(*) Pido disculpas porque debido a las limitaciones de esta página, el siguiente texto fue modificado de su versión original para adecuarlo a las dimensiones de ancho de esta entrada. Es una especie de mala versión full-screen en prosa churrigueresca, pero ni modo, los argumentos son esencialmente los mismos y, espero, también válidos.
ME GUSTA EL BÉISBOL
Porque Roberto Alomar jugaba al béisbol para cincelar impolutos-imposibles engarces entre los límites diagonales de la primera y la segunda base. Porque Derek Jeter existe y existirá como una suerte de figura cósmica meta-real que forma parte de la galería extática del béisbol. Porque en el Duque Hernández se corroboran las negaciones-miserias de la política y las afirmaciones-pródigas del juego de pelota. Porque mi padre fue un místico-aventurero de múltiples dialécticas y múltiples oficios, entre ellos el de manager de ligas infantiles devoto de la cruda dominical. Porque mi madre nunca supo de telenovelas ni de chismes de cuasi-barriada mexicana sino de epopeyas brotando de la caja cúbica radial. Porque Álvaro, mi hermano, bateaba en su furia hacia las estrellas más distantes apostando al error de mi parte, pero yo nunca deje ir vivo un solo fly. Porque supe de la implacable solemnidad litúrgica del béisbol a muy temprana edad, cuando di de comer a nuestro perro la casaca autografiada por Valenzuela. Porque mis mejores camaradas de la infancia si bien no jugaron todos con fortuna, supieron al menos lo difícil que es darle a esa pequeña pelota de cuero. Porque en aquella Serie del Caribe del ’93 en Mazatlán echaron al Mako Oliveras en el primer juego del Santurce, por llamar “parcelero” al ampayer. Porque una noche Ray Torres, jardinero central de los Tomateros, fue buda-kshatria trepándose a la barda para robar de las manos del aire un cuadrangular. Porque alguna vez de pequeño fui amo, señor y gurú de este indómito mundo al poseer una estampita de Will Clark. Porque en otra ocasión, Paquín Estrada me pidió prestada mi pluma de escribir para trazar sobre la arena una misteriosa estrategia infalible. Porque teníamos al Mago Septién entretejiendo ecuaciones precisas con relatos falaces para explorar las ricas posibilidades de lo verídico-irreal. Porque no hay nada más pavoroso que mirar batear a Big Papi o a Manny Ramírez en la novena baja, con caja llena y los Yankees apenas arriba por una carrera. Porque nadie conoce mejor el exilio y la soledad de un paria que Bill Buckner, el hombre del error en la Serie Mundial del ’86. Porque somos azorados testigos de la danza ejecutada por las vaqueritas de Tecate, no mujeres sino vertiginosas e inmaculadas instigaciones de la sangre. Porque me gusta comprar de vez en cuando una torta de carne asada en el estadio y disfrutarla mientras Oliver Pérez conjura los oficios de la lumbre. Porque hay un más allá de la línea de foul hecho de otras batallas y otros encuentros (pienso sobre todo en Pete Rose y Joe Jackson). Porque hay caballeros intachables del terreno de juego como Luis Polonia por quien bien vale una misa en Quisqueya. Porque las noches de trapecio son inagotables y es necesario un puñado de magia para consolar a todos esos ojos cargados de insomnio o faltos de alegría. Porque este juego es un gigantesco barómetro, bajo el cual se registran las tempestades y los días de borrasca de la termodinámica humana. Porque el béisbol, como los poemas de Rimbaud o los acordes de Monk, es honesto, una de las pocas cosas sinceras al alcance de todos. Porque mi dios murió hace más de dos mil años atravesado entre maderos y porque mis profetas predican con madero en mano. Porque sí. Porque es así como son las cosas. Porque no podía ser de otra manera.
ME GUSTA EL BÉISBOL
Porque Roberto Alomar jugaba al béisbol para cincelar impolutos-imposibles engarces entre los límites diagonales de la primera y la segunda base. Porque Derek Jeter existe y existirá como una suerte de figura cósmica meta-real que forma parte de la galería extática del béisbol. Porque en el Duque Hernández se corroboran las negaciones-miserias de la política y las afirmaciones-pródigas del juego de pelota. Porque mi padre fue un místico-aventurero de múltiples dialécticas y múltiples oficios, entre ellos el de manager de ligas infantiles devoto de la cruda dominical. Porque mi madre nunca supo de telenovelas ni de chismes de cuasi-barriada mexicana sino de epopeyas brotando de la caja cúbica radial. Porque Álvaro, mi hermano, bateaba en su furia hacia las estrellas más distantes apostando al error de mi parte, pero yo nunca deje ir vivo un solo fly. Porque supe de la implacable solemnidad litúrgica del béisbol a muy temprana edad, cuando di de comer a nuestro perro la casaca autografiada por Valenzuela. Porque mis mejores camaradas de la infancia si bien no jugaron todos con fortuna, supieron al menos lo difícil que es darle a esa pequeña pelota de cuero. Porque en aquella Serie del Caribe del ’93 en Mazatlán echaron al Mako Oliveras en el primer juego del Santurce, por llamar “parcelero” al ampayer. Porque una noche Ray Torres, jardinero central de los Tomateros, fue buda-kshatria trepándose a la barda para robar de las manos del aire un cuadrangular. Porque alguna vez de pequeño fui amo, señor y gurú de este indómito mundo al poseer una estampita de Will Clark. Porque en otra ocasión, Paquín Estrada me pidió prestada mi pluma de escribir para trazar sobre la arena una misteriosa estrategia infalible. Porque teníamos al Mago Septién entretejiendo ecuaciones precisas con relatos falaces para explorar las ricas posibilidades de lo verídico-irreal. Porque no hay nada más pavoroso que mirar batear a Big Papi o a Manny Ramírez en la novena baja, con caja llena y los Yankees apenas arriba por una carrera. Porque nadie conoce mejor el exilio y la soledad de un paria que Bill Buckner, el hombre del error en la Serie Mundial del ’86. Porque somos azorados testigos de la danza ejecutada por las vaqueritas de Tecate, no mujeres sino vertiginosas e inmaculadas instigaciones de la sangre. Porque me gusta comprar de vez en cuando una torta de carne asada en el estadio y disfrutarla mientras Oliver Pérez conjura los oficios de la lumbre. Porque hay un más allá de la línea de foul hecho de otras batallas y otros encuentros (pienso sobre todo en Pete Rose y Joe Jackson). Porque hay caballeros intachables del terreno de juego como Luis Polonia por quien bien vale una misa en Quisqueya. Porque las noches de trapecio son inagotables y es necesario un puñado de magia para consolar a todos esos ojos cargados de insomnio o faltos de alegría. Porque este juego es un gigantesco barómetro, bajo el cual se registran las tempestades y los días de borrasca de la termodinámica humana. Porque el béisbol, como los poemas de Rimbaud o los acordes de Monk, es honesto, una de las pocas cosas sinceras al alcance de todos. Porque mi dios murió hace más de dos mil años atravesado entre maderos y porque mis profetas predican con madero en mano. Porque sí. Porque es así como son las cosas. Porque no podía ser de otra manera.
1 comentario:
A MI ME GUSTA EL BEISBOL PORQUE ME SIENTO EN CASA, PORQUE SI..., PORQUE MI PAPA GRITABA EN EL ANGEL FLORES CUANDO ME LLEVABA AL JUEGO !ARRIBA MOCHIS!.. DELANTE DE TODOS LOS CULICHIS Y LUEGO SE CARCAJEABA, Y LA RAZA ENTENDIA QUE ERA PURA CURA Y LE AVENTABAN CERVEZA Y NO ORINES.
ETCETERA..... MIL VECES.
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