PARTE 1
El fútbol. Sí, me gusta. En su calidad de asunto menor, el fútbol puede coexistir con mi afición al béisbol. No tengo modo de negarlo: el fútbol, como una de esas novias inglesas, me produce algún pequeño placer de vez en cuando. El fútbol me agrada, respeto a sus aficionados nobles y leales, pero me desagrada el discurso patriotero y exaltado de otros, simples panboleros, queriendo imponer a toda costa su blietzkrieg: la mercadotecnia barata y ramplona del americanismo (toda crítica sobre el América está ya dicha: es llover sobre mojado), la hipócrita xenofobia nacionalista del Guadalajara (por favor, no sean racistas, ¿qué más da si un jugador talentoso es mexicano o no?), el tinglado pandilleril porruno marxistoide de los pumas (cuando forman filas con puños cerrados alzados parece que se va a venir el himno de la internacional comunista), la desmesura mesiánica del hugosanchizmo (ni en su casa lo aguantan), las foxianas barrabasadas del perro Bermúdez (me pregunto como andará de IQ en relación con Bush), y, fuera de Mexico, sobre todo la cursilería fascista del madridismo (más que festejar en la Cibeles deberían festejar en el Escorial) y la sospechosa metrosexualidad sobreexplotada del señor David Beckham (¿metrogay propuso alguien?).
Los panboleros, amparados por los oscuros intereses del duopolio televisivo mexicano y los enormes tentáculos financieros de la FIFA, quieren acaparar los espacios del deporte: ya le dieron en la torre a las transmisiones de la NBA y pretenden estrechar aún más los límites de las transmisiones de béisbol.
Por naturaleza, los panboleros son intolerantes y suelen atacar todo aquello que no sabe, no huele, no se ve, no se oye y no se siente como fútbol. Los panboleros son sujetos irascibles: cuando su equipo no triunfa, la semana es una pesadilla para todos a su alrededor: quedar atrapados en el elevador junto a un tipo con diarrea.
Los líbelos y discursos panboleros en contra del béisbol no son sino una vasta literatura de denigración de la verdadera Magia.
Por lo regular, los panboleros acuden a una serie de argumentos baladíes con ánimo de denostar al Rey de los Deportes. Argumentos de fácil refutación como consecuencia de su ingenuidad. Veamos los siete pecados capitales de los panboleros contra el sentido común.
LOS JUEGOS DE BÉISBOL DURAN DEMASIADO TIEMPO
Premisa errónea desde origen.
El béisbol no suele tener límites de tiempo. Es incorrecto dar por sentado algo de lo cual no se tiene certeza. Un juego de fútbol podría durar tanto o más que un juego de béisbol.
Además, suponiendo los juegos de béisbol implicaran forzosamente más tiempo, es incorrecto atribuir cualidades de bondad a un concepto abstracto, vago e incoherente como el tiempo. El tiempo no es bueno ni malo. (El mal tiempo es una metáfora). Un hombre de 80 años no por ser más viejo es mejor que un hombre de 60.
De igual forma, si el tiempo fuese el problema, ¿cómo explican los panboleros el hecho de chutarse dos o tres partidos seguidos de fútbol? ¿No sería eso demasiado tiempo?
El béisbol no dura ni mucho ni poco, dura lo que ha de durar.
EL BÉISBOL TIENE DEMASIADAS REGLAS. ES INCOMPRENSIBLE
Falso.
Un deporte complejo requiere de cierta dosis de complejidad para no devenir en algo insensato. Una reglamentación excesiva sería una donde se atendiera a circunstancias no indispensables del todo para el desarrollo del juego. Si de demasiadas reglas se trata, ¿cuál es la razón en el fútbol de la tarjeta amarilla por sacarse la camiseta tras un gol? Simples intereses comerciales de los patrocinadores. Peor aún, los panboleros ni siquiera se preguntan por qué el saque de banda es hecho con las manos y no con los pies como sugeriría la dinámica del fútbol. Guess why?
En el béisbol no hay reglas en demasía, sólo las necesarias. Y de eso a ser un deporte incomprensible, hay mucho trecho. No obstante, una mente moldeada en una estructura mental como la del fútbol, podría tener algunos problemas para pasar a otra estructura mental de mayor riqueza y complejidad como la del béisbol.
En el béisbol no hay lugar para la pereza mental.
LA PELOTA DE BÉISBOL NI SIQUIERA SE VE
(Bueno, esta idea en realidad sólo se la he oído a Jesús Ramón, pero él no es propiamente un panbolero: suele apoyar equipos de fútbol serios y respetables)
¿Y qué hay de malo en no ver? Lo decía Saint-Exupery: “Lo esencial es invisible a los ojos.” Además la pelota sí se ve, no verla es síntoma de miopía, ceguera u otras formas de patologías oculares.
La pelota es un copo de nieve en la negra noche.