Los mitos no son
historias para niños, sino que son como lo planteaba Paul Ricoeur relatos
racionalizados con base en símbolos. En ese sentido, los mitos se alimentan
muchas veces de metáforas para pretender explicar lo que de otra manera no es
explicable o, bien, lo que de otra manera sería explicable con un altísimo grado
de abstracción. De hecho el lenguaje cotidiano está cargado de metáforas e
incluso de mitos, sobre todo de mitos teológicos. Así, los mitos de los
distintos pueblos reflejan sus cosmogonías particulares, esto es, sus
apreciaciones del mundo y sus preocupaciones filosóficas y espirituales, en
donde por supuesto que hay mitos de dominación y mitos de liberación, distopías
y utopías, tal y como lo ha registrado Ernst Bloch en los tres tomos de “El
principio esperanza”.
En el Béisbol, tanto la
filosofía como la teología beisbolera están precisamente repletos de mitos*, lo cual resulta interesante, pues si
el Juego de Pelota es una metáfora de la vida, entonces los mitos del Béisbol
implican la elaboración de metáforas sobre metáforas, lo cual liga al Béisbol
con el arte poético. ¿Y por qué no? Pensemos en un hombre al bate: batear es un
acto de barbarie en nombre de la verdad y la belleza. ¿Acaso no es eso la poesía:
desmesura en su justa medida?
Tenemos pues que el
Béisbol es un juego poético, una sucesión de metáforas finamente trazadas sobre
el campo del juego y durante un tiempo indeterminado, pues es un juego en
principio sin límite de tiempo (el juego
dura lo que ha de durar). Luego, el Béisbol es un juego capaz de tener
significados metafóricos, de desarrollar mitos y de plantear problemas de
espacio y tiempo, por lo cual el Béisbol es sin duda un juego complejo, quizá la substancia más compleja descubierta hasta
ahora para medir las pulsaciones de la vida minuto a minuto.
Esa complejidad nos
ofrece una gran riqueza de posibilidades para el pensamiento. Una de esas
posibilidades es la discusión de lo que Albert Camus planteaba en “El mito de
Sísifo” como el primer problema filosófico: el suicidio. Es decir, el ser vivo
pensante, antes de ahondar en cualquier otro problema, debe preguntarse sobre
si merece la pena el vivir y sobre qué tipo de vida ha de considerarse digna de
llamarse como tal. En apariencia el suicidio es un problema individual, pero
Émile Durkheim se encargó de demostrar también su cariz social en la obra
titulada precisamente “El suicidio”.
¿Pero qué puede
ofrecernos el Béisbol al respecto? En opinión de quien esto escribe, mucho. Una
teoría del suicidamiento en el Béisbol permitiría cerrar el círculo del primer
problema filosófico e incluso abrir posibilidades para el pensamiento hermenéutico
de lo mesiánico y hasta para una filosofía de la liberación, de una forma tal
que sea comprensible para las personas en general. No todo mundo anda por ahí
planteándose los dilemas del suicidio o de si el día de hoy es un buen día para
pegarse un tiro en la sien, por lo cual el Béisbol como actividad cotidiana nos
ofrece otras modalidades para acercarnos a las cuestiones citadas. Veamos.
En primera instancia,
el Béisbol, en tanto juego, re-presenta, es decir presenta de forma metafórica,
en este caso, re-presenta la vida (ya sea la vida ausente o la lucha por la vida,
según quiera apreciarse). Por ello, si hemos de recurrir al Béisbol para tratar
el tema del suicidio como algún tipo de liberación**,
no podemos perder de vista que el tema sólo puede ser abordado en tanto
re-presentación del mismo. Por ese motivo, preferimos distinguir entre la
presentación de una teoría del suicidio y la re-presentación desde la óptica
del Juego de Pelota de una teoría del suicidio, a la cual para distinguirla de
la primera, la hemos denominado “teoría del suicidamiento”, tomando así prestada
la categoría de “suicidamiento” del libro “Águila contra el hombre. Poemas para
un suicidamiento”, de la autoría de Leopoldo María Panero.
Los griegos de la
antigüedad distinguían entre el tiempo lineal, cuantitativo y cotidiano,
llamado cronos (“kρόνος”) y el tiempo indeterminado, cualitativo y relevante,
muchas veces el tiempo del peligro, llamado kairós (“καιρός“). El kairós es
algo muy semejante al tiempo-ahora (“Jetzteit”) de Walter Benjamin, como interrupción
del continuum de la historia, y muy
semejante también al “Pachakuti” de los pueblos andinos, como tiempo de la
inversión fundamental del orden de las cosas. ¿Pero todo esto qué tiene que ver
con el Béisbol? O, mejor dicho, ¿qué tiene que ver el Béisbol con todo esto?
Pues bien, el Béisbol
también cuenta con un tiempo en el que el propio tiempo transcurre como si no
hubiera tiempo, es decir, el Béisbol cuenta con instantes en donde el continuum del juego parece romperse y en
donde se abren espacios de oportunidad para el tiempo mesiánico, el tiempo de
los héroes, el tiempo de los liberadores. Un cuadrangular en la novena entrada
para dejar tendidos a los rivales es sin duda alguna un acto de liberación,
pero en ese tipo de jugada no se aprecia el tiempo del peligro, el tiempo ahora,
al menos no de forma clara o regular. En cambio, la jugada por excelencia capaz
de llevar al extremo y de forma contundente ese tiempo discontinuo tiene un
nombre: squeeze play. Esta jugada, por
sus características, en nuestra opinión, es justamente la más indicada para
pretender la elaboración de cualquier posible teoría del suicidamiento.
El 8 de febrero de
1986, en la quinta jornada de la Serie del Caribe, celebrada en Maracaibo,
Venezuela, se enfrentaron las Águilas de Mexicali, campeones de México, y las
Águilas del Cibao, campeones de República Dominicana. El juego estaba empatado
a siete carreras en la novena entrada. Mexicali cerraba la entrada al bate y
logró colocar al corredor John Kruk en tercera con uno fuera. Vino a batear el
Almirante Nelson Barrera. Todos esperaban que Barrera buscara el batazo largo
para traer al pentágono la carrera, aunque fuera con un fly de sacrificio a los jardines, pero Barrera, tras batear un foul, ejecutó un toque de bola en la
modalidad de squeeze play. Fue el
tiempo del peligro, el tiempo del todo o nada, pues John Kruk, un peso
completo, desde tercera se lanzó como locomotora hacia home mientras la bola
tocada por Barrera rodaba lentamente entre el pitcher y la primera base. Los
dominicanos fueron sorprendidos, sacados literalmente del tiempo continuo y enfrentados
al tiempo-ahora creado por los mexicanos. El corredor anotó y Mexicali dejó
tendidos en el terreno a los del Cibao. En el siguiente juego, contra el equipo
de Puerto Rico, los Indios de Mayagüez, Mexicali se coronaría campeón de la
Serie del Caribe de 1986 al vencerles en 10 entradas con hit productor del
Paquín Estrada. Al más puro estilo mesiánico, todo se había consumado.
En el idioma inglés la
expresión squeeze play denota la idea
de una jugada apretada en cuanto a su desenlace, denotando así también la idea
de un tiempo-ahora. En el idioma español esto es llevado hacia un más allá, al
llamarle a la jugada “toque suicida”. Justo a partir de aquí podríamos empezar
a plantear materiales para una teoría del suicidamiento.
La invención del squeeze play se suele atribuir al
mánager de los Yankees, Jake Reid, quien la mandó ejecutar en la Serie Mundial
de 1931. Probablemente la jugada tenga orígenes más modestos, tal y como
plantean otros que la atribuyen al Béisbol universitario de los Estados Unidos
o al Béisbol de las ligas infantiles. El squeeze
play implica una maniobra de realizar un toque de pelota con un corredor en
tercera base, procurando hacerlo de forma tal que dicho corredor tenga el
tiempo suficiente de llegar a home y
anotar. En esa línea, la filosofía beisbolera estadounidense distingue entre
dos categorías: el squeeze play
seguro, en el cual el corredor de tercera no se lanza al plato sino hasta el
momento en que el bateador hace contacto con la pelota; y el squezze play suicida strictu sensu, en el cual el corredor no
espera a que el bateador haga contacto, por lo cual se lanza al plato en cuanto
el pitcher hace el movimiento para lanzar. La distinción referida nos parece un
tanto arbitraria en el uso de los adjetivos, pues en ambos casos hay elementos
de riesgo evidentes de que la jugada no prospere, y por tanto no encontramos
apropiado el calificar a una de las jugadas descritas como segura, cuando no es
segura ni mucho menos. Desde luego, alguien podría plantear que se trata de una
seguridad relativa. No obstante, consideramos algo más afortunada la categoría
de “toque suicida” del idioma español. Ahora bien, también es evidente que
dentro del toque suicida hay distintos extremos de riesgo, de ahí que quepa
hablar de una teoría del suicidamiento, y de que, en cambio, resulte difícil
desde la otra perspectiva hablar de una teoría del aseguramiento relativo, lo
cual suena más a una suerte de filosofía bancaria que a una filosofía del
Béisbol.
El toque suicida puede
ser ejecutado en cualquier inning del Juego de Pelota y en cualquier
circunstancia del marcador, pero la apertura hacia el tiempo-ahora se ensancha
cuando el toque suicida es realizado en la novena entrada, especialmente en la
novena baja, y cuando el marcador está empatado o cuando el otro equipo está
arriba por una carrera –de hecho habría mayor peligro en este último caso por
el riesgo mismo de la derrota en caso de fallar la ejecución la jugada–. De
alguna forma, se cierra entonces el problema filosófico original al plantearse
el mánager o el pelotero el dilema de si el Juego ha de seguir siendo vivido en
el continuum presente o si es mejor
romper con este mediante el toque suicida. La jugada individual además adquiere
los tintes colectivos observados por Durkheim para el problema del suicidio. El
toque suicida de uno se torna potencialmente en un toque suicida originado en
un “nosotros” y con consecuencias para ese “nosotros”.
La cuestión referida puede
ser llevada a extremos insospechados cuando hay dos outs en la pizarra, o más aún, cuando ya hay dos strikes en contra
del bateador, y cuando el corredor encima es lento de piernas, como era el caso
de John Kruk en la Serie del Caribe de 1986. ¿Pero qué puede empujar a un
mánager o a un bateador a una decisión de este tipo? ¿Liberarse del estado
actual de cosas? ¿Sorprender al rival mediante un pensamiento más allá de la
totalidad presente? ¿Realmente se trata de un pensamiento desde la exterioridad
o de un pensamiento heterodoxo? ¿El toque suicida, al emplear el factor
sorpresa, no contiene la paradoja de reducir el carácter de suicida de la
jugada? Más todavía, si el arte de la
guerra es el arte del engaño (Sun-Tzu dixit),
¿no es el squeeze play el súmmum de
una guerra de liberación? Una teoría del suicidamiento pretendería dar
respuestas a estas y otras preguntas similares, a la vez de ofrecer un marco de
referencia para tratar problemas más abstractos.
El toque suicida
permite hablar en términos de metáforas de liberación –además de ser por sí
mismo una estrategia de liberación– y de re-presentaciones heroicas y
mesiánicas. La ejecución afortunada de ese tipo de jugadas ha permitido la
construcción de leyendas capaces de persistir en la memoria. ¿Pero quién
recuerda las jugadas fallidas? Esto ya es materia aparte. El toque suicida
fallido representa un cierto drama muy particular: sus actores ni siquiera
pueden considerarse los oprimidos de la historia. Un toque suicida fallido no
cuenta con el prestigio de un error fatal, como sí lo tiene un error de fildeo
a lo Bill Buckner, dejando escapar la bola en la Serie Mundial de 1986. No, un
toque suicida fallido pertenece al campo de los actores excluidos y olvidados
de la historia, no por falta de valor en el acto, sino porque en el fondo el
mesianismo y el deseo de liberación inherente a la naturaleza humana no pueden
aceptar el fracaso de un intento de ruptura con el tiempo continuo del sistema
dominador. El toque suicida fallido está destinado a un falso olvido: no dará
nunca lugar a una enciclopedia histórica o a una arqueología de los fallos de
ese tipo, pero estará siempre presente, como un dispositivo disimulado capaz de
re-articularse en el futuro bajo la tradición de aquellos toques que corrieron
con mejor suerte en el pasado. Quizá en el fondo sea como apuntaba Walter
Benjamin: “Hay que definir la imagen dialéctica como el recuerdo obligado de la
humanidad redimida.”
Texto publicado
originalmente en la revista electrónica “Aldea”.
* Ya en otros textos (consultar el
libro “Dime que no fue así, Joe”) hemos planteado la existencia de una
filosofía y de una teología beisbolera. De forma un tanto simplista, podríamos
resumir dicha pretensión en que en el Juego de Pelota existe una suerte de amor
a la sabiduría y de ciertos cultos que rebasan lo profano.
** Liberación en tanto determinación, y por ende, en
tanto negación. Una determinación implica la negación de todas las demás
posibilidades. El suicidio niega la vida en tanto esta ya no es considerada
digna por el suicida, con lo cual este pretende negar las negaciones de la
vida, aunque al final es posible que sólo termine por afirmar la nada. Chocar
de cara con la nada es el riesgo propio de cualquier pretensión de liberación.
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