viernes, 9 de mayo de 2008

Y ALÉGUELE AL AMPÁYER


¿Qué sería del béisbol sin los ampáyers sino una forma insensata de correr las bases?, decía no sin justa razón el Mago Septién. Para algunos aficionados los ampáyers pasan total y absolutamente desapercibidos, excepto cuando éstos se equivocan o se dan de pechazos con algún manager o jugador. El trabajo de los ampáyers es un poco como el de los presidentes: cuando hacen bien su trabajo nadie los nota, pero, ah, eso sí, que ni se les ocurra meter la pata. ¿Ejemplos? ¿Alguien sabe quién es el presidente o primer ministro de Suiza? En cambio, ¿quién no recuerda los nombres de los presidentes de ciertos países de Latinoamérica?
No obstante, la invisibilidad de la profesión de ampáyer, hay algunos que destacan no sólo por hacer bien su trabajo, sino también por saber ponerle pimienta al juego. Yo recuerdo, por ejemplo, al Lobito Sainz y al Musulungo Herrera.
El Lobito patentó una fabulosa forma de aullar los strikes, en especial el tercero, levantando la pierna y chillando sabrosamente el ponche en las narices del bateador.
El Musulungo, por su parte, era todo un personaje. Bailaba, cantaba, tocaba bongo. De hecho, se cuenta por ahí que lo echaron por querer presentar un espectáculo musical en plenos play-offs. Yo tengo muy presente la Serie del Caribe de 1993 en Mazatlán, en donde el Musulungo expulsó en el primer juego al Mako Oliveras, manager de los cangrejeros de Santurce, a la postre los campeones. ¿La razón? El Mako Oliveras llamó “parcelero” al Musulungo, porque para el buen Mako el campo era una parcela, pero para el Musulungo un campo de béisbol le parecía una cosa más seria y más solemne que una simple parcela.
Los más viejos en México recuerdan a otros ampayers como el Muerto Ortega, la Zenona Castro, el Sordo Solano y el Chino Ibarra. Algunos de ellos, como el Musulungo, fueron también peloteros profesionales en sus años mozos.
Otro gran ampáyer lo fue Toño Páramo. Inconfundible por cantar los ponches gritándoles a los bateadores: “Cántatela tu mismo, con regla, plomada y nivel.” En el libro del “Brillo del Diamante”, editado por la Universidad de Veracruz, se refiere una anécdota de Toño Páramo que bien vale la pena transcribir: “(…) la más famosa de sus barbaridades se la inyectó al Zurdo Escalante. En uno de los partidos de verano, la situación era tensa: tres bolas y dos estraics. Entonces viene el lanzador y el bateador se mantuvo incólume, sin pestañear siquiera. Páramo sentenció: ‘A la base…’; el Zurdo dejó el bat con desdén, desplegó todo su estilo y empezaba a caminar hacia la primera cuando el mordaz ampáyer culminó la frase con un leve giro verbal: ‘A lavarse las nalgas, que fue buena.’ Y aléguele al ampáyer. Sí, señor.

miércoles, 7 de mayo de 2008

REMEMBRANZAS DEL HUEVITO ÁLVAREZ


Dicen los más viejos (y los conocedores) que Guillermo Álvarez “el Huevito” ha sido el mejor short stop en la historia del béisbol mexicano. En suma, un fildeador de guante mágico y de bate constante.
No me tocó ver lugar al Huevito. Vaya, ni a mi mamá le tocó verlo jugar. Yo soy de cuando el atari era la sensación entre los morritos, de cuando los adolescentes se machacaban la entrepierna mirando en la TV a Verónica Castro y de cuando Michael Jackson aún era negro . En cambio, el Huevito era un estupendo short stop mexicano allá en los años 40’s y 50’s. En el invierno jugó 16 años, siempre con ese portentoso club que son los Tomateros de Culiacán, mientras en el verano repartió su carrera entre el águila de Veracruz y los pericos de Puebla. Ojo, porque en esa época la Liga del Verano contaba con varios grandesligas y leyendas de las Ligas Negras por cortesía del empresario Jorge Pasquel.
Si bien no pude gozar en vivo de los fenomenales engarces del Huevito, si tuve la oportunidad de verlo trabajar como manager. Eran finales de los años 90’s en la Liga Japac (una liga municipal allá por mi tierra en Culiacán). ¿El equipo? El IRS, es decir el equipo del Instituto de Readaptación Social, o sea, señores, el equipo del bote, del tambo, del reclusorio, del penal, de la cárcel, de la penitenciaría, o como quieran llamar a ese selecto lugar de contricción.
Mi padrino, el licenciado Francisco Javier Ruelas, a quien le mando un saludo desde esta bitácora, despachaba entonces como director del IRS. El Licenciado, como hombre derecho que es, siempre se tomó en serio su trabajo, de tal modo que preocupado porque los reclusos se dedicaran a tareas más sanas que las de robar, matar, sodomizarse, dedicarse a la política o echarse viajes siderales al amparo de la mariguana, la heroína, la cocaína, el crack, el cemento, el resistol 5000, el alcohol, el peyote, el agua de tepache, las anfetaminas y otros regios estimulantes sensoriales, se dio a la tarea de armar un equipo de béisbol, para lo cual comisionó la tarea al Huevito: “Ponga a jugar béisbol a estos cabrones.”, fue la orden.
El Licenciado me invitaba a los juegos del equipo del IRS, el cual cabe señalar que siempre jugaba de local, pues estaba complicado sacar a los reos del tambo para llevarlos al campo oficial de la Liga Japac.
Francamente el Huevito hacía un trabajo extraordinario. Explotaba al máximo las habilidades beisboleras de los presos. Los internos del IRS se veían motivadísimos por demostrar que no sólo eran simples malandrines, sino también buenos peloteros. Sobre todo, se sentían de alguna manera integrados de nuevo a la sociedad. De hecho hasta los otros reos que no jugaban béisbol estaban más emocionados con el equipo del ISR que con los Yankees de Nueva York de Jeter, Martínez, Williams y compañía.
Los juegos eran fantásticos. Ni los reos ni “los de afuera” pedían ni daban cuartel. No era extraño ver juegos de extrainnings. A veces un batazo o una atrapada decidía el gane.
El equipo del IRS, sabiamente manejado por el Huevito, iba escalando posiciones en la tabla de la Liga. Se mantuvieron más o menos toda la temporada entre los cuatro primeros lugares. Iban a pelear el campeonato, de eso no había duda alguna.
Pero nada es perfecto. Ya a punto de terminar la temporada, le comenté al entusiasmado Licenciado: “Licenciado, en esta Liga el negocio es vender cerveza en los juegos. Aquí en la cárcel no se puede vender cerveza. No los van a dejar llegar muy lejos en los play-offs, porque se acaba el negocio de la Liga.” El Licenciado me respondió: “No va a pasar nada. Una cosa muy importante es que los internos aprendan a conseguir las cosas de forma honrada, con esfuerzo y sacrificio. Si juegan bien, claro que van a ganar la Liga y se les va a reconocer como campeones. Además tenemos al mejor manager posible.”
El equipo del IRS se metió a los play-offs y empezó a meter miedo a todos los rivales. Estaban jugando como un auténtico trabuco. No se veía como los fueran a parar en su camino al campeonato. Pero con todo y eso los pararon…
No sé por qué compromisos no pude asistir a los partidos de play-offs, pero sucedió lo que me temía. Leí en una crónica de José Carlos Campos en el periódico “El Debate” que en las semi-finales de la Liga Japac el equipo del IRS había sufrido un atraco en despoblado por parte de los señores ampayers y que en consecuencia habían sido eliminados de los play-offs. No pude dejar de pensar en cierto incidente en uno de los partidos anteriores, en donde un pelotero visitante llamó “pinche ratero” a uno de los internos del IRS y en donde este último le reviró: “No compita, los inches rateros chingones están allá afuera, no aquí. Aquí nomás habemos jugadores de béisbol. Si no, pregúntale al Huevito, porque él si sabe de béisbol.”

viernes, 2 de mayo de 2008

EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO (PARTE II)


EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO
Por Roger Rosenblatt

PARTE II

En la década de 1950 uno de los grandes jugadores de este deporte, Willie Mays, de los Gigantes de Nueva York, hizo una legendaria atrapada de la pelota bateada a la parte más profunda de uno de los estadios más grandes, que se alejaba del "home" sobre su hombro. No fue solamente que Willie volvió su espalda y arrancó, fue el continente verde de césped en el que corrió y la espera para ver si alcanzaba la pelota y el olor del sudor propio y el de todos los demás que se encontraban sentados en el estadio, como puntos en un panorama puntillista de Seurat, en la concavidad tallada de un planeta que luce pálido bajo la luz del día, púrpura y esmeralda brillantes en la noche.
Con todo, la juventud y la esperanza del juego constituyen sólo una mitad del béisbol y, por tanto, la mitad de su significado para nosotros. Es en la segunda parte del verano de la temporada de béisbol cuando se revela la naturaleza completa del juego. La segunda parte, no tiene el descuidado optimismo de la primera mitad. Cada año, desde agosto hasta la Serie Mundial en octubre, comienza a descender sobre el juego una sensación de mortalidad, sospecha que se intensificará para finales de septiembre, hasta llegar al conocimiento cierto de que algo que era radiante, vigoroso y rebosante de posibilidades puede llegar a su fin.
La belleza del juego está en que sigue el trazado del arco de la vida estadounidense, desde la inocencia estadounidense que se desvanece para tornarse en experiencia. Hasta mediados de agosto el béisbol es un niño en pantalones cortos que grita en el césped suculento; más adelante se transforma en un veterano astuto, de cuello quemado por el sol, cuya preocupación principal es proteger el home. En su segundo verano el béisbol es cuestión de insistir en sacar la pelota del diamante. Sadaharu Oh, el Babe Ruth del béisbol japonés, escribió una oda a su deporte en la cual ensalzó el calor del verano y previó el cambio en "la aproximación de la luz del invierno".
No es de extrañarse que el béisbol produzca más literatura excelente que cualquier otro deporte. Escritores estadounidenses, novelistas como Ernest Hemingway, John Updike, Bernard Malamud y la poetisa Marianne Moore, han visto en el juego la nación soñada. La violación de sus sueños por el país se encuentra aquí también. Como Estados Unidos mismo, el béisbol luchó contra la integración hasta que Jackie Robinson, el primer afroestadounidense de las grandes ligas, defendió todo lo que el país quería creer. Estados Unidos también resistió su propio destino autodeclarado de ser el país de todo el pueblo y entonces, cuando sí luchó por llegar a ser el país de todo el pueblo, negros, asiáticos, latinos, todo el mundo, el lugar mejoró. El béisbol mejoró también.
En el béisbol, en despliegue silencioso, se encuentra el diseño de la constitución misma de Estados Unidos. El texto básico de la constitución es el edificio principal, una estructura simétrica del siglo XVIII afianzada en los principios del siglo de las luces de la razón, el optimismo, el orden y la precaución con la emoción y la pasión. Los arquitectos de la constitución, todos ellos fundamentalmente mentes británicas del siglo de las luces, procuraron construir una casa en la que los estadounidenses pudieran vivir sin hacerla caer poniendo sus impulsos por encima de su racionalidad.
Sin embargo, el problema con esa recopilación original de leyes era su excesiva estabilidad, su demasiada rigidez. Por consiguiente, a los padres de la patria se les ocurrió la idea de la Declaración de Derechos, que en términos del béisbol pueden considerarse como el estímulo de la libertad individual dentro de leyes inmutables. El béisbol es al mismo tiempo clásico y romántico. Así es Estados Unidos y tanto el país como deporte sobreviven manteniendo los dos impulsos en equilibrio.

Roger Rosenblatt es periodista, escritor, dramaturgo y profesor. Como ensayista de la revista Time ha recibido numerosos honores del periodismo escrito, incluso dos premios George Polk, así como premios del Club de la Prensa Extrajera y del Colegio de Abogados de Estados Unidos. Los ensayos que presenta en la red de televisión pública de Estados Unidos le han merecido los prestigiosos premios Peabody y Emmy. Es autor, más recientemente, de la novella Beet (Ecco, 2008).

jueves, 1 de mayo de 2008

EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO (PARTE I)


EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO
Por Roger Rosenblatt

PARTE I

De los tres deportes principales, el béisbol es a la vez el de diseño más elegante y el más fácil de explicar en términos de su atractivo. Es un juego que se realiza dentro de límites estrictos y dimensiones estrictas, distancias de aquí a allí precisamente determinadas; el montículo del lanzador tiene tantos centímetros de alto; el peso de la pelota; el peso del bate; las marcas que determinan el espacio interior y exterior; lo que cuenta y lo que no cuenta, y demás. Las reglas son inquebrantables; de hecho, con muy pocas excepciones, las reglas del juego no han cambiado en un centenar de años.
Esto se debe a que, al contrario de lo que sucede en el baloncesto, el béisbol no depende del tamaño de los jugadores, sino más bien de un concepto de la evolución humana según el cual la gente no cambia tanto, ciertamente no en cien años y, por tanto, debe hacer lo que puede dentro de los límites que tiene. Como lo escribió el poeta Richard Wilbur: "El poder del genio proviene de estar en una botella".
Con todo, el béisbol es, dentro de sus límites y desde todo punto de vista, un deporte individual. En otros deportes la pelota marca el puntaje. En béisbol el jugador marca el puntaje. El juego fue diseñado para enfocar a los estadounidenses en nuestras bregas individuales. El que corre hacia la primera base se propone robar la segunda. El hombre que está en segunda base se propone escurrirse detrás de aquél. El lanzador se propone sorprenderlo para sacarlo pero lanza al plato, donde el bateador trata de golpear la pelota para proteger al corredor, quien ahora decide arrancar y el hombre que está en segunda base se apresta para hacer el toque, si el receptor puede ponerse a la altura de las circunstancias y hacer un lanzamiento bajo y duro. Uno no necesita saber lo que estas cosas significan para reconocer que todas ellas ponen a prueba la habilidad de cada uno de realizar una tarea específica, de tomar una decisión personal y de improvisar.
Los aficionados se apegan a los momentos de gloria en la historia del deporte, especialmente a los nombres heroicos y a los hechos heroicos (récord y estadísticas). Estados Unidos tiene en gran aprecio a sus héroes del deporte porque el país no tiene la larga historia de Europa, Asia y África. A falta de un Alejandro Magno o un Carlomagno, deriva su mitología heroica de los deportes.
También nos son caros los momentos sublimes del juego porque son recuerdos que preservan la juventud de todos, como parte de la continua necesidad, aunque un poco forzada, de Estados Unidos de permanecer en un verano perpetuo. La ilusión del juego es que seguirá para siempre. (El béisbol es el único deporte en el cual un equipo en gran desventaja y al que le queda sólo un bateador puede todavía ganar).
Continuará...
Roger Rosenblatt es periodista, escritor, dramaturgo y profesor. Como ensayista de la revista Time ha recibido numerosos honores del periodismo escrito, incluso dos premios George Polk, así como premios del Club de la Prensa Extrajera y del Colegio de Abogados de Estados Unidos. Los ensayos que presenta en la red de televisión pública de Estados Unidos le han merecido los prestigiosos premios Peabody y Emmy. Es autor, más recientemente, de la novella Beet (Ecco, 2008).

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