El béisbol es poseedor de una extraña dicotomía: manifestación viril y poética al mismo tiempo; característica capaz de ser apreciada y valorada por los espíritus complejos de grandes escritores: Arthur Miller, John Ashbery, William Carlos Williams, Philip Roth, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández y por supuesto, el poeta anarco-nudista en verano y budista-socialista en invierno, Lawrence Ferlinghetti, autor de esa excelente pieza titulada “Canto del Béisbol”, la cual reproducimos en traducción del poeta dominicano Juvenal Acosta.
Observando el béisbol
sentado bajo el sol
comiendo palomitas de maíz
releyendo a Ezra Pound y deseando que Juan Marichal
dejara un hueco justo en el centro
de la tradición anglosajona en el primer canto
y que demoliera a los invasores salvajes
cuando los gigantes de San Francisco tomaron el campo
y todo el mundo se levantó para el himno nacional
con alguna voz de tenor irlandés cantando en las altas bocinas
con todos los jugadores que permanecían muertos en sus lugares
y los ampayers blancos como policías irlandeses en sus trajes negros
y pequeñas gorras negras presionadas sobre sus corazones
de pie derechos y detenidos
como en el funeral de un adulador bartender
y todos contemplando el este
como si esperaran la gran esperanza blanca
o a los padres de la patria
que aparecieran en el horizonte
como en el 1066 o en el 1776
Pero en vez de eso apareció Willie Mays
cerrando el primero
y un rugido se alzó
cuando él mandó la primera hacia el sol
y corrió
como un corredor de pista de Tebas
La pelota se perdió en el sol
y las damas gimieron ante él
pero él se mantuvo corriendo
a través de la épica anglosajona
Y Tito Fuentes vino
parecido a un matador de toros
en sus apretados pantalones y sus pequeños zapatos puntiagudos
Y el bleecher del jardín derecho se volvió loco
con chicanos y negros y bebedores de cerveza de Brooklyn
“¡Tito , golpéala duro hacia él, dulce Tito!”
Y el dulce Tito puso su pie en el plato
y le dio a una que no retornó para nada
y corrió a través de las bases
como si estuviera escapando de la United Fruit Company
así como el dólar gringo abate las libras
Y el dulce Tito la abate
como si estuviera batiendo la usura
sin mencionar el fascismo y el antisemitismo
Y Juan Marichal vino
y el bleecher chicano se puso loco de nuevo
y Juan le pegó a la primera bola
fuera de la vista
y corrió a la primera y siguió corriendo
y corrió a la segunda y corrió a la tercera
y siguió corriendo
y golpeó en una jugada sucia
ante el rugido de la asquerosa gleba
mientras algún idiota presionó el botón de pánico tras bastidores
con la cinta grabada del himno nacional nuevamente
para salvar la situación
pero no detuvo a nadie esta vez
en su revolución a través de las bases blancas
en este final de la gran épica anglosajona
en el Territorio Libre del béisbol.
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