viernes, 2 de mayo de 2008

EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO (PARTE II)


EL JUEGO DE LA INOCENCIA Y EL CRECIMIENTO
Por Roger Rosenblatt

PARTE II

En la década de 1950 uno de los grandes jugadores de este deporte, Willie Mays, de los Gigantes de Nueva York, hizo una legendaria atrapada de la pelota bateada a la parte más profunda de uno de los estadios más grandes, que se alejaba del "home" sobre su hombro. No fue solamente que Willie volvió su espalda y arrancó, fue el continente verde de césped en el que corrió y la espera para ver si alcanzaba la pelota y el olor del sudor propio y el de todos los demás que se encontraban sentados en el estadio, como puntos en un panorama puntillista de Seurat, en la concavidad tallada de un planeta que luce pálido bajo la luz del día, púrpura y esmeralda brillantes en la noche.
Con todo, la juventud y la esperanza del juego constituyen sólo una mitad del béisbol y, por tanto, la mitad de su significado para nosotros. Es en la segunda parte del verano de la temporada de béisbol cuando se revela la naturaleza completa del juego. La segunda parte, no tiene el descuidado optimismo de la primera mitad. Cada año, desde agosto hasta la Serie Mundial en octubre, comienza a descender sobre el juego una sensación de mortalidad, sospecha que se intensificará para finales de septiembre, hasta llegar al conocimiento cierto de que algo que era radiante, vigoroso y rebosante de posibilidades puede llegar a su fin.
La belleza del juego está en que sigue el trazado del arco de la vida estadounidense, desde la inocencia estadounidense que se desvanece para tornarse en experiencia. Hasta mediados de agosto el béisbol es un niño en pantalones cortos que grita en el césped suculento; más adelante se transforma en un veterano astuto, de cuello quemado por el sol, cuya preocupación principal es proteger el home. En su segundo verano el béisbol es cuestión de insistir en sacar la pelota del diamante. Sadaharu Oh, el Babe Ruth del béisbol japonés, escribió una oda a su deporte en la cual ensalzó el calor del verano y previó el cambio en "la aproximación de la luz del invierno".
No es de extrañarse que el béisbol produzca más literatura excelente que cualquier otro deporte. Escritores estadounidenses, novelistas como Ernest Hemingway, John Updike, Bernard Malamud y la poetisa Marianne Moore, han visto en el juego la nación soñada. La violación de sus sueños por el país se encuentra aquí también. Como Estados Unidos mismo, el béisbol luchó contra la integración hasta que Jackie Robinson, el primer afroestadounidense de las grandes ligas, defendió todo lo que el país quería creer. Estados Unidos también resistió su propio destino autodeclarado de ser el país de todo el pueblo y entonces, cuando sí luchó por llegar a ser el país de todo el pueblo, negros, asiáticos, latinos, todo el mundo, el lugar mejoró. El béisbol mejoró también.
En el béisbol, en despliegue silencioso, se encuentra el diseño de la constitución misma de Estados Unidos. El texto básico de la constitución es el edificio principal, una estructura simétrica del siglo XVIII afianzada en los principios del siglo de las luces de la razón, el optimismo, el orden y la precaución con la emoción y la pasión. Los arquitectos de la constitución, todos ellos fundamentalmente mentes británicas del siglo de las luces, procuraron construir una casa en la que los estadounidenses pudieran vivir sin hacerla caer poniendo sus impulsos por encima de su racionalidad.
Sin embargo, el problema con esa recopilación original de leyes era su excesiva estabilidad, su demasiada rigidez. Por consiguiente, a los padres de la patria se les ocurrió la idea de la Declaración de Derechos, que en términos del béisbol pueden considerarse como el estímulo de la libertad individual dentro de leyes inmutables. El béisbol es al mismo tiempo clásico y romántico. Así es Estados Unidos y tanto el país como deporte sobreviven manteniendo los dos impulsos en equilibrio.

Roger Rosenblatt es periodista, escritor, dramaturgo y profesor. Como ensayista de la revista Time ha recibido numerosos honores del periodismo escrito, incluso dos premios George Polk, así como premios del Club de la Prensa Extrajera y del Colegio de Abogados de Estados Unidos. Los ensayos que presenta en la red de televisión pública de Estados Unidos le han merecido los prestigiosos premios Peabody y Emmy. Es autor, más recientemente, de la novella Beet (Ecco, 2008).

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