viernes, 15 de agosto de 2008

EN EL MONTÍCULO


Existe un vasto y secreto sistema de correspondencias entre la vida y el béisbol. Probablemente las metáforas sean una de las vías para unificar en términos lingüísticos dos realidades distintas que se nutren de la misma fuente, la condición humana. Por ejemplo, es común expresar el proceso de la conquista amorosa en términos beisboleros: “Llegué a primera base”; “Me poncharon sin tirarle”; “Anoté de caballito”; “Me fui hasta la registradora”; por citar algunos ejemplos. Desde luego, el espacio en esta bitácora sería insuficiente para explicar a detalle la complejidad de esos peculiares códigos de expresión, así que mejor los dejo con un poema de Francisco Hernández, quien en su texto de alguna manera reafirma la tesis aquí sostenida:

Mira a diestra y siniestra. Tira. Porque el amor se atiene a la certeza. No a la duda. No al azar. Out. El que sigue. Orden de bateo. Ella, la querida, pone y quita el arma. Quien lo ve todo desde el montículo, tira. La flecha no da en el corazón. Alguien que grita lleva el mando. El amor es entre dos. Se embasa. Tira. El mensaje cae en el jardín. Lo recoge quien debe devolverlo y cerrar el home. Se arroja al agitado, el que lleva el pasaporte. Muerte. Desde el fondo, ya roto el horizonte, el sol emerge. ¿Quién fue el ganador? El alumbrado sólo ve perdedores porque el amor voló la cerca por el lado del catcher. Foul. Tira. EL bat ataca al ave de las alas plegadas. La multitud aplaude y borra con su alarido la historia de amor y muerte que se juega en cada partido. Safe por Dios en las tinieblas.

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