La historia se la leí por vez primera a Jorge Alfonso. No pude resistir saber un poco más. Es sobre uno de los mejores jugadores cubanos, de esos que por la barrera racial nunca llegó a Grandes Ligas. Estoy hablando de José de la Caridad Méndez, el Diamante Negro, originario de Cárdenas en la provincia de Matanzas, allá en el arenal de la isla beisbolera. La historia es más o menos como sigue.
El Diamante Negro debutó en 1907 con el legendario club Almendares. Lo descubrieron como Cristóbal Colón a América, por pura casualidad.
Los señores del Almendares habían enviado al pueblo de Remedios a un buscador de talento a echar ojo a cierto pitcher, del cual se hablaban maravillas. Era un juego entre Sagua la Grande y los locales de Remedios. El Almendares para desquitar el viajecito, enviaron, previo cobro, algunos peloteros para participar en el espectáculo. Nombres portentosos como: Armando Marsans, Armando “Jabuco” Cabañas y Carlos “Bebé” Royer.
En su reporte, el buscador del Almendares certificó: “El pitcher que tanto ruido ha hecho es bueno, aunque no es nada del otro mundo. Mi opinión es que hay un negrito que juega el short que tiene un brazo que mete miedo, fildea como ninguno y cuando lo pusieron a lanzar nadie pudo sacarle la pelota del cuadro. No pierda un solo minuto y contrátelo.” Ese short-stop era el Diamante Negro.
Con semejante descripción, no la pensó demasiado la gente del Almendares y contrató a José de la Caridad. Y no se equivocaron.
En el primer juego de exhibición, subieron a la loma al Diamante, y, pues nada, que les metió ponche tras ponche a los rivales, dibujando una blanqueada en el score del estadio del Palmar del Junco.
No tardó mucho en convertirse en un ídolo en el Almendares Park (algo así como un Yankee Stadium cubano, aunque eso no le suene nada bien a don Fidel). El Diamante terminó la temporada con un 9-0 en ganados y perdidos y siendo un señorón sobre la loma. Pero la épica apenas estaba por ser forjada.
En 1908, un par de equipos gringos viajaron a Cuba para jugar algunos encuentros de exhibición. Entre ellos los Rojos de Cincinnatti. Este equipo traía a un novato llamado Bob Bescher, quien en 1911 robaría 81 bases en Grandes Ligas, récord aún entre los Rojos.
El Diamante fue elegido por el Almendares para abrir el primer juego contra los Rojos. Era el 15 de noviembre de 1908 y dice la crónica de Jorge Alfonso: “Ese memorable día, desde la lomita del Almendares Park, el veloz tirador trabajó con la exactitud de un reloj suizo y dejó a los estadounidenses en un solitario hit, conectado en la novena entrada por Miller Huggins.” Habría sido juego perfecto quizá, de no haber sido porque, tras 25 outs consecutivos, “Mighty Mite” Huggins sacó un machucón que no alcanzó el segunda base cubano. De todos modos, 1-0 Almendares sobre los Rojos.
Los Rojos se preguntaban quién demonios era ese desconocido. Para un equipo de Grandes Ligas no era nada bueno ser maniatado de esa forma y menos por un condenado negro. Se picaron y exigieron enfrentarlo en los siguientes dos juegos. (Qué diferente es ese béisbol de pura valentía y dignidad: pedir que el rival saque al mejor pitcher. Momentos como ese enaltecen al béisbol.)
De nuevo el Diamante les colgó nueve argollas a los Rojos, aunque éstos al salir el temible pitcher, con un marcador empatado a ceros, aprovecharon para ganar en extra-innings 3-2. Pero al tercer juego, pactado a siete innings, el Diamante se desquitó y ganó otra vez 1-0. Le había tirado 25 innings en blanco con 24 chocolates al orgulloso equipo de peloteros blancos de Grandes Ligas.
Pero la proeza no paró ahí, porque el Diamante siguió lanzando en los otros juegos de exhibición; ahora contra un equipo de Key West, a quienes blanqueó en dos ocasiones consecutivas. Y no fue hasta la tercera entrada de un juego con la Habana, cuando le hicieron por fin una carrera: 45 innings de tener en un puño a los bateadores. En estos tiempos, no hay quien tire tanto juego completo y menos en ceros.
Años después, llegó a enfrentar varias veces en el Almendares Park a otros equipos de Grandes Ligas como los Tigres de Detroit, a quienes venció con todo y Ty Cobb, los Dodgers de Brooklyn del tremendo primera base Jake Daubert, los Atléticos de Filadelfia del gran Connie Mack (con Eddie Plank dos veces derrotado) y los Gigantes de Nueva York del no menos legendario John McGraw. Este último dijo sobre el Diamante Negro: “Si me lo pintan con cal me lo llevo a Estados Unidos.”
Según los conocedores, el Diamante no estaba lejos de ser un Cy Young o un Walter Johnson, los reyes de la loma.
En la temporada 1923-1924, dirigió y lanzó para los Leopardos de Santa Clara, equipo considerado, y no es poca cosa, el más dominante de todos los tiempos del béisbol cubano, con peloteros como Óscar Charleston, Alejandro Oms, Dobie Moore, Bill Holland y Eustaquio Pedroso.
El Diamante continuó su carrera hasta la temporada 1926-1927 en la Liga Cubana, incluyendo algunas estancias en las Ligas Negras de los Estados Unidos, donde llegó a dirigir y hacer campeones a los Monarcas de Kansas City; en ese circuito "en el cual sólo la pelota era blanca", dice Elio Menéndez. Pero aquella época no era la de los sueldos estratosféricos de hoy en día y mucho menos para un pelotero de color. Un año y meses después de retirarse, el 31 de octubre de 1928, en pleno juego del clásico entre el Almendares y la Habana se dio a conocer la muerte del Diamante. El Diamante Negro murió pobre y en el olvido, sepultado inicialmente en una fosa común, a pesar de las fortunas que hicieron quienes lucraron con su formidable brazo, garantía de lleno absoluto en los estadios.
El Diamante Negro debutó en 1907 con el legendario club Almendares. Lo descubrieron como Cristóbal Colón a América, por pura casualidad.
Los señores del Almendares habían enviado al pueblo de Remedios a un buscador de talento a echar ojo a cierto pitcher, del cual se hablaban maravillas. Era un juego entre Sagua la Grande y los locales de Remedios. El Almendares para desquitar el viajecito, enviaron, previo cobro, algunos peloteros para participar en el espectáculo. Nombres portentosos como: Armando Marsans, Armando “Jabuco” Cabañas y Carlos “Bebé” Royer.
En su reporte, el buscador del Almendares certificó: “El pitcher que tanto ruido ha hecho es bueno, aunque no es nada del otro mundo. Mi opinión es que hay un negrito que juega el short que tiene un brazo que mete miedo, fildea como ninguno y cuando lo pusieron a lanzar nadie pudo sacarle la pelota del cuadro. No pierda un solo minuto y contrátelo.” Ese short-stop era el Diamante Negro.
Con semejante descripción, no la pensó demasiado la gente del Almendares y contrató a José de la Caridad. Y no se equivocaron.
En el primer juego de exhibición, subieron a la loma al Diamante, y, pues nada, que les metió ponche tras ponche a los rivales, dibujando una blanqueada en el score del estadio del Palmar del Junco.
No tardó mucho en convertirse en un ídolo en el Almendares Park (algo así como un Yankee Stadium cubano, aunque eso no le suene nada bien a don Fidel). El Diamante terminó la temporada con un 9-0 en ganados y perdidos y siendo un señorón sobre la loma. Pero la épica apenas estaba por ser forjada.
En 1908, un par de equipos gringos viajaron a Cuba para jugar algunos encuentros de exhibición. Entre ellos los Rojos de Cincinnatti. Este equipo traía a un novato llamado Bob Bescher, quien en 1911 robaría 81 bases en Grandes Ligas, récord aún entre los Rojos.
El Diamante fue elegido por el Almendares para abrir el primer juego contra los Rojos. Era el 15 de noviembre de 1908 y dice la crónica de Jorge Alfonso: “Ese memorable día, desde la lomita del Almendares Park, el veloz tirador trabajó con la exactitud de un reloj suizo y dejó a los estadounidenses en un solitario hit, conectado en la novena entrada por Miller Huggins.” Habría sido juego perfecto quizá, de no haber sido porque, tras 25 outs consecutivos, “Mighty Mite” Huggins sacó un machucón que no alcanzó el segunda base cubano. De todos modos, 1-0 Almendares sobre los Rojos.
Los Rojos se preguntaban quién demonios era ese desconocido. Para un equipo de Grandes Ligas no era nada bueno ser maniatado de esa forma y menos por un condenado negro. Se picaron y exigieron enfrentarlo en los siguientes dos juegos. (Qué diferente es ese béisbol de pura valentía y dignidad: pedir que el rival saque al mejor pitcher. Momentos como ese enaltecen al béisbol.)
De nuevo el Diamante les colgó nueve argollas a los Rojos, aunque éstos al salir el temible pitcher, con un marcador empatado a ceros, aprovecharon para ganar en extra-innings 3-2. Pero al tercer juego, pactado a siete innings, el Diamante se desquitó y ganó otra vez 1-0. Le había tirado 25 innings en blanco con 24 chocolates al orgulloso equipo de peloteros blancos de Grandes Ligas.
Pero la proeza no paró ahí, porque el Diamante siguió lanzando en los otros juegos de exhibición; ahora contra un equipo de Key West, a quienes blanqueó en dos ocasiones consecutivas. Y no fue hasta la tercera entrada de un juego con la Habana, cuando le hicieron por fin una carrera: 45 innings de tener en un puño a los bateadores. En estos tiempos, no hay quien tire tanto juego completo y menos en ceros.
Años después, llegó a enfrentar varias veces en el Almendares Park a otros equipos de Grandes Ligas como los Tigres de Detroit, a quienes venció con todo y Ty Cobb, los Dodgers de Brooklyn del tremendo primera base Jake Daubert, los Atléticos de Filadelfia del gran Connie Mack (con Eddie Plank dos veces derrotado) y los Gigantes de Nueva York del no menos legendario John McGraw. Este último dijo sobre el Diamante Negro: “Si me lo pintan con cal me lo llevo a Estados Unidos.”
Según los conocedores, el Diamante no estaba lejos de ser un Cy Young o un Walter Johnson, los reyes de la loma.
En la temporada 1923-1924, dirigió y lanzó para los Leopardos de Santa Clara, equipo considerado, y no es poca cosa, el más dominante de todos los tiempos del béisbol cubano, con peloteros como Óscar Charleston, Alejandro Oms, Dobie Moore, Bill Holland y Eustaquio Pedroso.
El Diamante continuó su carrera hasta la temporada 1926-1927 en la Liga Cubana, incluyendo algunas estancias en las Ligas Negras de los Estados Unidos, donde llegó a dirigir y hacer campeones a los Monarcas de Kansas City; en ese circuito "en el cual sólo la pelota era blanca", dice Elio Menéndez. Pero aquella época no era la de los sueldos estratosféricos de hoy en día y mucho menos para un pelotero de color. Un año y meses después de retirarse, el 31 de octubre de 1928, en pleno juego del clásico entre el Almendares y la Habana se dio a conocer la muerte del Diamante. El Diamante Negro murió pobre y en el olvido, sepultado inicialmente en una fosa común, a pesar de las fortunas que hicieron quienes lucraron con su formidable brazo, garantía de lleno absoluto en los estadios.
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