Probablemente no muchos estén de acuerdo conmigo, pero a mi me provoca cierto escozor mirar a los campeones de la Liga del Pacífico en la Serie del Caribe con la camisa de México.
Dos de las escenas más felices de mi vida como irredento amante del béisbol son imágenes alejadas de la bandera tricolor. Una, los Tomateros de Culiacán vestidos para mayor dicha de un servidor con los colores guindas y levantando el trofeo de la Serie del Caribe en República Dominicana en 1996. La otra, Matt Stark, recibiendo el trofeo de Jugador Más Valioso de la Serie del Caribe en 1997 y portando la casaca Tomatera (al menos bajo la camisa de México abierta de par en par) para afrenta de ciertos aficionados naranjeros en el estadio Héctor Espino.
No me gusta ver el uniforme de México por muy diversas razones. ¿Para qué arriesgar así los colores patrios? Pareciera que el verde, el blanco y el rojo son teiboleras haciendo sexies por todo el bar. (Pienso sobretodo en las últimas actuaciones de los naranjeros en la Serie del Caribe y una que otra de los venados). ¿Para qué insistir en vender la imagen de México cuando se trata de un equipo plagado de extranjeros? ¿Para qué arrogarse la representación de un país, representación que nadie les ha otorgado?
Y no hablo de ser villamelón, porque a mi me da igual si gana la Serie del Caribe otro equipo que no sean los Tomateros. La Serie del Caribe es un torneo de equipos campeones, no de selecciones nacionales. No tiene sentido vestir los colores nacionales. Por ejemplo, ni siquiera podría imaginarme, en un deporte menor como el fútbol, a clubes de naturaleza fascista o nacionalista como el Real Mandril o las Chivas del Guadalajara en torneos internacionales jugando con la camisa de España o México respectivamente. No creo que esos dos clubes, a pesar de ser de los más radicales, lleguen a tales extremos; ni creo que los aficionados de los demás equipos lo permitirían.
Por eso me agradó ver a los Tigres del Licey ganando la Serie del Caribe de 2008 con su uniforme azul bien puesto. Así debe ser. Bravo Tigres.
O dicho de otra manera: ¿para qué cambiar una dosis real y concreta de gloria de aficionado de a pie, fiel de cierto equipo, por un ente abstracto, inaccesible y absurdo como el nacionalismo patriotero?
Dos de las escenas más felices de mi vida como irredento amante del béisbol son imágenes alejadas de la bandera tricolor. Una, los Tomateros de Culiacán vestidos para mayor dicha de un servidor con los colores guindas y levantando el trofeo de la Serie del Caribe en República Dominicana en 1996. La otra, Matt Stark, recibiendo el trofeo de Jugador Más Valioso de la Serie del Caribe en 1997 y portando la casaca Tomatera (al menos bajo la camisa de México abierta de par en par) para afrenta de ciertos aficionados naranjeros en el estadio Héctor Espino.
No me gusta ver el uniforme de México por muy diversas razones. ¿Para qué arriesgar así los colores patrios? Pareciera que el verde, el blanco y el rojo son teiboleras haciendo sexies por todo el bar. (Pienso sobretodo en las últimas actuaciones de los naranjeros en la Serie del Caribe y una que otra de los venados). ¿Para qué insistir en vender la imagen de México cuando se trata de un equipo plagado de extranjeros? ¿Para qué arrogarse la representación de un país, representación que nadie les ha otorgado?
Y no hablo de ser villamelón, porque a mi me da igual si gana la Serie del Caribe otro equipo que no sean los Tomateros. La Serie del Caribe es un torneo de equipos campeones, no de selecciones nacionales. No tiene sentido vestir los colores nacionales. Por ejemplo, ni siquiera podría imaginarme, en un deporte menor como el fútbol, a clubes de naturaleza fascista o nacionalista como el Real Mandril o las Chivas del Guadalajara en torneos internacionales jugando con la camisa de España o México respectivamente. No creo que esos dos clubes, a pesar de ser de los más radicales, lleguen a tales extremos; ni creo que los aficionados de los demás equipos lo permitirían.
Por eso me agradó ver a los Tigres del Licey ganando la Serie del Caribe de 2008 con su uniforme azul bien puesto. Así debe ser. Bravo Tigres.
O dicho de otra manera: ¿para qué cambiar una dosis real y concreta de gloria de aficionado de a pie, fiel de cierto equipo, por un ente abstracto, inaccesible y absurdo como el nacionalismo patriotero?
1 comentario:
Tienes razon, yo vi la culminacion de la Serie del Caribe del 96 en un resturante en Hermosillo, jajajaja, eso era un velorio, solo dos personas festejamos como locos ese dia en ene lugar. Aun podria asegurar que lo disfrutamos mas que quienes viajaron a Santo Domingo.
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