¿Qué sería del béisbol sin los ampáyers sino una forma insensata de correr las bases?, decía no sin justa razón el Mago Septién. Para algunos aficionados los ampáyers pasan total y absolutamente desapercibidos, excepto cuando éstos se equivocan o se dan de pechazos con algún manager o jugador. El trabajo de los ampáyers es un poco como el de los presidentes: cuando hacen bien su trabajo nadie los nota, pero, ah, eso sí, que ni se les ocurra meter la pata. ¿Ejemplos? ¿Alguien sabe quién es el presidente o primer ministro de Suiza? En cambio, ¿quién no recuerda los nombres de los presidentes de ciertos países de Latinoamérica?
No obstante, la invisibilidad de la profesión de ampáyer, hay algunos que destacan no sólo por hacer bien su trabajo, sino también por saber ponerle pimienta al juego. Yo recuerdo, por ejemplo, al Lobito Sainz y al Musulungo Herrera.
El Lobito patentó una fabulosa forma de aullar los strikes, en especial el tercero, levantando la pierna y chillando sabrosamente el ponche en las narices del bateador.
El Musulungo, por su parte, era todo un personaje. Bailaba, cantaba, tocaba bongo. De hecho, se cuenta por ahí que lo echaron por querer presentar un espectáculo musical en plenos play-offs. Yo tengo muy presente la Serie del Caribe de 1993 en Mazatlán, en donde el Musulungo expulsó en el primer juego al Mako Oliveras, manager de los cangrejeros de Santurce, a la postre los campeones. ¿La razón? El Mako Oliveras llamó “parcelero” al Musulungo, porque para el buen Mako el campo era una parcela, pero para el Musulungo un campo de béisbol le parecía una cosa más seria y más solemne que una simple parcela.
Los más viejos en México recuerdan a otros ampayers como el Muerto Ortega, la Zenona Castro, el Sordo Solano y el Chino Ibarra. Algunos de ellos, como el Musulungo, fueron también peloteros profesionales en sus años mozos.
Otro gran ampáyer lo fue Toño Páramo. Inconfundible por cantar los ponches gritándoles a los bateadores: “Cántatela tu mismo, con regla, plomada y nivel.” En el libro del “Brillo del Diamante”, editado por la Universidad de Veracruz, se refiere una anécdota de Toño Páramo que bien vale la pena transcribir: “(…) la más famosa de sus barbaridades se la inyectó al Zurdo Escalante. En uno de los partidos de verano, la situación era tensa: tres bolas y dos estraics. Entonces viene el lanzador y el bateador se mantuvo incólume, sin pestañear siquiera. Páramo sentenció: ‘A la base…’; el Zurdo dejó el bat con desdén, desplegó todo su estilo y empezaba a caminar hacia la primera cuando el mordaz ampáyer culminó la frase con un leve giro verbal: ‘A lavarse las nalgas, que fue buena.’ Y aléguele al ampáyer. Sí, señor.
No obstante, la invisibilidad de la profesión de ampáyer, hay algunos que destacan no sólo por hacer bien su trabajo, sino también por saber ponerle pimienta al juego. Yo recuerdo, por ejemplo, al Lobito Sainz y al Musulungo Herrera.
El Lobito patentó una fabulosa forma de aullar los strikes, en especial el tercero, levantando la pierna y chillando sabrosamente el ponche en las narices del bateador.
El Musulungo, por su parte, era todo un personaje. Bailaba, cantaba, tocaba bongo. De hecho, se cuenta por ahí que lo echaron por querer presentar un espectáculo musical en plenos play-offs. Yo tengo muy presente la Serie del Caribe de 1993 en Mazatlán, en donde el Musulungo expulsó en el primer juego al Mako Oliveras, manager de los cangrejeros de Santurce, a la postre los campeones. ¿La razón? El Mako Oliveras llamó “parcelero” al Musulungo, porque para el buen Mako el campo era una parcela, pero para el Musulungo un campo de béisbol le parecía una cosa más seria y más solemne que una simple parcela.
Los más viejos en México recuerdan a otros ampayers como el Muerto Ortega, la Zenona Castro, el Sordo Solano y el Chino Ibarra. Algunos de ellos, como el Musulungo, fueron también peloteros profesionales en sus años mozos.
Otro gran ampáyer lo fue Toño Páramo. Inconfundible por cantar los ponches gritándoles a los bateadores: “Cántatela tu mismo, con regla, plomada y nivel.” En el libro del “Brillo del Diamante”, editado por la Universidad de Veracruz, se refiere una anécdota de Toño Páramo que bien vale la pena transcribir: “(…) la más famosa de sus barbaridades se la inyectó al Zurdo Escalante. En uno de los partidos de verano, la situación era tensa: tres bolas y dos estraics. Entonces viene el lanzador y el bateador se mantuvo incólume, sin pestañear siquiera. Páramo sentenció: ‘A la base…’; el Zurdo dejó el bat con desdén, desplegó todo su estilo y empezaba a caminar hacia la primera cuando el mordaz ampáyer culminó la frase con un leve giro verbal: ‘A lavarse las nalgas, que fue buena.’ Y aléguele al ampáyer. Sí, señor.