Celebrado por unos, odiado y temido por otros, el mexicano Carlos Slim es uno de los hombres más ricos del planeta, si no el más rico. Este es un hecho bien conocido por la mayoría. Quizá no sea un dato para celebrar en un país que de acuerdo al coeficiente de Gini el 10% de la población posee el 40% de la riqueza nacional, mientras al mismo tiempo cerca de 50 millones de personas viven en la pobreza. Sin embargo más allá de la evidente inequidad económica y social de México, no todos conocen los orígenes de Carlos Slim en los negocios; negocios que el administrador de esta bitácora conoce a ciencia cierta, tal y como se desprende de su narración sobre “Will Clark y la Conciencia de lo Imposible”.
¿Quién es realmente Carlos Slim?
Carlos Slim no representa al capitalismo ni a los capitalistas, es el Capital mismo. Él es consciente de ello y su conducta empresarial y filantrópica son testimonio inexorable, con lo que sea que esto pueda significar. De pequeño, Carlos Slim tomó sus primeras lecciones de capitalismo neoliberalista a lo Milton Friedman en el ámbito del intercambio de estampitas de béisbol. El niño que alguna vez fue se apersonaba en un puesto de dulces y caramelos para comprar estampitas, las cuales negociaba después con los colegas. Los trueques eran despiadados, nadie daba ni pedía cuartel. Slim en una libreta llevaba un registro meticuloso de todas las transacciones llevadas a cabo. Le interesaba saber si había ganado o perdido con los intercambios, según el desempeño estadístico de los peloteros retratados en las estampitas. Había altas y bajas en el mercado de estampitas de peloteros, bonanzas, burbujas financieras y depresiones. El secreto era emplear las estampitas repetidas para conseguir otras de mayor valor potencial y diversificar así el portafolio de inversiones y, sobre todo, comprar barato y vender caro.
A los 12 años, el joven Carlos –“Chuck”, para los amigos–, expandió su emporio de trueques beisboleros para adentrarse al no menos intrincado mundo de los bonos y las acciones. A los 30 años, Slim era ya propietario de una compañía de bebidas, además de ser corredor de bolsa. El resto es historia, ya vendrían inmuebles históricos, Inbursa, Telmex, Telcel, y un largo etcétera de negocios redituables. A lo mejor hasta sin saberlo, podríamos ser empleados de alguna empresa del citado magnate. El propio Carlos Slim reconoce haber acumulado su gran fortuna gracias al conocimiento adquirido en el intercambio de estampitas de béisbol –además de las buenas relaciones y de mantener en forma las neuronas observando juegos de béisbol, claro está.
El mega-multimillonario ha sido toda su vida un fanático de hueso colorado del béisbol, al grado de conocer de memoria la biografía de muchos de los grandes monstruos del juego de pelota como Ty Cobb y Honus Wagner. Su equipo favorito son los Yankees de Nueva York y su pelotero favorito es desde luego el Bambino Ruth. Slim incluso hasta se compró una casa en Nueva York, no sólo para atender sus múltiples negocios en esa ciudad, sino también para ir más seguido al Yankee Stadium. Seguramente más de uno cuestionará cándidamente la predilección por el béisbol de parte de Carlos Slim. “No hay suficientes números en el fútbol”, afirmó el empresario en una entrevista con la agencia de noticias Bloomberg. En otras palabras, el béisbol es una de las más altas formas de expresión de la estadística, matemática logarítmica, en contraste con el simple álgebra de otros deportes menores.
¿La lección? Si quiere que sus hijos sean empresarios fructíferos –o al menos que aprendan a hacer con cierta virtud la cuenta del supermercado–, no los fastidie cuando vea en ellos el extraño brillo del azoro en los ojos de quien ha ganado una estampita de béisbol altamente cotizada. Se lo dice aquí un antiguo traficante y especulador de estampitas de peloteros, aunque desde luego uno más modesto y no tan conocido como el señor Slim.
¿Quién es realmente Carlos Slim?
Carlos Slim no representa al capitalismo ni a los capitalistas, es el Capital mismo. Él es consciente de ello y su conducta empresarial y filantrópica son testimonio inexorable, con lo que sea que esto pueda significar. De pequeño, Carlos Slim tomó sus primeras lecciones de capitalismo neoliberalista a lo Milton Friedman en el ámbito del intercambio de estampitas de béisbol. El niño que alguna vez fue se apersonaba en un puesto de dulces y caramelos para comprar estampitas, las cuales negociaba después con los colegas. Los trueques eran despiadados, nadie daba ni pedía cuartel. Slim en una libreta llevaba un registro meticuloso de todas las transacciones llevadas a cabo. Le interesaba saber si había ganado o perdido con los intercambios, según el desempeño estadístico de los peloteros retratados en las estampitas. Había altas y bajas en el mercado de estampitas de peloteros, bonanzas, burbujas financieras y depresiones. El secreto era emplear las estampitas repetidas para conseguir otras de mayor valor potencial y diversificar así el portafolio de inversiones y, sobre todo, comprar barato y vender caro.
A los 12 años, el joven Carlos –“Chuck”, para los amigos–, expandió su emporio de trueques beisboleros para adentrarse al no menos intrincado mundo de los bonos y las acciones. A los 30 años, Slim era ya propietario de una compañía de bebidas, además de ser corredor de bolsa. El resto es historia, ya vendrían inmuebles históricos, Inbursa, Telmex, Telcel, y un largo etcétera de negocios redituables. A lo mejor hasta sin saberlo, podríamos ser empleados de alguna empresa del citado magnate. El propio Carlos Slim reconoce haber acumulado su gran fortuna gracias al conocimiento adquirido en el intercambio de estampitas de béisbol –además de las buenas relaciones y de mantener en forma las neuronas observando juegos de béisbol, claro está.
El mega-multimillonario ha sido toda su vida un fanático de hueso colorado del béisbol, al grado de conocer de memoria la biografía de muchos de los grandes monstruos del juego de pelota como Ty Cobb y Honus Wagner. Su equipo favorito son los Yankees de Nueva York y su pelotero favorito es desde luego el Bambino Ruth. Slim incluso hasta se compró una casa en Nueva York, no sólo para atender sus múltiples negocios en esa ciudad, sino también para ir más seguido al Yankee Stadium. Seguramente más de uno cuestionará cándidamente la predilección por el béisbol de parte de Carlos Slim. “No hay suficientes números en el fútbol”, afirmó el empresario en una entrevista con la agencia de noticias Bloomberg. En otras palabras, el béisbol es una de las más altas formas de expresión de la estadística, matemática logarítmica, en contraste con el simple álgebra de otros deportes menores.
¿La lección? Si quiere que sus hijos sean empresarios fructíferos –o al menos que aprendan a hacer con cierta virtud la cuenta del supermercado–, no los fastidie cuando vea en ellos el extraño brillo del azoro en los ojos de quien ha ganado una estampita de béisbol altamente cotizada. Se lo dice aquí un antiguo traficante y especulador de estampitas de peloteros, aunque desde luego uno más modesto y no tan conocido como el señor Slim.
Nota. Estimado Chuck, ¿qué tal un intercambio de la estampita Topps 1988 de Will Clark por la que posees de Honus Wagner, en concreto la de la extinta compañía tabacalera? Piénsalo bien, el “good will” de la estampita del Natural ha subido un 1000% desde la publicación del libro de “Dime que no fue así, Joe”. Es más, si aceptas el trueque, hasta te regalo un ejemplar del libro, una pelota autografiada por el Almirante Nelson Barrera y una gorra de los Tomateros de Culiacán. Negocios son negocios.