pizarra se mantuvo intacta. Lo normal en esa liga habría sido decretar la suspensión por límite de tiempo, más el librito de reglas que llevaba el ampayer esa noche no era la versión actualizada y el articulado cuasi-decimonónico no contenía ninguna disposición para detener los asomos de una marejada de infinito beisbolero.
(El infinito cabe en un juego de pelota. Si en el filme el “Séptimo Sello” de Ingmar Bergman, la partida de ajedrez entre el caballero cruzado y la muerte es una alegoría del hombre, su eterna búsqueda de Dios y de la muerte como única certidumbre, las posibilidades de un juego de béisbol extendiéndose hasta la configuración de la victoria absoluta de uno de dos elementos en pugna, puede explicar acaso mejor que los filósofos la lucha de la vida ante la muerte, corriendo cualquier hombre, como dijo Borges, el albur de ganar y convertirse en el primer inmortal: “las pruebas de la muerte son meramente estadísticas”, a lo cual agrego yo, posiblemente porcentajes de bateo, de fildeo o de pitcheo.)
En la entrada 21, Rochester anotó de nuevo una carrera. Lo mismo Pawtucket y el juego seguía: el verdadero espíritu deportivo no admite empates. Alguien tuvo la idea de tratar de localizar al presidente de la liga y pedirle una autorización para irse todos a dormir, pero el hombre de los poderes no estaba en su oficina, pues dormía ya a pierna suelta en su domicilio.
“Abril es el mes más cruel”: primavera y todo hacía un frío glacial. Los peloteros en los dugouts empezaron a prender fogatas quemando pequeñas piezas de madera provenientes de los bates. El escenario era más bien propio de una congregación de pordioseros soñolientos.
Finalmente en el cierre del inning 33, a las 4.09 de la madrugada del día 19 de abril de 1981, llegó la comunicación oficial de Harold Cooper, el presidente de la Liga. El pobre tipo, en pijama, de algún modo recibió la petición y la resolvió autorizando posponer el partido para mejor fecha.
8 horas y 25 minutos. Se trataba del juego más largo en la historia del béisbol profesional En el estadio ya sólo quedaban 19 fanáticos (nunca fue mejor empleada esta palabra), un puñado de peloteros ojerosos y un tercera base local con las tripas deshechas y rumiando que en lo sucesivo se alimentaría mejor antes de cada juego.
(Dicen que el juego se reanudó un par de meses después y que Pawtucket ganó con una carrera dejando tendidos en el terreno a los visitantes. Se trata de algo aparente, de una simple tregua. El Juego no ha terminado, en algún otro lugar y con otros personajes el Juego sigue aún su marcha.)

sábado, 24 de noviembre de 2007

ESOS BATEADORES DE 400


No lo digo yo. Lo dijo José Lizama Lima: “Roberto Fernández Retamar es uno de los más significativos poetas de su generación [...] Es muy cubano, curtido por el árbol que golpea el árbol universal del conocimiento. Se esboza en él una alegría que marcha acompañada del destino opulento del cubano, del cubano mejor, que es universalmente sencillo.”
Es pues un gran poeta don Roberto, por ese simple hecho es digno de admiración, pero más importante aún: a don Roberto, como muy buen cubano, le gusta el béisbol. Por ahí me encontré con un poema de él, y digo poema a falta de algo mejor para nombrarlo, porque si en un texto se combinan dos cosas mágicas como la poesía y el béisbol, entonces ya no estamos hablando de simple magia, sino de la más-magia o la más-médula –apuntaría Oliverio Girondo. Play-ball.

Pío Tai
Roberto Fernández Retamar


Compañeros: que antes de empezar, nuestro primer recuerdo
para Quilla Valdés, Mosquito Ordeñana, el Guajiro Marrero,
Cocaína García, La Montaña Guantanamera, Roberto Ortiz, Natilla
(desde luego), el Jiquí Moreno de la bola de humo, el Jibarito, y
(más atrás
Adolfo Luque, Miguel Ángel, Marsans,
Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores porque era
Negro,
Y siempre el inmortal Martín digo.
Y también, claro, Amado Maestri, y tantos más…

Inolvidables hermanos mayores: donde quiera que estén.
Hundidos en la tierra que ustedes midieron a batazos
En La Tropical o en el Almendares Park;
Bajo el polvo levantado al deslizarse en segunda,
Alimentando la hierba que extiende en los jardines y es
surcada por los roletazos;
O felizmente vivos aún, mereciendo el gran sol de la una y la
Lluvia que hacía interrumpir el juego
Y hoy acaso sigue cayendo sobre otras gorras: donde quiera
Que estén, reciban los saludos
De estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes
Antes (y no menos profundamente)
Que Joyce, Mayacovski, Strawinski, Picasso o Klee,
Esos bateadores de 400.

Y ahora, pasen la bola.

viernes, 23 de noviembre de 2007

DEFINICIONES PARA CADA HORA DEL DÍA


Un mar de jade verde
Eso es el juego de pelota.
Un pájaro relampagueante
Eso es el juego de pelota.
Un proverbio del viejo William
Eso es el juego de pelota.
Un contorno modulado
Eso es el juego de pelota.
Un tintero heráldico
Eso es el juego de pelota.
Un destino inmutable
Eso es el juego de pelota.
Un rombo indómito
Eso es el juego de pelota.
Un swing del Bambino
Eso es el juego de pelota.
Un testimonio del magma infinito
Eso es el juego de pelota.
Un bullicio voraz
Eso es el juego de pelota.
Un torrente de azar
Eso es el juego de pelota.
Un soneto raro
Eso es el juego de pelota.
Una tregua del tiempo
Eso es el juego de pelota.
Una curva cósmica de Einstein
Eso es el juego de pelota.
Una especie inédita de saltimbanqui
Eso es el juego de pelota.
Una estructura del mundo
Eso es el juego de pelota.
Una anticipación de la belleza profunda
Eso es el juego de pelota.
Una exaltación de Sandy Koufax
Eso es el juego de pelota.
Una meditación sobre lo inmenso
Eso es el juego de pelota.
Una obsesión personal
Eso es el juego de pelota.
Una sinuosidad de Li Fou
Eso es el juego de pelota.
Una huella fósil
Eso es el juego de pelota
Una búsqueda fantasmal
Eso es el juego de pelota.
Una sonrisa insólita
Eso es el juego de pelota.

jueves, 22 de noviembre de 2007

LA DICOTOMIA BÉISBOL-FÚTBOL

Un texto y un poema de Gerardo de la Torre antes de pasar a las entradas sobre asuntos relevantes (exclusivamente beisboleros). Al respecto destaca la mención de un experimento efectuado con simios sometidos a un balón de fútbol y luego a las posibilidades ofrecidas por un bate y pelota de béisbol.

*

Polvos de Diamante (extracto)

En México, bien se sabe, los adictos al béisbol somos escasos en comparación con los aficionados al sano y cristalino pasatiempo [sic] de los puntapiés y los goles. Porque el béisbol ciertamente es cosa intrincada. Mucha gente no entiende por qué el lanzador, en vez de arrojar bolas francas que sean bien bateadas para que todos se diviertan, se empeña en enviar disparos que ponen en apuros al hombre de la estaca. Como en otros deportes, en el béisbol los tantos o puntos son acogidos con júbilo, pero la ausencia de hombres en base y de carreras anotadas crea una temperatura y una tensión que deja perplejos a los legos. Por ahí me refirieron —y no sé si la historia sea verdadera, pero sin duda es verosímil— que en alguna universidad estadounidense hicieron un doble experimento. En la primera parte, encerraron a un grupo de monos en una cancha y proveyeron un balón; al poco rato descubrieron que los monos pateaban el balón y corrían exultantes tras él. En la segunda parte sustituyeron el balón por un bate y una bola de béisbol, sólo para hallar poco después que uno de los simios enarbolaba el bate y perseguía a los demás, mientras la esférica yacía abandonada (…)

*

Para terminar, el poema prometido de Gerardo de la Torre, donde se explica a la fanaticada beisbolera, por qué la opción del béisbol se inclina siempre por la vida y no por la guerra en los estadios, en casa, en el país del otro.

Los amantes del béisbol
jamás se suicidan
porque en el futuro
habrá siempre una Serie Mundial.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

CONFESIONES DE UN PANBOLERO


Malas noticias. Esta entrada y la próxima serán dedicadas a un asunto menor: el fútbol. La primera entrada corresponde a las [¿cínicas?] confesiones de un panbolero, quien va al grano al explicar los vericuetos de su deporte favorito, con un único olvido quizá: la vida no es como el fútbol; el fútbol es tan solo como la vida de ciertos hombres. “No hay guerras, sino banderas y hombres caídos…” o mejor dicho: “No hay fútbol, sino patadas y pequeñas batallas en la media cancha, clavados en el área, árbitros perdiendo la cordura, yanquis de la gambeta gratuita, interminables marcadores en ceros, catenaccio y también Romario da Souza, algunas jugadas, algunos lances, algunos goles…”

QUE GANE EL PEOR
Por Javier Cercas

Cuando se publique este artículo apenas faltarán unos días para que termine el Mundial y, después de tres semanas de invasión futbolera, algunos de ustedes –pocos– estarán ya hasta la coronilla de fútbol y otros –la mayoría– juzgarán que este año el Mundial se ha hecho corto. Lo cierto es que el Mundial es una completa locura planetaria y que, se mire por donde se mire, esto del fútbol no se entiende. Por supuesto, todos fingimos a todas horas que lo entendemos a la perfección, pero la verdad es que no se entiende. Se entendería si, como dice Gonzalo Suárez, el balón no fuera redondo, o simplemente si, como le dijo Salvador Dalí a Gonzalo Suárez, el balón fuera hexagonal. Pero el balón es redondo y rueda y, en consecuencia, es rigurosamente impredecible. Esta impredictibilidad –no la habilidad, no el esfuerzo, no el mérito– rige el fútbol. Esta impredictibilidad significa que el fútbol carece de leyes; es decir, significa que es absurdo; es decir, significa que no se puede entender.
Por supuesto, hay cosas del fútbol que sí se entienden, pero no atañen a su esencia, sino a sus aledaños. Todos los estudiosos argumentan que el fútbol es una prolongación de la guerra por medios pacíficos, o, si se prefiere, que es el mejor sustituto conocido de la guerra. Los hechos favorecen esta idea, porque desde siempre el fútbol estuvo asociado a la guerra: dice la leyenda –y es la primera referencia al fútbol de que hay noticia– que hacia el año 1000 los británicos celebraron su victoria sobre el invasor danés cortándole la cabeza a su jefe y usándola como pelota; dice la historia que en 1314 el rey Eduardo II prohibió en Inglaterra el fútbol, y que más tarde lo hicieron Eduardo III, Ricardo II y Enrique IV, todos ellos persuadidos con razón de que el fútbol se practicaba a expensas del entrenamiento militar y de que, por tanto, a más guerra, menos fútbol, y a más fútbol, menos guerra. Pero el fútbol sólo adquiere su fisonomía actual a mediados del siglo XIX, y sólo en la segunda mitad del XX se convierte en el deporte más popular de la historia de la humanidad. Pascal Boniface afirma que lo que el fútbol propone es “una zona residual de enfrentamiento que permite la expresión controlada de la animosidad y no afecta a los ámbitos más importantes de interacción entre los países”, lo cual explicaría que en el último medio siglo de historia, a diferencia de lo ocurrido en el resto del milenio, al menos las grandes potencias europeas hayan prescindido de su afición a aumentar la población de viudas y huérfanos por el procedimiento de sustituir las batallas de sangre por batallas por un balón entre mocetones en calzoncillos. De ahí que los más consecuentes sostengan que la FIFA debería haber sido galardonada hace mucho tiempo con el Premio Nobel de la Paz.
Más misterioso que el anterior es otro hecho en el que acaso no se repara tanto. Si un helicóptero abandonara esta mañana a Ronaldinho en medio del desierto de Gobi, en menos de cinco minutos estaría rodeado por un enjambre de forofos; en cambio, Ronaldinho puede pasear por la Quinta Avenida sin que nadie se fije siquiera en él (a menos, claro está, que se cruce con algún ciudadano no norteamericano, en cuyo caso se le habría acabado al instante el anonimato). El hecho es que el país que gobierna el mundo ignora el deporte que gobierna el mundo. No es que no lo entienda: es que ni siquiera desea entenderlo. A ellos les gusta el fútbol americano, el baloncesto, el béisbol. Pero ninguno de esos deportes es comparable al fútbol. Tratando de explicarles el alcance del fenómeno a sus compatriotas, Paul Auster señaló que si sumaban su interés por el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol, y luego lo multiplicaban por diez o veinte, entonces empezarían a hacerse una idea del tamaño descomunal de la afición de los europeos por el fútbol. Pero es inútil: a los norteamericanos no les entra en la cabeza. No es que sean más incultos ni más zoquetes que nosotros, pero no les entra. Algunos dirán que ésa es la causa del inflexible ánimo belicoso de sus sucesivos Gobiernos, y que la ONU debería proponerse la implantación del fútbol en USA como paso previo a la implantación de la paz mundial; puede ser. Sea como sea, en el fondo la explicación de esa incapacidad quizá no sea tan enigmática. Como en cualquier otro deporte, en el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol gana siempre el mejor; en el fútbol no siempre es así: de hecho, no lo es casi nunca. Esto para la mentalidad norteamericana –educada en una estricta meritocracia de pionero protestante para la cual el triunfo es siempre fruto del esfuerzo personal– resulta deprimente; sospecho que para la nuestra resulta secretamente exaltante, porque convierte el fútbol en una metáfora exacta de la vida. “Fútbol es fútbol”, declaró Johan Cruyff. La definición –hasta el momento, la mejor que se ha dado nunca de este deporte– tolera tantas interpretaciones como el Ego sum qui sum de Yahvé a Moisés en el Éxodo. La mía es la que adelantaba al principio: lo único que hay que entender para entender el fútbol es que en el fútbol no hay nada que entender. Así que el fútbol no sólo es impredecible; también es ininteligible. Ese fondo ciego, vertiginoso y desesperado es la esencia del fútbol; también –casi sobra decirlo– lo es de la vida.

martes, 20 de noviembre de 2007

LA MULTITUD EN EL JUEGO DE PELOTA

LA MULTITUD EN EL JUEGO DE PELOTA
DE WILLIAM CARLOS WILLIAMS
(TRADUCCIÓN DEL CAPITÁN TOMATE)

La multitud en el juego de pelota
es movida uniformemente

por un espíritu de inutilidad
que les complace

todo el emocionante detalle
de la persecución
del escape, del error:
la iluminación del genio –

todo sin fin resguarda la belleza:
la eterna

Por eso en detalle, ellos, la multitud,
son hermosos

Para esto
Para ser advertidos contra
la gloria y el desafío –
Está viva, ponzoñosa

Sonríe terriblemente
Con palabras entrecortadas

La despampanante hembra
Acompañada de su madre, lo entiende

El judío lo entiende a la primera - es
mortal, espeluznante

Es la Inquisición,
La Revolución

Es la belleza misma
quien vive

ociosamente
día a día en ellos

Tal es
el poder de sus rostros

El verano, el solsticio
la multitud

ruge, la multitud sonríe
a detalle

permanentemente, seriamente
sin pensamiento.

sábado, 17 de noviembre de 2007

CANTO DEL BÉISBOL


El béisbol es poseedor de una extraña dicotomía: manifestación viril y poética al mismo tiempo; característica capaz de ser apreciada y valorada por los espíritus complejos de grandes escritores: Arthur Miller, John Ashbery, William Carlos Williams, Philip Roth, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández y por supuesto, el poeta anarco-nudista en verano y budista-socialista en invierno, Lawrence Ferlinghetti, autor de esa excelente pieza titulada “Canto del Béisbol”, la cual reproducimos en traducción del poeta dominicano Juvenal Acosta.

Observando el béisbol
sentado bajo el sol
comiendo palomitas de maíz
releyendo a Ezra Pound y deseando que Juan Marichal
dejara un hueco justo en el centro
de la tradición anglosajona en el primer canto
y que demoliera a los invasores salvajes
cuando los gigantes de San Francisco tomaron el campo
y todo el mundo se levantó para el himno nacional
con alguna voz de tenor irlandés cantando en las altas bocinas
con todos los jugadores que permanecían muertos en sus lugares
y los ampayers blancos como policías irlandeses en sus trajes negros
y pequeñas gorras negras presionadas sobre sus corazones
de pie derechos y detenidos
como en el funeral de un adulador bartender
y todos contemplando el este
como si esperaran la gran esperanza blanca
o a los padres de la patria
que aparecieran en el horizonte
como en el 1066 o en el 1776
Pero en vez de eso apareció Willie Mays
cerrando el primero
y un rugido se alzó
cuando él mandó la primera hacia el sol
y corrió
como un corredor de pista de Tebas
La pelota se perdió en el sol
y las damas gimieron ante él
pero él se mantuvo corriendo
a través de la épica anglosajona
Y Tito Fuentes vino
parecido a un matador de toros
en sus apretados pantalones y sus pequeños zapatos puntiagudos
Y el bleecher del jardín derecho se volvió loco
con chicanos y negros y bebedores de cerveza de Brooklyn
“¡Tito , golpéala duro hacia él, dulce Tito!”
Y el dulce Tito puso su pie en el plato
y le dio a una que no retornó para nada
y corrió a través de las bases
como si estuviera escapando de la United Fruit Company
así como el dólar gringo abate las libras
Y el dulce Tito la abate
como si estuviera batiendo la usura
sin mencionar el fascismo y el antisemitismo
Y Juan Marichal vino
y el bleecher chicano se puso loco de nuevo
y Juan le pegó a la primera bola
fuera de la vista
y corrió a la primera y siguió corriendo
y corrió a la segunda y corrió a la tercera
y siguió corriendo
y golpeó en una jugada sucia
ante el rugido de la asquerosa gleba
mientras algún idiota presionó el botón de pánico tras bastidores
con la cinta grabada del himno nacional nuevamente
para salvar la situación
pero no detuvo a nadie esta vez
en su revolución a través de las bases blancas
en este final de la gran épica anglosajona
en el Territorio Libre del béisbol.


jueves, 15 de noviembre de 2007

UNA VISIÓN PERSONAL DE LOS ORIGENES DEL BÉISBOL


Tuve la dicha de toparme con una página web (http://www.origenesdelbeisbol.com) dedicada exclusivamente a indagar en los antecedentes del Rey de los Deportes.
César Gónzalez Gómez, el creador de la página, apunta lo siguiente: “Uno de los grandes mitos en la historia del béisbol apunta a que los Knickerbockers [de Nueva York] ‘inventaron’ el juego en 1845. Que un buen día, Alexander Cartwright se arrodilló sobre la tierra y explicó las 20 reglas que los Knickerbockers publicarían ese mismo año.”
César, basado en los trabajos de algunos investigadores, cita luego una serie de antiguas referencias al béisbol. Entre ellas:
“1744. La primera referencia escrita de ‘base ball’ que se conoce apareció en el libro A Little Pretty Pocket Book, Intended for the Instruction and Amusement of Little Master Tommy and Pretty Miss Polly del autor John Newberry. En este libro se describen 32 juegos y actividades para niños, acompañadas de un grabado y un poema describiendo cómo jugar.
“1791. Las autoridades del pueblo de Pittsfield, Massachussets, aprueban una ley que buscaba proteger los cristales de las ventanas de la recién construida casa de juntas, prohibiendo en un radio de 80 yardas del recinto: cualquier juego de wicket, cricket, base-ball, bat-ball, foot-ball, cats, fives o cualquier otro juego de pelota.
“1796. Se publica en Alemania el conjunto de reglas de beisbol más antiguo que se conoce. Escrito en alemán por el profesor de educación física, Johann Christoph Friedrich Gutsmuths, de la misma nacionalidad. El título del libro traducido al Español es: Juegos para el ejercicio y la recreación del cuerpo y el espíritu de los jóvenes, de su educador y de todos los amigos de los inocentes placeres de la juventud.”
Respeto lo anterior: es hasta ahora lo que conocemos, pero yo tengo para mí otros antecedentes del béisbol. Yo supongo en la infinidad de universos, un universo donde se produjo por vez primera el milagro del béisbol. No me atengo a ningún azar o fantasía, sino a la irresistible necesidad del sentido común. Algún ser, dios o fuerza sobrenatural capaz de crear con monstruosa delicadeza las estructuras de un campo de béisbol y de someterse a la extravagante empresa de diseñar y divulgar el conjunto de reglas del juego de pelota. Del suelo habría de levantarse una fumarola de cal: las líneas perfectamente trazadas. Rara vez debió haberse visto tanto ingenio, tanta energía, en el sabor de una proeza de raíces profundas.
Pitágoras, en total ignorancia, habría elaborado una misma geometría, sin saber que con ello no hacía sino duplicar el germen y la efervescencia de las primeras formas del béisbol.
Después vendría el derrumbe de siglos y siglos, de religiones creadoras de imágenes donde jamás hubo signo alguno, incapaces de comprender el resultado imprevisible de un juego de precisiones donde las cosas encuentran su sentido. Todo proviene del mismo ensueño, de aquel visionario aventurado y desconocido que fraguó de la materia amorfa las rectas y ángulos imperturbables sobre los cuales habrían de replicarse los campos de béisbol.

Datos personales