En la obra “Baseball” de Ken Burns, aparece lo que a primera instancia luce una cita curiosa de Sandburg: “En incontables días de verano, yo jugaba béisbol comenzando a las 8 de la mañana, yendo a casa al mediodía para una comida rápida, y de nuevo con el fildeo y bateo hasta que era demasiado tarde para ver la pelota. Era tiempos de cuando mi mente estaba vacía de todo, salvo de los nombres y figuras del béisbol. Podía nombrar a los peloteros líderes de bateo y fildeo, y a los lanzadores que habían ganado los juegos. Tenía mis opiniones acerca de quien era mejor que nadie en el Pasatiempo Nacional.”
En realidad la cita anterior no debe extrañar: Carl Sanburg cimentó sus primeros rudimentos poéticos bajo la inspiración del béisbol. En 1918, Carl Sandburg incluyó en su colección de poemas “Cornhuskers” un texto titulado “Hits and Runs”, en clara referencia a la jugada netamente beisbolera de bateo y corrido. Una traducción posible del poema sonaría así:
Recuerdo a los peloteros de Chillicothe, aferrados en su lucha con los peloteros de Rock Island, en un encuentro de dieciséis entradas finalizadas por la oscuridad.
Y los hombros de los peloteros de Chillicothe eran una niebla roja contra el crepúsculo y los hombros de los peloteros de Rock Island eran una niebla sepia contra el crepúsculo.
Y la voz del ampáyer era un ronco conteo de bolas y strikes y outs y la garganta del ampáyer luchaba entre el polvo por una canción.
La afición de Sandburg por el juego de pelota no se limitaba a los juegos verbales. Le gustaba asistir a los estadios, así como coleccionar estampitas de peloteros. Sandburg llegó a reunir una más que valiosa colección de estampitas, misma que donó años después a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
A diferencia de Walt Whitman, Carl Sandburg no fue un poeta del béisbol y de la literatura como quien se erige en creador de un mármol inescrutable, sino más bien fue un poeta fraguado a partir del béisbol y de la literatura como quien adquiere su rico bagaje de la estética de los grandes poetas y de los grandes peloteros.
Me gusta la idea de imaginar a un Carl Sandburg niño, entretejiendo ya sus primeros poemas al momento de desforrar la esférica con el bate. Después de todo, la poesía del béisbol no requiere de traducción alguna.