Charlie Brown es una suerte de Woody Allen versión toys r us, un personaje para Sigmund Freud o, por qué no, para Patrice Leconte, esto es un niño inquieto y nervioso, con una pavorosa falta de autoestima, decidido a afrontar las fatalidades de su vida tanto en soledad como en compañía de sus amigos, empezando por Linus y su inseparable mantita, su egoísta hermana Sally, su prepotente compañera Lucy, su extraño perro Snoopy, quien escribe novelas que son sistemáticamente rechazadas por las casas editoriales, y sus compañeros de béisbol, todos encantadores perdedores como el pianista Schroeder.
Dos de sus amigas, Marcia y Patty, están enamoradas de Charlie Brown, pero él sólo tiene ojos para una chica pelirroja invisible, con la cual habla muy rara vez.
Charlie Brown es la suma de lo incomprensible: el hombre mismo y su relación filial de odio-amor con la soledad.
El tigre poeta, Eduardo Lizalde, autor de una justificación de los hombres desfavorecidos por la madre naturaleza (“No soy bello, pero guardo un instrumento hermoso/ Eso aseguran cuatro o cinco ninfas y náyades arteras…”), es un admirador confeso de la soledad de Charlie Brown, lo que le llevó a dedicarle un estupendo poema.
CHARLIE BROWN EN LA LOMA
(TANGO DE OTRO VIUDO)
De Eduardo Lizalde
En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!,
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch –uno tras otro-,
salvaje, eterna soledad, de veras.
Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Solar, nocturna jornada interminable.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.
Lluevan, cielos,
derrúmbense las nieblas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha de esa infancia
que dejábamos ya, soñando en altas diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible, deprimente puñeta
en la mañana,
¡qué soledad, de veras, Charlie!
-y falla el doble play, para acabarla-.
Dos de sus amigas, Marcia y Patty, están enamoradas de Charlie Brown, pero él sólo tiene ojos para una chica pelirroja invisible, con la cual habla muy rara vez.
Charlie Brown es la suma de lo incomprensible: el hombre mismo y su relación filial de odio-amor con la soledad.
El tigre poeta, Eduardo Lizalde, autor de una justificación de los hombres desfavorecidos por la madre naturaleza (“No soy bello, pero guardo un instrumento hermoso/ Eso aseguran cuatro o cinco ninfas y náyades arteras…”), es un admirador confeso de la soledad de Charlie Brown, lo que le llevó a dedicarle un estupendo poema.
CHARLIE BROWN EN LA LOMA
(TANGO DE OTRO VIUDO)
De Eduardo Lizalde
En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!,
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch –uno tras otro-,
salvaje, eterna soledad, de veras.
Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Solar, nocturna jornada interminable.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.
Lluevan, cielos,
derrúmbense las nieblas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha de esa infancia
que dejábamos ya, soñando en altas diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible, deprimente puñeta
en la mañana,
¡qué soledad, de veras, Charlie!
-y falla el doble play, para acabarla-.
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