viernes, 16 de septiembre de 2016

SQUEEZE PLAY. MATERIALES PARA UNA TEORÍA DEL SUICIDAMIENTO

Los mitos no son historias para niños, sino que son como lo planteaba Paul Ricoeur relatos racionalizados con base en símbolos. En ese sentido, los mitos se alimentan muchas veces de metáforas para pretender explicar lo que de otra manera no es explicable o, bien, lo que de otra manera sería explicable con un altísimo grado de abstracción. De hecho el lenguaje cotidiano está cargado de metáforas e incluso de mitos, sobre todo de mitos teológicos. Así, los mitos de los distintos pueblos reflejan sus cosmogonías particulares, esto es, sus apreciaciones del mundo y sus preocupaciones filosóficas y espirituales, en donde por supuesto que hay mitos de dominación y mitos de liberación, distopías y utopías, tal y como lo ha registrado Ernst Bloch en los tres tomos de “El principio esperanza”.
En el Béisbol, tanto la filosofía como la teología beisbolera están precisamente repletos de mitos*, lo cual resulta interesante, pues si el Juego de Pelota es una metáfora de la vida, entonces los mitos del Béisbol implican la elaboración de metáforas sobre metáforas, lo cual liga al Béisbol con el arte poético. ¿Y por qué no? Pensemos en un hombre al bate: batear es un acto de barbarie en nombre de la verdad y la belleza. ¿Acaso no es eso la poesía: desmesura en su justa medida?
Tenemos pues que el Béisbol es un juego poético, una sucesión de metáforas finamente trazadas sobre el campo del juego y durante un tiempo indeterminado, pues es un juego en principio sin límite de tiempo (el juego dura lo que ha de durar). Luego, el Béisbol es un juego capaz de tener significados metafóricos, de desarrollar mitos y de plantear problemas de espacio y tiempo, por lo cual el Béisbol es sin duda un juego complejo, quizá la substancia más compleja descubierta hasta ahora para medir las pulsaciones de la vida minuto a minuto.
Esa complejidad nos ofrece una gran riqueza de posibilidades para el pensamiento. Una de esas posibilidades es la discusión de lo que Albert Camus planteaba en “El mito de Sísifo” como el primer problema filosófico: el suicidio. Es decir, el ser vivo pensante, antes de ahondar en cualquier otro problema, debe preguntarse sobre si merece la pena el vivir y sobre qué tipo de vida ha de considerarse digna de llamarse como tal. En apariencia el suicidio es un problema individual, pero Émile Durkheim se encargó de demostrar también su cariz social en la obra titulada precisamente “El suicidio”.

¿Pero qué puede ofrecernos el Béisbol al respecto? En opinión de quien esto escribe, mucho. Una teoría del suicidamiento en el Béisbol permitiría cerrar el círculo del primer problema filosófico e incluso abrir posibilidades para el pensamiento hermenéutico de lo mesiánico y hasta para una filosofía de la liberación, de una forma tal que sea comprensible para las personas en general. No todo mundo anda por ahí planteándose los dilemas del suicidio o de si el día de hoy es un buen día para pegarse un tiro en la sien, por lo cual el Béisbol como actividad cotidiana nos ofrece otras modalidades para acercarnos a las cuestiones citadas. Veamos.
En primera instancia, el Béisbol, en tanto juego, re-presenta, es decir presenta de forma metafórica, en este caso, re-presenta la vida (ya sea la vida ausente o la lucha por la vida, según quiera apreciarse). Por ello, si hemos de recurrir al Béisbol para tratar el tema del suicidio como algún tipo de liberación**, no podemos perder de vista que el tema sólo puede ser abordado en tanto re-presentación del mismo. Por ese motivo, preferimos distinguir entre la presentación de una teoría del suicidio y la re-presentación desde la óptica del Juego de Pelota de una teoría del suicidio, a la cual para distinguirla de la primera, la hemos denominado “teoría del suicidamiento”, tomando así prestada la categoría de “suicidamiento” del libro “Águila contra el hombre. Poemas para un suicidamiento”, de la autoría de Leopoldo María Panero.
Los griegos de la antigüedad distinguían entre el tiempo lineal, cuantitativo y cotidiano, llamado cronos (“kρόνος”) y el tiempo indeterminado, cualitativo y relevante, muchas veces el tiempo del peligro, llamado kairós (“καιρός“). El kairós es algo muy semejante al tiempo-ahora (“Jetzteit”) de Walter Benjamin, como interrupción del continuum de la historia, y muy semejante también al “Pachakuti” de los pueblos andinos, como tiempo de la inversión fundamental del orden de las cosas. ¿Pero todo esto qué tiene que ver con el Béisbol? O, mejor dicho, ¿qué tiene que ver el Béisbol con todo esto?
Pues bien, el Béisbol también cuenta con un tiempo en el que el propio tiempo transcurre como si no hubiera tiempo, es decir, el Béisbol cuenta con instantes en donde el continuum del juego parece romperse y en donde se abren espacios de oportunidad para el tiempo mesiánico, el tiempo de los héroes, el tiempo de los liberadores. Un cuadrangular en la novena entrada para dejar tendidos a los rivales es sin duda alguna un acto de liberación, pero en ese tipo de jugada no se aprecia el tiempo del peligro, el tiempo ahora, al menos no de forma clara o regular. En cambio, la jugada por excelencia capaz de llevar al extremo y de forma contundente ese tiempo discontinuo tiene un nombre: squeeze play. Esta jugada, por sus características, en nuestra opinión, es justamente la más indicada para pretender la elaboración de cualquier posible teoría del suicidamiento.
El 8 de febrero de 1986, en la quinta jornada de la Serie del Caribe, celebrada en Maracaibo, Venezuela, se enfrentaron las Águilas de Mexicali, campeones de México, y las Águilas del Cibao, campeones de República Dominicana. El juego estaba empatado a siete carreras en la novena entrada. Mexicali cerraba la entrada al bate y logró colocar al corredor John Kruk en tercera con uno fuera. Vino a batear el Almirante Nelson Barrera. Todos esperaban que Barrera buscara el batazo largo para traer al pentágono la carrera, aunque fuera con un fly de sacrificio a los jardines, pero Barrera, tras batear un foul, ejecutó un toque de bola en la modalidad de squeeze play. Fue el tiempo del peligro, el tiempo del todo o nada, pues John Kruk, un peso completo, desde tercera se lanzó como locomotora hacia home mientras la bola tocada por Barrera rodaba lentamente entre el pitcher y la primera base. Los dominicanos fueron sorprendidos, sacados literalmente del tiempo continuo y enfrentados al tiempo-ahora creado por los mexicanos. El corredor anotó y Mexicali dejó tendidos en el terreno a los del Cibao. En el siguiente juego, contra el equipo de Puerto Rico, los Indios de Mayagüez, Mexicali se coronaría campeón de la Serie del Caribe de 1986 al vencerles en 10 entradas con hit productor del Paquín Estrada. Al más puro estilo mesiánico, todo se había consumado.
En el idioma inglés la expresión squeeze play denota la idea de una jugada apretada en cuanto a su desenlace, denotando así también la idea de un tiempo-ahora. En el idioma español esto es llevado hacia un más allá, al llamarle a la jugada “toque suicida”. Justo a partir de aquí podríamos empezar a plantear materiales para una teoría del suicidamiento.

La invención del squeeze play se suele atribuir al mánager de los Yankees, Jake Reid, quien la mandó ejecutar en la Serie Mundial de 1931. Probablemente la jugada tenga orígenes más modestos, tal y como plantean otros que la atribuyen al Béisbol universitario de los Estados Unidos o al Béisbol de las ligas infantiles. El squeeze play implica una maniobra de realizar un toque de pelota con un corredor en tercera base, procurando hacerlo de forma tal que dicho corredor tenga el tiempo suficiente de llegar a home y anotar. En esa línea, la filosofía beisbolera estadounidense distingue entre dos categorías: el squeeze play seguro, en el cual el corredor de tercera no se lanza al plato sino hasta el momento en que el bateador hace contacto con la pelota; y el squezze play suicida strictu sensu, en el cual el corredor no espera a que el bateador haga contacto, por lo cual se lanza al plato en cuanto el pitcher hace el movimiento para lanzar. La distinción referida nos parece un tanto arbitraria en el uso de los adjetivos, pues en ambos casos hay elementos de riesgo evidentes de que la jugada no prospere, y por tanto no encontramos apropiado el calificar a una de las jugadas descritas como segura, cuando no es segura ni mucho menos. Desde luego, alguien podría plantear que se trata de una seguridad relativa. No obstante, consideramos algo más afortunada la categoría de “toque suicida” del idioma español. Ahora bien, también es evidente que dentro del toque suicida hay distintos extremos de riesgo, de ahí que quepa hablar de una teoría del suicidamiento, y de que, en cambio, resulte difícil desde la otra perspectiva hablar de una teoría del aseguramiento relativo, lo cual suena más a una suerte de filosofía bancaria que a una filosofía del Béisbol.
El toque suicida puede ser ejecutado en cualquier inning del Juego de Pelota y en cualquier circunstancia del marcador, pero la apertura hacia el tiempo-ahora se ensancha cuando el toque suicida es realizado en la novena entrada, especialmente en la novena baja, y cuando el marcador está empatado o cuando el otro equipo está arriba por una carrera –de hecho habría mayor peligro en este último caso por el riesgo mismo de la derrota en caso de fallar la ejecución la jugada–. De alguna forma, se cierra entonces el problema filosófico original al plantearse el mánager o el pelotero el dilema de si el Juego ha de seguir siendo vivido en el continuum presente o si es mejor romper con este mediante el toque suicida. La jugada individual además adquiere los tintes colectivos observados por Durkheim para el problema del suicidio. El toque suicida de uno se torna potencialmente en un toque suicida originado en un “nosotros” y con consecuencias para ese “nosotros”.
La cuestión referida puede ser llevada a extremos insospechados cuando hay dos outs en la pizarra, o más aún, cuando ya hay dos strikes en contra del bateador, y cuando el corredor encima es lento de piernas, como era el caso de John Kruk en la Serie del Caribe de 1986. ¿Pero qué puede empujar a un mánager o a un bateador a una decisión de este tipo? ¿Liberarse del estado actual de cosas? ¿Sorprender al rival mediante un pensamiento más allá de la totalidad presente? ¿Realmente se trata de un pensamiento desde la exterioridad o de un pensamiento heterodoxo? ¿El toque suicida, al emplear el factor sorpresa, no contiene la paradoja de reducir el carácter de suicida de la jugada? Más todavía, si el arte de la guerra es el arte del engaño (Sun-Tzu dixit), ¿no es el squeeze play el súmmum de una guerra de liberación? Una teoría del suicidamiento pretendería dar respuestas a estas y otras preguntas similares, a la vez de ofrecer un marco de referencia para tratar problemas más abstractos.
El toque suicida permite hablar en términos de metáforas de liberación –además de ser por sí mismo una estrategia de liberación– y de re-presentaciones heroicas y mesiánicas. La ejecución afortunada de ese tipo de jugadas ha permitido la construcción de leyendas capaces de persistir en la memoria. ¿Pero quién recuerda las jugadas fallidas? Esto ya es materia aparte. El toque suicida fallido representa un cierto drama muy particular: sus actores ni siquiera pueden considerarse los oprimidos de la historia. Un toque suicida fallido no cuenta con el prestigio de un error fatal, como sí lo tiene un error de fildeo a lo Bill Buckner, dejando escapar la bola en la Serie Mundial de 1986. No, un toque suicida fallido pertenece al campo de los actores excluidos y olvidados de la historia, no por falta de valor en el acto, sino porque en el fondo el mesianismo y el deseo de liberación inherente a la naturaleza humana no pueden aceptar el fracaso de un intento de ruptura con el tiempo continuo del sistema dominador. El toque suicida fallido está destinado a un falso olvido: no dará nunca lugar a una enciclopedia histórica o a una arqueología de los fallos de ese tipo, pero estará siempre presente, como un dispositivo disimulado capaz de re-articularse en el futuro bajo la tradición de aquellos toques que corrieron con mejor suerte en el pasado. Quizá en el fondo sea como apuntaba Walter Benjamin: “Hay que definir la imagen dialéctica como el recuerdo obligado de la humanidad redimida.”

Texto publicado originalmente en la revista electrónica “Aldea”.




* Ya en otros textos (consultar el libro “Dime que no fue así, Joe”) hemos planteado la existencia de una filosofía y de una teología beisbolera. De forma un tanto simplista, podríamos resumir dicha pretensión en que en el Juego de Pelota existe una suerte de amor a la sabiduría y de ciertos cultos que rebasan lo profano.
** Liberación en tanto determinación, y por ende, en tanto negación. Una determinación implica la negación de todas las demás posibilidades. El suicidio niega la vida en tanto esta ya no es considerada digna por el suicida, con lo cual este pretende negar las negaciones de la vida, aunque al final es posible que sólo termine por afirmar la nada. Chocar de cara con la nada es el riesgo propio de cualquier pretensión de liberación.

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