“Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, y del primero no estoy tan seguro”, sostenía el físico Albert Einstein. Comparto la idea. Mi teoría de la irracionalidad humana gira alrededor del concepto del título nobiliario y del ataque a los derechos del individuo perpetrado por los hacedores de leyes. Es decir, el ser humano para sentirse seguro a todo le tiene que otorgar un título nobiliario: éste es contador, aquél abogado, aquél otro chofer; ésta es mi novia, ésta es mi mujer, ésta es mi hermana, etc. Desde luego en un sitio netamente beisbolero no voy a aburrir a los lectores explayando mis teorías de cantina. En otra ocasión será. Además, no soy imparcial (quién lo es, no es humano): me confieso como un anarquista romántico. Sin embargo, voy a dejar constancia (una vez más), de que los políticos, con todo y sus artes maquiavélicas, revisten un cariz de estupidez que a pesar de todo suelen explotar a su favor. Sus paranoias personales devienen en paranoias colectivas. Veamos una historia basada en un texto publicado en el diario Récord.
El béisbol comenzó a practicarse en China en 1863 en Shangai. El Rey de los Deportes fue llevado a China por comerciantes y viajeros estadounidenses. Su práctica comenzó a ganar adeptos de manera paulatina y a inicios del siglo XX se dieron los primeros juegos organizados entre clubes deportivos y universidades. No obstante, llegó Mao Tse Tung (1893-1976) y la revolución comunista. El legado de Mao es objeto de gran controversia. Muchos chinos consideran a Mao como un gran revolucionario, un gran líder. Reivindican su figura, aunque reconozcan que incurrió en serios errores al final de su gobierno. De acuerdo con Deng Xiaoping, quien fuera desplazado durante la Revolución Cultural acusado de seguir el camino de restauración capitalista, Mao estaba las tres cuartas partes en lo correcto y una cuarta parte errado y su contribución fue primordial y sus errores secundarios.
Discrepo de Deng, pues dentro del “margen de error” del cuasi-infalible Mao, se encuentra un error no secundario, sino fundamental a mi entender. En 1959, Mao ordenó la disolución de todo equipo de béisbol y declaró ilegal la práctica de este deporte, argumentando que “el béisbol era una influencia maligna de occidente”. Con ello, Mao privó al pueblo chino de uno de los grandes placeres de esta vida, en una suerte de castración mental en masa. Vaya, ni siquiera al vilipendiado Hitler ni a la retrógrada Inquisición se les ocurrió declarar al béisbol un artilugio demoníaco. Y pensar que Mao tiene un cierto aire de Paquín Estrada asiático.
Una vez bien muerto Mao Tsé Tsé y tras la caída de la Revolución Cultural, el béisbol pudo practicarse de nuevo en China. En 2002 se organizó la Liga Nacional, en la que actualmente participan seis equipos. En 2006, China participó en el Clásico Mundial de Béisbol. Con los Juegos Olímpicos en Beijín, la ironía es insoslayable: el béisbol se hará presente en el país del anti-beisbolero Mao y no sólo eso, sino que jugaran por igual países socialistas (si acaso aún existe tal cosa) y capitalistas. Después de todo, vendrán héroes y dictadores, habrá hombres libres y sometidos, caerán banderas y fronteras, en otros lados surgirán también otras banderas y fronteras, pero el béisbol seguirá ahí, intacto y esférico, mientras exista un ser humano que disfrute del arte de aporrear una pelota y de lanzarse para atraparla con un guante de piel.
El béisbol comenzó a practicarse en China en 1863 en Shangai. El Rey de los Deportes fue llevado a China por comerciantes y viajeros estadounidenses. Su práctica comenzó a ganar adeptos de manera paulatina y a inicios del siglo XX se dieron los primeros juegos organizados entre clubes deportivos y universidades. No obstante, llegó Mao Tse Tung (1893-1976) y la revolución comunista. El legado de Mao es objeto de gran controversia. Muchos chinos consideran a Mao como un gran revolucionario, un gran líder. Reivindican su figura, aunque reconozcan que incurrió en serios errores al final de su gobierno. De acuerdo con Deng Xiaoping, quien fuera desplazado durante la Revolución Cultural acusado de seguir el camino de restauración capitalista, Mao estaba las tres cuartas partes en lo correcto y una cuarta parte errado y su contribución fue primordial y sus errores secundarios.
Discrepo de Deng, pues dentro del “margen de error” del cuasi-infalible Mao, se encuentra un error no secundario, sino fundamental a mi entender. En 1959, Mao ordenó la disolución de todo equipo de béisbol y declaró ilegal la práctica de este deporte, argumentando que “el béisbol era una influencia maligna de occidente”. Con ello, Mao privó al pueblo chino de uno de los grandes placeres de esta vida, en una suerte de castración mental en masa. Vaya, ni siquiera al vilipendiado Hitler ni a la retrógrada Inquisición se les ocurrió declarar al béisbol un artilugio demoníaco. Y pensar que Mao tiene un cierto aire de Paquín Estrada asiático.
Una vez bien muerto Mao Tsé Tsé y tras la caída de la Revolución Cultural, el béisbol pudo practicarse de nuevo en China. En 2002 se organizó la Liga Nacional, en la que actualmente participan seis equipos. En 2006, China participó en el Clásico Mundial de Béisbol. Con los Juegos Olímpicos en Beijín, la ironía es insoslayable: el béisbol se hará presente en el país del anti-beisbolero Mao y no sólo eso, sino que jugaran por igual países socialistas (si acaso aún existe tal cosa) y capitalistas. Después de todo, vendrán héroes y dictadores, habrá hombres libres y sometidos, caerán banderas y fronteras, en otros lados surgirán también otras banderas y fronteras, pero el béisbol seguirá ahí, intacto y esférico, mientras exista un ser humano que disfrute del arte de aporrear una pelota y de lanzarse para atraparla con un guante de piel.
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